“El fuego es un poder peculiar”, dice Rhaenyra Targaryen, de pie frente al horizonte que rodea a Marea Alta en Marcaderiva. En la isla más grande de la Bahía del Aguasnegras se lleva a cabo el funeral acuático de Laena Velaryon. La tensión entre la casa más antigua de Valyria y los Targaryen es más violenta que nunca. El séptimo capítulo de La Casa del Dragón marca un enfrentamiento inevitable, devastador y, con toda probabilidad, con consecuencias que sobrepasan toda previsión.
Daemon, a su lado, la escucha en silencio. “Nos ha dado el poder, pero también es todo lo que tenemos”, continúa la princesa heredera. El breve diálogo podría resumir el séptimo capítulo de la serie, que mostró la definitiva fisura en la casa real. La sucesora al Trono de Hierro se encuentra en medio de intrigas cada vez más complicadas.
Pero, en especial, hay una acusación que podría destruir cualquier aspiración al poder. La legitimidad de sangre de sus hijos es un punto ciego que Viserys ignora, pero que el resto de la Corte intenta utilizar a su favor. De hecho, es la presión sobre Rhaenyra y Laenor lo que desencadenará, quizás, el giro argumental más duro de la temporada. ¿Qué hacer cuando la única decisión posible para afianzar la influencia en la reclamación implica destruir los cimientos de la alianza con los Velaryon?
La Casa del Dragón es la nueva serie del universo de Juego de Tronos
Las herencias de sangre en La Casa del Dragón
El séptimo capítulo de La Casa del Dragón, de HBO Max, cuestiona el hecho de que Rhaenyra pueda llegar a reinar. Una cuestión que hasta ahora había sido una posibilidad basada en la tradición. No obstante, el argumento profundiza en las razones y posibilidades de un mapa hacia el control de Los Siete Reinos cada vez más complicado. Desde su primera escena, es obvia la enrarecida atmósfera en el círculo del poder.
La despedida a la hija muerta unió a los Velaryon, pero también confrontó a los Targaryen con los Hightower. Muerto Ser Lyonel Strong, el padre de la reina volvió a convertirse en el consejero de la corona. Una decisión que apuntala el poder de La Casa Verde Esmeralda a medida que la salud del monarca se deteriora. Mucho más duro aún, deja a Rhaenyra, ahora aislada en Rocadragón, en una situación endeble. En el séptimo capítulo de La Casa del Dragón, los hijos de Viserys llevan los colores de su madre, mientras que los suyos son un elemento de discordia silenciosa. Al tiempo que Laenor trata de lidiar con el sufrimiento por la muerte de su hermana. La princesa heredera se encuentra sola y con un secreto a cuestas.
Uno que, además, la empuja hacia un tipo de ostracismo que constituye tanto un hecho como una amenaza. “Deja la fortaleza de Marea Alta a los hijos de Laena”, suplica Rhaenys, enfurecida y llena de dolor. Corlys debe decidir entre los herederos de su hijo y un destino incierto. La bastardía de los hijos de la heredera es un estigma inocultable, peligroso y que pone en riesgo el poder entero de la Casa.
“No puedo arrojar otra sombra sobre esos niños”, dice el señor de Marea Alta. Pero “la reina que nunca fue” sabe lo que les espera en su futuro en La Casa del Dragón. Lo deduce con una intuición helada y violenta que no puede ocultar. “Estamos solos aquí, sabes que ninguno de los hijos de Laenor lleva tu sangre”, insiste. Y lo hace desde la rabia, con una necesidad insistente de reivindicar a la hija muerta. “Hazlo como homenaje para Laena, nadie sospechará por qué lo has hecho en realidad”.
De modo que, la posición de Rhaenyra en el séptimo capítulo de La Casa de Dragón es más frágil que nunca. Tanto como para, por primera vez, temer por su vida y por la de sus hijos. Poco a poco, el argumento del capítulo construye un escenario angustioso, inevitable. Cada hecho empuja hacia la oscuridad a la heredera y descubre la grieta que romperá en dos la unidad de la familia real. Una circunstancia que, hasta entonces, solo había sido un anuncio y que ahora es una sacudida desde las bases mismas que sostienen El Trono de Hierro.
El fuego del dragón sobre tierra muerta
La princesa sabe lo precario de su situación. Hasta el punto de sopesar sus acciones, en particular sus alianzas. La más importante con Daemon Targaryen. El príncipe despojado, ahora viudo y alejado en apariencia de toda ambición, es una presencia que observa.
Una figura, espectral y distante, que soltó una breve carcajada durante el funeral de su esposa. Y que ahora está de pie junto a Rhaenyra para escuchar sus pesares en el séptimo capítulo de La Casa del Dragón. “Laenor y yo sabíamos nuestro deber, pero nunca pudimos cumplirlo”, explica a su eterno cómplice. El hombre que desapareció de la corte sin otra explicación que la frustración y el rencor que alimenta en el silencio. “Me abandonaste”, le acusa Rhaenyra. “No pude hacer otra cosa”, responde él con una engañosa tranquilidad.
Sin embargo, en este séptimo capítulo Daemon también mueve sus piezas, piensa en posibilidades. Sabe que la reclamación está cercana, que el enfrentamiento es inevitable. Ha visto al hermano cada vez más débil, frágil, cansado. Como todos en la corte de La Casa del Dragón, sabe que Viserys no llegará a ser un anciano. ¿Qué podría hacer el príncipe rechazado, cuyo derecho fue arrebatado? El guion insinúa que la sangre es lo que une. Los vínculos más poderosos son los misteriosos, que unen a los que llevan el fuego del dragón en las venas. “Estamos destinados a quemarnos juntos”, dice Rhaenyra en voz baja.
Quizás por eso el antiguo amor, deseo o solo el vínculo inevitable entre los Targaryen resurge entre tío y sobrina. Una escena de amor a la orilla de un mar tormentoso, en medio de un silencio extraño y total. La princesa, que intenta maniobrar en la incertidumbre, se aferra a Daemon como un punto esencial de su vida. Antes fue la respuesta al miedo. Ahora es, sin duda, una pieza esencial para lo que le depara el futuro.
El gesto que desatará la guerra en La Casa del Dragón
Para los Targaryen, los dragones lo son todo. La Casa que conquistó los Siete Reinos a lomos de las míticas criaturas sabe que su poder depende de ellos. Aemond, que solo ha contemplado a la distancia la gloria alada de las bestias que dominan el centro del poder familiar, sabe que necesita uno. Aunque el huevo que le correspondía por derecho jamás eclosionó, todavía tiene la oportunidad de ser un jinete de dragones. De tomar, por la fuerza, lo que por derecho le pertenece.
Lo hace, en el séptimo capítulo de La Casa del Dragón, al lograr montar la grupa del dragón más antiguo, poderoso y simbólico de Los Siete Reinos. Vhagar, que obedeció la última orden de Laena y que debía ser reclamada por su hija, permite al hijo de Viserys subir a su lomo y volar. El guion analiza la escena desde un acto de furia, pero también como una alegoría del peso de la influencia y la sangre en La Casa Targaryen. Mientras Rhaenyra y Daemon tienen sexo y forjan una unión desesperada, Aemond logra arrebatar a los Velaryon uno de los cimientos de su poder. También erosionar aún más el posible reclamo al trono de la princesa. Con el hijo de Viserys a lomos de Vhagar, pierde un pilar fundamental.
Tal vez, por ese motivo, lo que ocurre a continuación es inevitable. Rhaena y Baela Targaryen reclaman a su primo el acto de violencia que supone arrebatarles el dragón de su madre. Pero Aemond no solo muestra por primera vez su frialdad y la decisión implacable que le definirá en el futuro. También, que conoce el peso del acto que acaba de cometer. “Ahora es mío, quizás reciban un cerdo para admirar”, se burla el pequeño príncipe.
Las hijas de Daemon no dudan en tratar de vengar la burlona violencia de su primo. Jacaerys y Lucerys Velaryon salen en defensa de sus parientes más jóvenes. Aemond demuestra, de nuevo, que es mucho más que un niño pequeño, enfurecido y pesaroso. Es, también, un príncipe Targaryen con toda la ambición de La Casa a la que pertenece. Golpea a las niñas y, entonces, comete la transgresión definitiva. “Ven, Lord Strong”, dice a Jacaerys. “Enfréntate conmigo, bastardo”. La riña infantil termina por ser el primer indicio de un violento, peligroso y definitivo cisma familiar.
En medio de la pelea entre puños y piedras, Lucerys Velaryon hiere en el rostro a Aemond. Un corte profundo que le hace perder un ojo. Cuando todo acaba, finalmente, los adultos intervienen. Pero la línea de eventos que conducirán a la guerra acaba de comenzar de la manera más imprevisible y violenta.
Una batalla por la sangre y el poder en el séptimo capítulo
Mientras su hijo recibe la atención del maestre, Alicent reclama justicia. “Quiero un ojo de uno de sus hijos”, insiste feroz. Atrás quedó la reina fría, apocada o angustiada. El dolor la empuja a un tipo de imprudencia que antes no se habría permitido. Viserys intenta intervenir, pero el viejo rey, tan débil como para que se cometa la traición sutil de ignorarle, es un espectro. Desde el centro del salón, en el séptimo capítulo de La Casa del Dragón, Alicent insiste en obtener una retribución por la herida del hijo. Lo suplica a Criston Cole, que por una vez se niega a su súplica. Su padre le exige dar un paso atrás.
“Es un bastardo, se lo he dicho y por eso me atacó”, dice entonces Aemond. Tiene el rostro cruzado por una herida inflamada y dolorosa, pero mantiene una frialdad precisa. La verdad, oculta, disimulada o ignorada, queda al descubierto. “¿Quién te ha dicho semejante cosa?”, exige saber su padre. Aemond se resiste, se empecina en guardar el secreto. Hasta que, finalmente, deja escapar una acusación todavía más grave. “Fue Aegon”, admite. De pronto, Viserys se encuentra en el centro de algo más grande, de un escenario que se desploma a su alrededor.
“El que sea que repita tal infamia, será castigado y su lengua cortada”, anuncia. Rhaenyra agradece en voz baja, casi con humildad. Alicent, enfurecida, estalla entonces sin control y, antes de que nadie pueda detenerla, roba la daga de acero valyrio que su marido lleva al cinto. “Dime quién es la que ha sido respetable y la que mantiene la disciplina”, grita y se arroja sobre los hijos de Rhaenyra. La princesa la detiene y el capítulo séptimo de La Casa del Dragón alcanza, quizás, su punto más alto de tensión y su giro argumental mejor ejecutado.
Las antiguas amigas, hermanas, confidentes se enfrentan una a la otra. Pero solo son el símbolo de los estandartes verdes y negros que ondearán en medio del fuego. “Siempre fingiste bondad. Ahora, todos pueden verte cómo eres”, susurra Rhaenyra, antes de apartar a Alicent y contener su furia.
El séptimo capítulo muestra el escenario roto, el abismo entre los hijos de Viserys y la familia de Rhaenyra, la vieja sangre Velaryon. El conflicto en puertas está más claro que nunca y, con el rey encorvado, débil, cansado, es evidente que comenzará muy pronto.
La Casa del Dragón, una boda de sangre y fuego
El último tramo del séptimo capítulo de La Casa del Dragón demuestra que todas las piezas están en su lugar para una guerra sin cuartel en el Trono de Hierro. Rhaenyra pide a Daemon estar de su lado. “Te necesito, mi reclamo será más fuerte si estás junto a mí”, murmura enfurecida. Daemon, de nuevo, solo escucha. “Pero tu marido deberá estar muerto para que eso suceda”.
Laenor, que juró a la princesa heredera lealtad, es un obstáculo insalvable. Una víctima y un rehén en medio de una disputa de poder que la sobrepasa. Daemon lo sabe y necesita que esté fuera del tablero, que no sea más que un recuerdo. La Casa del Dragón utiliza la narración en paralelo de varios hechos para sostener los últimos movimientos de una estrategia que cierra el pacto de la sangre Targaryen.
Qarl Correy, el amante de Laenor, recibe un encargo de Daemon. “Que sea una muerte rápida y con testigos”. Laenor se enfrenta como puede a su compañero y cómplice. “Siempre me has menospreciado”, grita este último para dejar clara la identidad de ambos. Los hombres de La Casa Velaryon corren para evitar el desastre. Hay gritos, espadas que chocan. Pero para cuando Corlys y Rhaenys llegan para evitar la tragedia, el cuerpo de su hijo yace entre las llamas del hogar. Tiene el rostro quemado e irreconocible.
Al mismo tiempo, Rhaenyra y Daemon toman los antiguos votos valyrios de sangre y fuego. Lo hacen mientras “la reina que nunca fue” grita de dolor. La sucesión Velaryon ahora depende de los hijos de la princesa heredera. Al mismo tiempo, Vhagar, el símbolo de poder de los Targaryen, vuela junto al barco en que viajan Aemond y su familia. El mapa de influencias se mueve, se hace más críptico. El futuro es pura incertidumbre en La Casa del Dragón.
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Menos para Laenor Velaryon. Durante el séptimo capítulo de La Casa del Dragón, avanza en secreto por el mar junto a Qarl Correy, a salvo del peso del deber y fuera de las intrigas del poder. La trampa urdida por Daemon y Rhaenyra le libró de una batalla cruenta, pero también de un lugar en la historia. Un giro que reescribe por completo la trama de la historia original. Pero que brinda nuevas posibilidades a la serie. El más inesperado giro de un séptimo episodio que despidió la juventud de la segunda generación Targaryen emparentada con Viserys. A la vez, también abrió la puerta para la futura y devastadora guerra civil.