Hay películas cuyos no se sabe si imprevistos escándalos alimentan la curiosidad del público y, si los que ponen el grito en el cielo por la repulsión que les ocasionan pretendían dificultar de algún modo que las viera mucha gente, les suele salir el tiro por la culata como con todo buen efecto Streisand. En cualquier caso, **no podemos hablar de la última obra del director danés Lars von Trier como si nunca hubiese estado envuelto en alguna polémica**, pero resulta imposible saber si él las busca de forma consciente o si, en verdad, sus planteamientos de arte cinematográfico son controvertidos de por sí para los que acostumbran a ejercer de santiguaderas, sobre todo en los tiempos de mojigatería triunfante que vivimos, pero tal como ha pasado con los artistas en la historia completa de la humanidad por la incomprensión obtusa de siempre.

Que la filmografía de Von Trier le revela como un autor de cine valioso no es algo que se pueda discutir con facilidad: entre sus catorce largometrajes para la gran pantalla, encontramos propuestas tan rompedoras e impresionantes como la dolorosísima *Breaking the Waves (1996), la excéntrica Los idiotas (1998) o ese musical extraño y absolutamente devastador que es Dancer in the Dark* (2000). Aparte de los rasgos audiovisuales que le hemos llegado a conocer bien con el transcurrir del tiempo, como su preferencia por el uso de la cámara en mano y el barroquismo muchas veces surrealista de sus raras estampas conceptuales, con él tenemos la misma genialidad de otros cineastas como Ingmar Bergman (Secretos de un matrimonio) **o Alan Ball* (A dos metros bajo tierra*) para mostrarnos las hirientes miserias humanas.

la casa de jack lars von trier crítica
Zentropa

*Todo ello vuelve para removernos en su última película, La casa de Jack* (2018), un incómodo thriller sobre el implacable asesino en serie al que interpreta el reivindicado Matt Dillon* (Albino Alligator*) sin una sola tacha, que huye con decisión del relato simple que es común en el género y nos ofrece una ensalada muy singular, pero de ninguna manera caótica o sin motivo, de situaciones en las que el compulsivo Jack hace de las suyas, intercaladas con montajes documentales y una misteriosa conversación intelectual en voz en off, que sitúa el comienzo in media res, sobre el carácter, las ideas y las razones del comportamiento violento de Jack, con ingredientes de reflexión artística y una metafórica secuencia de animación. Y, cuando Von Trier deja caer una pequeña pista en el diálogo y la historia se encauza por los rieles de la parte final, nuestra comprensión del gran giro satisface mucho y la película se eleva.

Por otro lado, **el atroz asunto central del argumento, la trayectoria psicopática del protagonista y su masacre, no es materia ajena a Von Trier ni por asomo*, ya que los males personales o de la sociedad que conducen a la violencia han sido tratados por él desde sus inicios como realizador; y ahí se hallan El elemento del crimen (1984), Europa (1991), Dogville (2003) y Manderlay (2005) o Anticristo (2009). Pero, si lo que diferencia con claridad el análisis de las mezquindades de los seres humanos y sus canalladas en el director de Melancolía* (2011) frente a Bergman o Ball es que se atreve a zambullirse en los entresijos de la perversidad, traspasando los límites que separan la culpabilidad menor de la monstruosa, o le atraen estas cuestiones peliagudas, su coherencia al escribir un guion sobre la falta de empatía más abominable que existe no se puede poner en duda.

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Con sus interpretaciones, Siobhan Fallon Hogan (Wayward Pines), Sofie Gråbøl (Pelle, el conquistador), Riley Keough (*Mad Max: Fury Road) y, especialmente, Bruno Ganz (Los niños del Brasil), Uma Thurman (Sweet and Lowdown) y Jeremy Davis (Perdidos*) le dan una réplica idónea a Dillon. Y seguro que todos ellos entendieron la propuesta de Von Trier para aceptarla, que todo lo que proviene de Jack como villano es maligno, sea la violencia enfermiza, los planteamientos tóxicos, las compulsiones o la misoginia manifiesta, porque es lo que constituye su perfil como asesino en serie. Y, si lo que se muestra le resulta ultraviolento a alguien, uno se pregunta dónde ha estado desde que empezó la ola de slashers en los últimos años sesenta, cada vez de mayor explicitud, o el cine bélico más realista. Mientras tanto, los demás **podemos ir dándole vueltas a si incluimos La casa de Jack entre lo mejor que nos hemos zampado este 2019**.