Ahora que están de moda las sirenas, antes de discutir si deberían ser blancas o negras, es importante recordar algo que parece que olvidamos: no existen. Debatir si una criatura que no existe debería ser blanca o negra es como enfadarse por el color del pelaje de un unicornio. Por eso, es mejor dejar este dilema a un lado y centrarse en las sirenas que sí existen. O al menos en las que se intentó hacer creer a los turistas que existían.

Y es que en Japón hay una larga tradición de adoración a las sirenas. Su folclore cuenta con dos criaturas que distan mucho de la Ariel de Disney, pero podrían compararse con ellas. Una es el Amabie, consistente en una sirena con pico en vez de cola y tres aletas, y la otra es el Ningyo, un pez con cabeza humana.

Precisamente por eso, en el pasado eran muy comunes los relatos sobre avistamientos de sirenas en Japón. Las había incluso que se pescaban y se vendían a turistas por precios desorbitados. Otras se guardaban en templos, donde se adoraban por sus supuestos poderes curativos. Pero hoy en día sabemos que en realidad eran una especie de Frankenstein, construido a base de monos y peces. Algunos pescadores confeccionaban sus sirenas falsas para ganar una buena suma de dinero con ellas. Después, iban de mano en mano y hasta llegaban a conservarse momificadas, por lo que algunas han llegado a nuestros días, convirtiéndose en un preciado tesoro para científicos e historiadores.

Las falsas sirenas japonesas

Hiroshi Kinoshita, uno de los miembros de la Sociedad de Folclore de Okayama, se encontraba leyendo una enciclopedia sobre criaturas fantásticas cuando una sirena llamó su atención. Según relataba el libro, la criatura, de 30 cm de largo, fue pescada entre 1736 y 1741. El pescador la vendió a una familia adinerada, que conservó la sirena momificada en una caja junto a una nota con su historia. Después, nadie sabe muy bien por qué, esta acabó en un templo de la Prefectura de Okayama. 

Este apasionado del folclore de su país decidió ir al templo en busca de la sirena, que durante unos años había permanecido expuesta en una vitrina, pero más tarde se había guardado para evitar que se estropeara. 

Una vez que se hizo con ella, se puso en contacto con científicos de la Universidad Kurashiki de Ciencias y Artes para que intentaran averiguar el origen de la misteriosa sirena. Estos realizaron dos tipos de pruebas. Por un lado, tomaron imágenes de tomografía computarizada para tener más información del interior de la momia. Después, recogieron muestras de ADN, en busca del animal o los animales que habían llegado a confundirse con una sirena.

Así, vieron que en realidad era el resultado de la unión de un mono a un pez. Además, le habían añadido pelo y uñas humanas, para darle un aspecto más parecido al de la típica criatura mitológica. El fraude estaba claro y tampoco era una sorpresa, pues no era la primera vez que ocurría algo así.

Algo parecido ocurrió con la sirena de Feejee, una criatura supuestamente pescada en el siglo XIX, que fue vendida por unos pescadores, primero a unos turistas holandeses y después a comerciantes británicos. Finalmente terminó en Estados Unidos, en la colección privada de Phineas Taylor Barnum, el empresario circense que inspiró la película El Gran Showman (2017).

Cuando aquella sirena se analizó, de un modo similar a la de Okayama, se descubrió que era el resultado de coser el cuerpo de un orangután a la cola de un salmón. En este caso el resultado era aún más espectacular, con 91 centímetros de largo. Casi un metro de fraude, con el que se intentó hacer creer que un ser mitológico pudo existir en realidad. Ahora que sabemos que no era más que un timo, el dilema que mencionábamos al principio sigue siendo inútil. En la fantasía todo cabe y el color de piel de las sirenas debería ser totalmente indiferente.

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