La primera mención en el género de ciencia ficción de una máquina para viajar en el tiempo la hizo el escritor español Enrique Gaspar y Rimbau. En su novela El anacronópete, publicada en 1887, describe con detalle un mecanismo capaz de ir al pasado. Pero el interés del personaje era el futuro, por lo que la desechó. La trama pasó desapercibida entre los libros que levantaron mayor interés ese año. Sin embargo, se convirtió en el primer paso de una larga obsesión por la forma en que el presente, el pasado y el porvenir pueden concebirse.
De hecho, los saltos cronológicos a través de la historia forman parte de unos de los tropos más repetidos de la literatura y el mundo cinematográfico. No solo por las posibilidades que abarca. También por el hecho de reformular la realidad en múltiples probabilidades. Desde dar nuevo sentido a los grandes sucesos de los anales de la humanidad, hasta las transformaciones de la materia misma. La posibilidad de romper el fluir cronológico o reinventar lo físico es uno de los sueños más singulares de nuestra cultura.
Una obsesión semejante ha dado pie a varias de las películas más interesantes del cine. Futuros probables que terminan por ser distópicos, líneas de vivencias aleatorias convertidas en destino, la transformación completa de lo que se da por cierto. Las posibilidades son infinitas y varios de los directores más talentosos de nuestra época las han explorado. Te dejamos cinco películas sobre viajes en el tiempo y entre realidades que narran otra nueva forma de concebir lo intangible.
Los viajes en el tiempo de Seth Larney en 2067
Ethan (Kodi Smit-McPhee) está convencido de que la ciencia tiene todas las respuestas. Hasta ahora, sus conocimientos tecnológicos y descubrimientos de laboratorio jamás le han defraudado. De hecho, para el personaje, la confianza en sus conocimientos es una forma de esperanza. El mundo en el que vive fue arrasado por el cambio climático. Destruido a un nivel tan total que los sobrevivientes deben lidiar con la posibilidad de la muerte a diario.
Seth Larney logra brindar a esta película sobre viajes en el tiempo una atmósfera enrarecida de profecía autocumplida. Cuando Ethan viaja al futuro, comprende que las consecuencias de la destrucción vegetal no son momentáneas o exclusivas de su época. Mucho menos, fáciles de evitar.
Convertidas en una ramificación de tragedias globales, las ocasiones en que el personaje cambia un hecho derivan en otro cataclismo. Con alternativas temporales que se transforman una y otra vez, las lecciones que deja a su paso son, progresivamente, más confusas. Tan duras como para que el guion, escrito por el mismo director, medite sobre lo inevitable.
¿Hay forma de cambiar lo que acaecerá? Es la gran pregunta que se plantea 2067. La interrogante evoluciona a la raíz misma del libre albedrío y las consecuencias que cada acto, pequeño y grande, conlleva. Ethan termina por descubrir que el tiempo no es únicamente un fluir continuo. A la vez, es una serie de hechos que, al interconectarse, crean una consecuencia precisa. No importa cuál sea el camino, el resultado siempre será el mismo. Una de las visiones más inquietantes sobre los viajes en el tiempo del cine reciente.
La guerra del mañana, de Christopher McKay
Dan Forester (Chris Pratt) es un profesor de biología y ex boina verde que enfrentará la más inimaginable disyuntiva. Salvar el porvenir, incluso sin saber cuál es el alcance de sus acciones o de sus decisiones. El futuro se enfrenta a una guerra contra una raza alienígena y la necesidad más imperiosa es reclutar mayor fuerza de combate. A siglos de distancia, la posibilidad para el diezmado ejército es buscar sus reclutas en el pasado. Uno de los escogidos será el personaje, lo que le permitirá viajar en el tiempo hacia el futuro.
La paradoja de La guerra del mañana resulta confusa y al director Chris McKay le lleva esfuerzos explicarla con claridad. Pero, cuando lo logra, la narración se transforma en una interesante versión del tiempo desdoblado y la posibilidad de decidir lo que acaecerá. ¿Puede desviarse el curso de los acontecimientos a tal nivel que transforme lo que pasará a continuación, a pesar de ser parte del pasado?
La gran pregunta que plantea el argumento no se responde del todo. No obstante, la trama sí explora la idea que todas las acciones se encadenan entre sí. Gracias a los soldados del pasado, el mañana podrá salvarse. Sin embargo, el mundo está amenazado por lo que todavía no ha ocurrido. ¿Se trata de una distorsión de la materia? ¿Del poder de las decisiones individuales?
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Dan descubrirá que la hipótesis del presente en un constante fluir podría ser equivocada. En cualquier caso, tener varias excepciones. ¿Su vida en la actualidad depende de la decisión que tome treinta o cuarenta años después? ¿Cómo impacta en su vida familiar? Para su último tramo, esta película sobre viajes en el tiempo tiene verdaderas dificultades para explorar en su premisa. Aun así, resulta atractiva en sus múltiples variables.
Tenet, los viajes en el tiempo de Christopher Nolan que harán que te explote la cabeza
A Christopher Nolan le obsesiona la naturaleza de la realidad y varias de sus mejores producciones meditan sobre el tema. Pero es Tenet la que lo hace de forma más críptica y extraña. Usando la segunda ley de la termodinámica y el concepto de la entropía, el director británico elabora un nuevo sentido de lo tangible. Su viaje en el tiempo no consiste en ir a diferentes puntos cronológicos, sino en que un suceso pueda deshacerse en sus elementos a un nivel físico. Un proceso en el que las modificaciones de la materia crecen o permanecen, jamás decrecen.
Por supuesto, llevar una premisa semejante a un argumento cinematográfico requirió un esfuerzo visual considerable. Desde reconstruir escenas enteras hasta grabaciones en sentido contrario al habitual. La idea de mostrar al presente en una serie de circunstancias que pueden retroceder a un punto central se hizo una proeza escenográfica.
También lo fue su guion, que dejaba pistas e insinuaciones sobre lo que ocurría, sin aclararlo del todo. De hecho, buena parte de las críticas que esta peculiar película sobre viajes en el tiempo recibió se relacionan con la manera en que Christopher Nolan narró la historia. ¿Se trataba de la desintegración de lo físico o, por el contrario, del regreso de cada cosa a sus elementos constitutivos?
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Al final, Tenet no se prodiga en explicaciones y no las necesita. Como una obra brillante y bien construida, es un escenario en que las teorías físicas se ponen a prueba. A la vez, la idea de que el futuro puede ser una gran eventualidad en un mapa de situaciones probables. Christopher Nolan tuvo la capacidad de unir un thriller casi político con algo más complicado. Un logro esencial que permite comprender el valor de la película como pieza extraña de la ciencia ficción.
Última noche en el Soho, de Edgar Wright
Atravesar planos de la realidad también es una idea común en la ciencia ficción. El director Edgar Wright la transforma en una combinación que enlaza también el cine de terror y suspense. Cuando Ellie Turner (Thomasin McKenzie) comienza a tener sueños con una mujer desconocida, su vida se desdoblará en dos dimensiones. Por un lado, sus vivencias como estudiante de moda aventajada. Por otro, la encarnación onírica de una desconocida a la que puede ver en escenas perturbadoramente vívidas.
La primera mitad de Última noche en el Soho juega con la ambigüedad de una doble observación de experiencias en paralelo. Ellie pronto descubre que todo lo que ve pasó antes o después. Que la mujer rubia que ve al soñar vivió en algún punto del pasado.
A medida que los indicios se acumulan y señalan un asesinato, la misma Ellie comenzará a ser acechada por el peligro. ¿Cuál? El guion pierde agilidad y precisión al tratar de describir cómo ambas dimensiones de lo real coexisten y terminan por convertirse en una. No obstante, el argumento de esta película de viajes en el tiempo tiene la suficiente inteligencia para sostener sus enigmas hasta un final violento, que desconcierta por ser insatisfactorio. Con todo, Edgar Wright logra su objetivo. Convertir al tiempo en una sustancia dúctil capaz de transformarse por medio de las emociones humanas.
El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, Tim Burton viaja en el tiempo
Jacob Portman (Asa Butterfield) cree fervientemente en las historias de su abuelo Abe (Terence Stamp). En concreto, en las de una escuela que parece encontrarse en otro plano de lo tangible. Una que acoge a niños con capacidades portentosas. Sin embargo, al crecer, descubre que los relatos bien pudieron ser parte de la imaginación del anciano. La decepción le hace alejarse de su pariente y desdeñar la sensación de maravilla que cada historia despertaba en él.
Algo que hace hasta que ambos son atacados por una criatura maligna y terrorífica que termina por asesinar a Abe. Como herencia, Jacob recibe cartas, fotografías y la certeza de que lo que consideró desvaríos de su abuelo son algo más. De modo que emprende una búsqueda hasta llegar al hogar de Miss Peregrine (Eva Green), un lugar en que las reglas del tiempo y la realidad se subvierten.
Con Miss Peregrine y los niños peculiares, Tim Burton intentó adaptar la primera parte de la saga de Ransom Riggs en un extraño híbrido entre fantasía y ciencia ficción. El resultado fue incompleto y con un guion irregular que desmereció el del material original. A pesar de eso, la idea de una isla en que la que lo cronológico se desdobla en un bucle interminable resultó atractiva. En especial, cuando se convirtió en la insinuación de una dimensión alternativa de horrores y temores. Con su aire nostálgico y levemente siniestro, no es la mejor obra de Tim Burton, pero sí la más cercana a conceptos singulares que, en su mayoría, manejó con soltura.