Vortex (2021) se ha estrenado en la plataforma española de Filmin. La idea para la historia terrible que nos cuenta Gaspar Noé en las dos horas y veintidós minutos que dura, salió de “la vida real” según nos dice en una entrevista durante la que se muestra muy comunicativo. Y ahonda en ello con estas palabras: “Mi abuela sufrió demencia senil cuando yo tenía unos veinte años y, hace unos diez, los dos últimos de su vida, mi madre también perdió la cabeza”.
“Primero, con problemas de memoria. Después, de reconocimiento; se perdía en la calle y estaba muy acelerada. Le diagnosticaron epilepsia no convulsiva y no podía dormir. Volvía loco a mi padre porque le impedía dormir a él también”, recuerda. “Y llegó un momento en que se le descompuso toda la realidad y vivía en un estado de terror permanente; y falleció. Y, desde aquella época, quise hacer una película sobre el verdadero horror de la existencia con demencia senil”.
No por una necesidad personal sino porque es de sumo interés dramático. “Puede ponerte en situaciones mucho más pesadas, en las que la gente decae y solo empeora”. El deseo de Gaspar Noé era abrirse a mostarnos en Vortex “un tipo de realidad que pocas veces ha visto en el cine de ficción o en documentales”, la de personas con esta enfermedad mental, que “entran en un estado de pavor que es peor que cualquier otro drama”. Pero “sin hacer una película de terror psicológico”.
Representar en el cine el terror último del ser humano en ‘Vortex’
Según expone el cineasta argentino, lo que aborda en este filme “está considerado la cosa menos comercial del mundo” y, aunque “la gente le tiene mucho más miedo al Alzheimer o a la senilidad que a la guerra, al sida, al COVID-19”, hemos nacido “para envejecer y morir descompuestos del corazón o de la cabeza”. Y admite: “Me cansé de rodar a adolescentes que quieren drogarse y follar. La vida no es tan solo bailar, follar y drogarse. Fue mi vida mucho tiempo, pero ahora ya no”.
“Hace unos años, hubo una película que fue contraejemplo, tuvo premios y funcionó comercialmente: Amor [2012]”, apunta Gaspar Noé. “Me gusta mucho. Lloré muchísimo [viéndola]. Pero Haneke no inventó la vejez. Todo el mundo va a ser viejo, y tiene a sus padres o sus abuelos que se murieron. ¿Por qué tomó tanto tiempo representar en el cine algo que es el terror último de todo ser humano?”. Excelente pregunta, amigos cinéfilos. Y él ha aportado Vortex.
Como señalaba, “hay pocas películas que muestren la senilidad y es más frecuente. Violaciones has visto cien millones en el cine; atracos a bancos, doscientos millones, que casi no ocurren. La senilidad, en todas las familias. No hay una persona en este mundo que no tenga al menos a alguien que ha perdido la cabeza y no puede reconocer a sus hijos”. Admitamos que tiene toda la razón, y que el séptimo arte no puede permanecer al margen de este asunto.
De ‘Amor’ a ‘El padre’ según Gaspar Noé
“Quizá hay otros largos que se han podido hacer, entre las cuales, la mía, casi más documental”, prosigue Gaspar Noé. Pero, para reproducir esta “realidad omnipresente” de la vejez, “de la descomposición física y mental, que son mucho más patéticas y más duras que [lo que muestra en] su filme, que es casi muy púdica”, estuvo “viendo a gente en los pisos para ancianos y la realidad de los hospicios [en Francia], y es cien veces peor que en su película”.
“Hay una iraní con un personaje con Alzheimer que está muy bien: Nader y Simin, una separación, de Farhadi [2011]. Y sale el abuelito que se escapa y que desaparece. Yo viví situaciones parecidas”, confiesa el realizador argentino. “El padre [2020] es muy teatral”, pero le encantaron sus similitudes con Videodrome (1983), cuando “no sabes en qué dimensión estás ni quién es quién; como en los sueños, que de repente tu padre viene a casa pero tiene el cuerpo de otra persona y sabes que es tu padre”.
“En la película [de Florian Zeller], que está filmada como una normal, te toma cierto tiempo entender que uno está interpretando la historia como el personaje con Alzheimer la está viviendo”, detalla Gaspar Noé. “Entonces, no sabes si la enfermera es la enfermera o es la hija, y hay una confusión de quién es quién, y esa inversión de roles está muy bien escrita y funciona. Es durita formalmente pero, a nivel de escritura, está muy, muy inspirada y me emocionó”.
Actores camaleónicos
“A veces, hay películas que ves y piensas: «Sí, este [actor] puede ganar un premio». Y era evidente que [Anthony Hopkins] podía ganar el Oscar [por El padre] y lo ganó”, opina el autor de Vortex. “Pero la última que vi y dije: «Joder, nunca había visto a un actor transformarse tanto» fue en la que Gary Oldman hizo de Churchill, El instante más oscuro [2017]. Lo ves y, durante toda la película, dices: «Este no puede ser Gary Oldman». En dos o tres secuencias de la película le reconoces por los ojos.
“«No me lo puedo creer». Me fascinan esos actores que se pueden transformar en otra persona”, afirma Gaspar Noé. “Y, por ejemplo, si conoces a Françoise Lebrun, ves que habla rápido y que tiene mucho vocabulario. Así que, para ella, componer a una mujer con Alzheimer y comerse las palabras era difícil porque, realmente, es un rol de composición. Y, en la vida, es lo contrario de lo que se ve [de ella] en la pantalla. También hizo un trabajo de camaleón pero sin prótesis”.
Por otra parte, no deseaba que hubiese escenas humorísticas en Vortex, “pero Dario Argento es muy divertido. El que hace del hijo [Alex Lutz] es un cómico de la tele, pero en la película es tristísimo”. Y, en cuanto a Argento, “su manera de hablar y sus improvisaciones a veces son divertidas porque así es él en la vida, te hace reír”. A pesar de ese carácter, fue el primero en el que pensó para el papel del anciano. Como en Françoise Lebrun para el de su pareja.
‘Vortex’ y los ojos del miedo
“Ellos no se conocían. Ella nunca había visto una película de él y él no había visto la más famosa de ella, La mamá y la puta [1973]. Pero se entendieron”. Y ella no sabía nada de la obra de Gaspar Noé. “La invité a ver Lux Æterna [2019]. No soy lo que se diría su familia del cine: pasó toda su vida en la Cinemateca Francesa, es adicta a Mizoguchi, a Renoir y a otros. Pero, el día que la conocí, le pedí su número. Y pensaba hacer esta película sobre una mujer mayor y quería que fuese ella”.
“Rodamos muy rápido, de manera cronológica. Y, así como Dario Argento no hace de él sino de un crítico de cine pero se comporta como si fuese él mismo, ella tenía que interpretar un tipo de estado mental que no conocía”, refiere el cineasta. “Creo que nunca ha estado cerca de casos de demencia pese a su edad, y le mostré documentales de mujeres con Alzheimer y otras cosas. Y vídeos de mi madre. Sobre todo, para mostrarle en qué estado se pone la gente y cómo mueve los ojos”.
“Porque te das cuenta tan solo con la mirada de que la persona se encuentra en un estado de terror y, en tres semanas, está en otra dimensión”, abunda Gaspar Noé. “Se trataba de que [Françoise Lebrun] actuara con sus ojos para imitar este tipo de estados de pavor permanente, en los que todo es inquietante”. Y, tanto como en la experiencia terrible del tocayo de Anthony Hopkins en El padre, los espectadores se percatarán de que la de la actriz francesa en Vortex respira verdad humana.
La anécdota de Bernardo Bertolucci y Kenji Mizoguchi
“Filmé a Dario Argento hablando [por teléfono] con un crítico de cine muy amigo de él, Jean-Baptiste Thoret, que estaba en el cuarto de al lado, y discutían”, relata por otra parte. “De sus treinta minutos de conversación, me quedé con cinco solamente. Y Dario decía: «Sí, yo no sueño como Fellini y Bertolucci»”. Y yo pensaba: «Pero ¿por qué habla de Bertolucci? Si nunca hizo películas oníricas que yo sepa». Pero le salieron los dos, y Bertolucci era muy amigo de él”.
“Fue su coguionista en aquella película de Sergio Leone [Hasta que llegó su hora]”. «Con Bertolucci hablé de estos temas»”, continúa Gaspar Noé. “Y, de repente, se me ocurrió: «A ver si te grabo diciendo ‘Mizoguchi’». Para que el crítico de cine dijera: «Sí, yo no sueño como Fellini o Mizoguchi». Reemplazamos «Fellini» con «Mizoguchi» y quedó perfecto. Y todo el mundo dice: «Sí, está hablando de uno de los grandes [directores] clásicos del cine». Pero Mizoguchi hizo películas de fantasmas”. Y se ríe por la travesura.
Gaspar Noé y el complicado lenguaje de los sueños
“La representación de la película es muy realista”, señala este artista afincado en Francia. “Hay otra en la que intenté reproducir un poquito lo que es el lenguaje mental de reinterpretación de la vida en la realidad: Enter the Void [2009]. Y a ratos funcionaba. Es totalmente artificial. [Porque] es difícil acercarse al lenguaje de los sueños, las pesadillas y las alucinaciones. Parece fácil pero, las pocas veces que lo intenté, apenas me acerqué”. Se subestima, nos da la impresión.
“En cambio, hay películas como Cabeza borradora [1977] o una de Maya Deren que se parecen mucho a los sueños, que son en blanco y negro y [en los que] casi no hay diálogos”, prosigue Gaspar Noé. “Y vi una buenísima, que se había perdido hace cuarenta años y nunca se estrenó y que Guillermo del Toro me regaló: The Appointment [1981]. Es una obra maestra desconocida del cine inglés que acaba de ser acreditada por el Instituto de Cine Británico, y a ratos parece escrita en el lenguaje de los sueños”.
De las crueldades de la vejez a las de la infancia, principios y finales
Pero “lo que le gustaría hacer ahora es una película con niñitos; algo muy dramático, pero con niños, que son crueles”. Puesto que “puedes hacer una de terror puro solo con niños martirizando a otros niños o viviendo situaciones que no deberían. Por ejemplo, cuando ves la japonesa sobre la bomba atómica, La tumba de las luciérnagas [1988], es tristísima pero con niños y un tema de ese tipo”. Esperemos que ni se le ocurra pensar en Narciso Ibáñez Serrador.
“En Vortex te identificas con Dario y con Françoise, pero también puedes hacer un filme con dos niñitos y te identificarías con ellos tratando de sobrevivir”, sugiere Gaspar Noé. “Hay uno de los años cincuenta que se llama Juegos prohibidos [1952] —galardonada en los Oscar, los BAFTA o el Festival de Venecia— con dos chiquitos que viven la Segunda Guerra Mundial. Quizá me gustaría pasar ahora a una películas vista desde la perspectiva de los niños”. No parece mal momento.
Su nueva propuesta no es tan provocadora porque, según él, “bebió menos alcohol [mientras la rodaba]”. Y se ríe al hablar de ello. “Hay películas que hice un poco drogado y otras que hice un poco borracho. Esta la hice tranquilito”, remata. Lo que no resulta ningún impedimento para su energía: “Es fundamental que un filme empiece fuerte y termine fuerte. En el trayecto pueden pasar veinte mil cosas pero, para mí, las dos secuencias más importantes de una película son la primera y la última”.
Las pasiones y los amores cinematográficos de Gaspar Noé
“La primera [secuencia] favorita en la que puedo pensar es el comienzo de Un perro andaluz [1929] y, entre los finales de películas que más recuerdo, está el de La matanza de Texas [1974]”, nos revela Gaspar Noé. Y “hay directores a los cuales se siente cercano. Por ejemplo, la última película de Lars von Trier, La casa de Jack [2018], le pareció divertidísima. O una de Ulrich Seidl que se llama Paraíso: Esperanza [2013] y Happiness, de Todd Solondz [1998]”.
Porque “hay cierta forma de humor muy pesado que le encanta, el cual también Buñuel o Berlanga tenían. Hasta ve las películas de Eloy de la Iglesia y se divierte con ellas”. Sin embargo, “Bergman, por ejemplo, no le cae bien porque no tiene humor”. Y ahonda en sus querencias cinematográficas: “Puedes tener tus amores principales y después, pasiones. Crecí viendo películas de Kubrick, de Pasolini… Luego descubrí Cabeza borradora, a Fassbinder…”, asegura.
“Tengo veinte mil directores favoritos, pero últimamente he estado viendo todas las películas de [Keisuke] Kinoshita, de Eloy de la Iglesia, del que a veces me ha costado encontrar algunas y he recurrido a una copia pirata”, nos dice Gaspar Noé con una sonrisa guasona. “Y ahora estoy viendo mucho cine iraní. Va por épocas: de repente, descubres una película y de un director y quieres ver todas las suyas, la obra integral”.
“Estuve reviendo la obra de Fellini también. Hay una [película de él] que me encantó, que vi de niño y la había olvidado; buenísima: Los clowns [1970]. Hizo un documental sobre los payasos para la tele, y es hermosísima esa película”, afirma. “Y, durante el confinamiento, antes de hacer Vortex, hasta entonces había visto una sola película de Mizoguchi y, de pronto, vi una, dos, diez y busqué hasta las más improbables y vi como treinta suyas. Le tengo más cariño a Mizoguchi que a Bertolucci”.