Empezar la mañana a ritmo de Mozart debe ser algo trepidante. Parece que esto mismo pensaron unos productores de cerveza en México. Sí, no es fake. Según exponen los creadores de la birra mexicana Santanera, su cerveza ha sido elaborada al son de la música clásica del icónico compositor Wolfgang Amadeus durante 26 días sin parar. Ellos lo llaman "maduración sónica" y se quedan tan anchos.

¿Cuál es el propósito de semejante fantasía sonora? Pues concederle a la cerveza beneficios extra, según promulgan sus creadores. Dicen que los aromas de la cerveza son mejores ante semejante exposición acústica.

Parece una broma del Día de los Santos Inocentes, pero no lo es. ¿Podría tener esto algún fundamento científico? ¿O se trata de otra engañifa más de poca monta? Vamos a destriparlo.

¿Nuevos y mejorar aromas en la cerveza?

Como decíamos, una cerveza se ha hecho viral en Twitter. Este brebaje antológico ha sido motivo de burla y mofa dentro de la malévola red social. Y el motivo por el que lo ha hecho parece sacado de un cuento de hadas. O más bien de un manual de comedia. Textualmente, la citada marca de cerveza mexicana nos cuenta esto en su web: “A partir del proceso de fermentación exponemos a música clásica de Mozart 24/7, hemos comprobado que la música provoca un movimiento más dinámico y armonioso en la levadura, lo cual resulta en la creación de nuevos y mejores aromas”.

Que la música tenga un efecto jolgorioso en el ser humano es algo más que evidente. Algunas melodías son capaces de llenarnos de alegría, júbilo y regocijo. Eso es innegable. Pero tratar de extrapolar estos resultados a una bebida como la cerveza parece aventurado como poco. Cuanto menos atribuirse a una levadura que, a pesar de tratarse de un ser vivo —microscópico, pero ser vivo al fin y al cabo— no tiene pabellones auditivos por los que disfrutar de las baladas de Chayanne.

Es como si yo afirmo un día, así por las bravas, que el arroz con leche de mi abuela me sabe mucho más rico cuando escucho de fondo Buenas noches, señora de Bertín Osborne. Obviamente, no hay quien se lo crea. Porque no hay ningún argumento lógico detrás. No es creíble que el arroz esté más bueno ni que alguien vaya a escuchar una canción de Bertín Osborne. Para afirmarlo necesitamos datos e información científica que lo demuestre. ¿Hay algo de esto en la literatura científica, acaso? Spoiler: sorprendentemente sí.

Levaduras que se vienen arriba con el musicote

Cabe la posibilidad de preguntarnos si realmente existe alguna base científica detrás de todo este asunto musical. Para sorpresa de todos, las posibles ventajas de la exposición a música en la actividad de ciertos microbios ya han sido investigadas más de una vez. ¿Conoces los ingredientes básicos de la cerveza? Son malta, agua, lúpulo y levaduras. Las levaduras son responsables de iniciar el proceso de fermentación alcohólica que da lugar a la cerveza tal y como la conocemos. Precisamente, estas últimas integrantes de la cerveza han mostrado crecimientos superiores al ser expuestas a ciertas vibraciones sonoras. 

Es lo que muestran estudios científicos como este y este, donde las levaduras crecieron aparentemente un 23% más al escuchar sonidos a 90 dB en comparación con la ausencia de ruido. ¿A qué se debe esto? Probablemente poco tenga que ver si el sonido proviene de las cuerdas vocales de Lady Gaga o de David Bustamente. Lo que parece provocar estos cambios en el crecimiento microbiano son las vibraciones proporcionadas por las ondas mecánicas procedentes del sonido. Es algo que en el campo de la microbiología lleva muchos años siendo estudiado, por lo que no es ninguna novedad.

Además, 90 decibelios (dB) se puede considerar una intensidad de sonido bastante alta. Son los decibelios atribuidos a una sirena de policía, un atasco de tráfico o el paso de un tren. Por lo que, o bien la música de Mozart está a todo trapo, o difícilmente se alcanzará dicha intensidad sonora. Una prueba más de que, según parece, lo que realmente podría influir en el crecimiento de la levadura no es la música, sino el movimiento físico de las ondas sonoras. Quizá la próxima campaña cervecera debería aprovechar el ruido de un martillo neumático. O de una rave.

No se puede decir en un etiquetado lo que nos dé la real gana

Sin embargo, y a pesar de ello, trasladar estos resultados a un ámbito más cotidiano resulta sumamente arriesgado. Hay que coger las conclusiones de estos estudios con muchas pinzas. Más aún si tenemos en cuenta las declaraciones que ejerce la mencionada marca de cerveza, donde atribuye bondades intangibles a un alimento. Aunque suene ridículo para muchas personas, lo cierto es que no se puede indicar cualquier cosa en un etiquetado alimentario. Hay leyes que lo regulan, y al menos en la Unión Europea se es bastante exigente con la información que aparece en el envase de un producto.

Existen registros de declaraciones saludables que explican cómo y cuándo se puede atribuir un beneficio a un ingrediente o a un producto concreto. Vamos, que todo se controla al milímetro. Por ello, decir que una cerveza tiene mejores sabores por haber sido expuesta a Las bodas de Fígaro es el equivalente a engañar y desinformar abiertamente a los consumidores. Además, el propio consumidor puede acabar rechazando a la marca por sentirse directamente tomado por idiota. En ocasiones este tipo de estrategias de marketing pueden tener un efecto negativo más que positivo.

En definitiva, teniendo en cuenta que hablamos de parámetros muy subjetivos como son el sabor y el aroma, resulta difícil creer que algo tan anecdótico como enchufar la cuenta de Spotify vaya a tener un resultado crucial sobre el sabor final de la cerveza. No te dejes engañar por campañas de marketing sin fundamento científico. Y, si tienen algún tipo de fundamento por mínimo que sea —como es el caso— trata de averiguar hasta qué punto es real lo que el fabricante promete. En la gran mayoría de ocasiones podemos encontrarnos con sorpresas no demasiado gratas.

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