En una de sus escenas más singulares, Andor, de Disney+, muestra Coruscant, capital del Imperio galáctico, desde un punto de vista discreto. La tienda de antigüedades de Luthen Rael está muy lejos del asombroso edificio del Senado y, también, del misterioso templo Jedi. En un giro inesperado, Andor explora desde lo doméstico la vida en un planeta aplastado bajo el puño del Imperio.
No obstante, cuando Mon Mothma llega en lo que parece una visita sorpresa, el escenario se transforma y se integra a una historia más peligrosa. Entre susurros y una atmósfera tensa, digna de un argumento de espionaje, ambos personajes debaten sobre el futuro. “La rebelión la necesita”, dice Rael, preocupado. “Hago todo lo que puedo hacer contra el poder”, responde la senadora.
La secuencia está muy lejos de las coloridas y, casi siempre, levemente humorísticas que suele incluir Star Wars en sus producciones. De hecho, todo el argumento tiene un tono sobrio y sofisticado que sorprende por su profundidad. En Andor, pocas veces pueden verse criaturas alienígenas o, incluso, los pintorescos escenarios con bandas musicales de diferentes razas planetarias.
Tampoco hay menciones a la Fuerza y lo misterioso. En realidad, Andor está mucho más interesada en lograr una personalidad madura y en eso se concentra. Una que la emparenta con un público que creció con la franquicia y que busca historias más profundas. Tras el relativo fracaso de El Libro de Boba Fett y la decepción que ocasionó el relato alrededor de Obi Wan Kenobi, Andor era una incógnita. Pero ha resultado ser no solo una sólida premisa con docenas de ventajas para la saga. También, un importante paso para comprender el universo en expansión de Star Wars desde una perspectiva novedosa.
Andor es el nuevo fenómeno del universo Star Wars que llega en exclusiva a Disney+
La fortaleza de Andor en medio de un momento incierto
Andor parecía un proyecto destinado a desaparecer entre las múltiples producciones a punto de estrenarse en la saga Star Wars. De hecho, comenzó su trayecto en la cultura pop con desventaja. No toca — ni está vinculada con — las historias fundamentales de la franquicia. Su argumento, en realidad, decidió enfocarse en lo que ocurre con un personaje virtualmente desconocido. Uno que, a pesar de la gran popularidad de Rogue One, no ocupa un lugar de importancia dentro de la mitología de la franquicia.
Cassian Andor no es una figura de relevancia — o eso parecía — para Star Wars en su conjunto. Pero Tony Gilroy escogió la historia de un renegado, expatriado de su planeta de origen, para contar algo más. Para profundizar en los habitantes anónimos — e incluso miembros del Imperio — que comienzan a comprender el peligro de un régimen totalitario. El punto de vista redimensiona la vida común de planetas, poblados e, incluso, personajes que hasta ahora habían pasado desapercibidos.
Ya fuera por la necesidad de Star Wars de analizar en sus narraciones mayores o por el inevitable vínculo con su trilogía original. Hasta el momento, la mitología imaginada por George Lucas apenas prestó atención a héroes discretos. Eso, a pesar de que la saga en la pantalla grande creció en el número de relatos acerca del tronco principal de su trama. No obstante, en pocas ocasiones se arriesgó a hablar de la galaxia más allá de palacios, senados y templos históricos.
Andor lo hace con una habilidad que sorprende. Desde la comunidad ferozmente leal de Ferrix, hasta el selvático planeta Kenari. La serie analiza Star Wars con un tono sobrio que atraviesa el dolor y el miedo de cientos de criaturas sometidas a la crueldad. De las víctimas, rehenes, de los que no tienen otro remedio que oponer resistencia a un aparato militar y político que amenaza su vida con frecuencia. Es ese aire de conflicto complejo, doloroso y complicado brinda un sentido de peculiar poder a la franquicia como producto destinado a un nuevo tipo de público.
Una misión suicida que cambió la historia de Star Wars para siempre
Rogue One es considerada, casi de manera unánime, como una de las grandes películas de Star Wars. La épica que narró como un grupo de rebeldes dio su vida por el futuro de la Rebelión conmovió y sorprendió a los fanáticos.
También hizo algo más. Fue la oportunidad de comprender a los héroes a menudo invisibles de una batalla intergaláctica a gran escala. A los hombres y mujeres que pilotaban naves, se encargaban del trabajo sucio y, al final, no formaban parte del panteón de las grandes figuras centrales.
Se trató de un cambio total de tono y estilo narrativo. Por lo general, Star Wars suele sostener sus historias en personajes que se interconectan entre sí en el universo expandido. A la vez, en quienes están unidos a los héroes principales como Luke, Leia Anakin y Rey. De hecho, una de las grandes críticas que soportó la más reciente trilogía fue su dependencia de la original.
Algo que también se señaló con El Libro de Boba Fett y, especialmente, con Obi Wan Kenobi. Esta última rozó el peligroso riesgo de ser irrelevante a fuerza de nostálgica. Pues buena parte de su argumento se basó en una deliberada intención de rellenar espacios narrativos de circunstancias familiares para los fanáticos.
Aunque también intentó vincular a toda una nueva generación de espectadores con las figuras centrales de la mitología de George Lucas. El resultado fue decepcionante, incompleto y desigual. Al final, incluso la propia figura de del jedi fugitivo apareció deslucida en medio de un escenario plano y sin verdadero interés.
Pequeños personajes se hacen grandes gracias a Andor
Por otro lado, las producciones de LucasFilm suelen mostrar la capacidad del poder y el talento para sostener sus escenarios. Sus héroes son pilotos extraordinarios o herederos de legendarios linajes. Al mismo tiempo, son criaturas de inmensa sabiduría, que recorren caminos complicados que, al final, llegan a un punto de redención. Sin embargo, ¿qué ocurre con los millones de habitantes de planetas sin nombre? ¿Aquellos que no disponen de capacidades asombrosas, sino que solo son padres, hermanos, huérfanos o seres en busca de la libertad?
Andor pone el peso de su guion en esa percepción de la galaxia como un lugar profusamente habitado. En particular, en la forma en que esta densa población lucha contra el Imperio. Lo hace desde la humildad, las dudas, el desconcierto y las zonas morales grises. La serie no ha incluido — aún — pelotones de Stormtroopers y es muy poco probable la aparición de inquisidores Sith. Tampoco de razas de piel colorida o secretos asombrosos que revelan el sentido de la Galaxia desde la predestinación.
Andor Cassian es un hombre cualquiera bajo un régimen violento. Uno que trata de salvar su vida y que termina por encontrar un ideal. Incluso su antagonista no es un hombre de poder o un nombre relevante dentro de Star Wars. Syril Karn es solo un burócrata que lucha por probarse a sí mismo. Su escena en el capítulo tres, en la que aparece aterrorizado por la magnitud de sus errores en medio de la desolación de una Ferrix devastada por su torpeza, asombra.
Cassian Andor, un héroe anónimo
Tony Gilroy construyó un escenario en tonos apagados, de aire pesimista y con un héroe destinado a la muerte. No es un panorama sencillo. Mucho más que Rogue One, e incluso que la aclamada Star Wars Rebels, Andor muestra los horrores diminutos de la amenaza constante del poder. En esta ocasión, el héroe depende de su destreza y la historia de su evolución para llegar a un lugar de interés. En cuatro capítulos, la producción logró sostener un discurso novedoso que interpela a la saga a partir del contraste.
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Hace tres años, The Mandalorian mostró a un solitario hombre que quería llevar a cabo una misión. Andor tiene el mismo sentido de la eficacia de recursos y la construcción de personajes memorables a partir de lo simple. Con su trama alejada de los Skywalker y su guion elegante y dolorosamente realista, la serie da un paso hacia un punto desconocido de la saga. Justo lo que necesitaba la franquicia en un momento especialmente incierto de su producción.