La población mundial ha alcanzado hoy, 15 de noviembre de 2022, los 8.000 millones de habitantes. El ritmo de crecimiento del número de habitantes del planeta es vertiginoso, pues se calcula que para 2050 se habrán sumado otros 1.000 millones. Aunque esto a bote pronto parece solo una buena noticia, lo cierto es que plantea problemas serios. ¿Hay recursos para todos en la Tierra? E igualmente importante: ¿Cuáles serán las consecuencias para el planeta de explotarlos?

No debemos olvidar que nos encontramos en un momento en el que el cambio climático ya muestra su cara sin tapujos. Sus consecuencias serán cada vez peores si no hacemos nada para frenarlo, por lo que los científicos no cesan de estudiar cuáles son las medidas más eficaces para ralentizar su avance. Y entre ellas se encuentra precisamente modificar nuestras conductas de consumo. Desde los alimentos hasta la ropa que nos ponemos, todo esto implica unas emisiones de carbono, así como una liberación de sustancias contaminantes, que puede complicar aún más la situación. Y, claro, si la población mundial aumenta, también lo hará esa huella de carbono, pues se traduce en un mayor número de personas consumiendo.

Por eso, es importante tener claro qué medidas se pueden llevar a cabo, tanto ahora como en un futuro, para paliar las consecuencias. Algunos países ya han puesto restricciones al número de hijos que puede tener una sola familia. En su caso, intentan reducir la población mundial. Pero está claro que esta ya es muy grande, por lo que, más allá de actuar sobre el origen, también hay que atacar a las consecuencias. Estas son algunas formas de hacerlo.

Reutiliza todo lo que puedas

Un aumento de la población mundial supone un aumento de la demanda de multitud de productos, por ejemplo ropa. Y esto supone un gasto de agua y energía que, en conjunto, puede ser muy peligroso.

Por un lado, solo para confeccionar una camiseta de algodón, se calcula que se necesitan más de 2.000 litros de agua. Y la cifra aumenta mucho más para unos pantalones vaqueros, que requieren más de 11.000 litros. Debemos saber que esto supone desde el cultivo del algodón o los materiales necesarios hasta que la prenda llega a nuestros hogares.

Por otro lado, también debemos tener en cuenta la huella de carbono asociada al gasto de energía de cultivar los materiales, confeccionar la prenda y transportarla hasta su destino. Esta puede variar; pero, aproximadamente, para una camiseta de algodón iría entre los 3 y los 4 kilogramos de dióxido de carbono. Por todo esto, para prevenir el cambio climático, es importante consumir con cabeza.

Esto significa que debemos pensar antes de comprar ropa que no nos vamos a poner. Además, es importante reutilizar la ropa y no abandonarla a vertederos en los que, posiblemente, no se pueda reciclar. Por eso, podemos darle una segunda vida, usando ropa de segunda mano y reutilizando más veces o donando también la nuestra. 

Esto es aplicable a la ropa, pero también para casi cualquier otro producto. Si la demanda aumenta, lo hace la huella de carbono de producirlos, y eso, cuantas más personas haya en el mundo, más peligroso se vuelve.

Ahora bien, también es importante recordar que la población puede tomar medidas limitadas, y que es la legislación por parte de los gobiernos la que puede desencadenar los mejores resultados.

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¿Hay alimentos para todos si aumenta la población mundial?

Actualmente, existe en un enorme desequilibrio en la distribución de alimentos en todo el mundo. En un informe publicado por Naciones Unidas en 2019, se señalaba que aproximadamente 820 millones de personas en el mundo no tienen suficiente comida para alimentarse. Sin embargo, en nuestro planeta hay 2.000 millones de personas que padecen obesidad o sobrepeso. Esto no siempre se debe a un exceso de alimentos, ni muchísimo menos. Pero sí que es cierto que en muchos casos se asocia a una alimentación poco saludable y, también, que contrasta con la situación de quienes apenas tienen nada que echarse a la boca.

El aumento de la población mundial podría hacer estas diferencias aún más extremas. Y, a su vez, promover un aumento del calentamiento global por las emisiones derivadas de la producción de alimentos para intentar satisfacer toda esa demanda.

Cualquier alimento necesita un gasto de agua y un consumo de energía para su producción. Hay que preparar los suelos para los cultivos, regarlos y, en algunos casos, mantenerlos a una temperatura y condiciones de humedad adecuadas. También hay que alimentar al ganado, proporcionarle agua y preparar zonas para el pastoreo o el establecimiento de granjas. Todo eso sin contar el transporte de unos y otros tipos de alimentos.

Pero lo que está claro, según los estudios realizados en los últimos años, es que el consumo de carne supone una huella de carbono mucho más elevada que el de vegetales. Por ejemplo, para obtener un kilogramo de carne de ternera, se emiten a la atmósfera 99,48 kg de gases de efecto invernadero. En cambio, la cifra se reduce hasta 2,09 kg de gases para obtener 1 kg de tomates o 0’98 kg para la misma cantidad de guisantes. 

Por todo esto, se aconseja, si no mantener una dieta vegetariana, al menos reducir el consumo de carne. Pero no solo eso. También es importante consumir productos de proximidad. Es decir, de nada sirve tomar solo vegetales si estos se traen desde el otro lado del mundo. Las fruterías de barrio suelen ser un buen lugar para buscar este tipo de productos. Y es que, salvo excepciones, generalmente suelen tener frutas y verduras de temporada y lo más locales posibles. 

Esto es algo que lleva aconsejándose durante mucho tiempo. No obstante, a medida que vaya aumentando la población mundial, será mucho más importante hacerlo. 

Lo que la biotecnología puede hacer por nosotros

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A grandes rasgos, la biotecnología es el uso de organismos vivos para obtener soluciones útiles para las acciones del ser humano. Esto va desde la obtención de medicamentos, hasta la limpieza de sustancias contaminantes, gracias al uso de microorganismos capaces de alimentarse de ellas. 

Dentro de ese abanico de aplicaciones de la biotecnología, nos encontramos también la alimentación. No solo porque resulte útil para obtener alimentos tan tradicionales como el pan, la cerveza o el vino. También porque, a través de la biotecnología, se pueden obtener cultivos mucho más eficientes. 

Por ejemplo, si para optimizar el espacio con un aumento de la población mundial, es interesante construir más bloques de pisos y hacer que las ciudades crezcan hacia arriba, con los cultivos pasa algo parecido. Si se obtienen plantas más eficientes, que puedan producir más frutos, se necesitará menos extensión de tierra para su cultivo, ya que no haría falta un número de plantas tan alto.

También se pueden obtener cultivos que fijen más eficiente el carbono, de modo que puedan ayudar a reducir parte de esas emisiones que contribuyen al efecto invernadero. Además, se puede mejorar la adaptación a ambientes locales específicos, potenciando un mayor rendimiento medio de producción. Si a esto le sumamos la posibilidad de obtener vegetales más baratos, con los que alimentar a esa parte del planeta que sufre la mitad más ligera de la balanza en el reparto de alimentos, tendríamos mucho ganado. La población mundial ya ha llegado a 8.000 millones de habitantes, debemos tomar medidas antes de que la cifra siga aumentando. Y, para eso, una de las primeras acciones debería ser perder el injusto miedo que muchas personas tienen a la biotecnología.

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