Cuando un grupo de unos pocos científicos alertó a finales de la década de 1970 del declive de la capa de ozono, pocos les tomaron en serio. Por suerte, con el tiempo se comprobó que estaban en lo cierto, por lo que se comenzaron a tomar medidas para evitar que nuestro planeta quedase a merced de las radiaciones más peligrosas del Sol. Sin embargo, mientras que la ciencia ha intentado buscar soluciones, también ha avanzado en otros ámbitos que, sin quererlo, han vuelto a poner el problema sobre la mesa. Es el caso de los viajes espaciales.
Según un estudio publicado recientemente por científicos del Instituto Cooperativo de Investigación en Ciencias Ambientales Christopher Maloney, si los viajes espaciales siguen la tendencia que llevan hoy en día, en solo 20 años se generarían cambios muy importantes en la circulación atmosférica y el ozono se reduciría peligrosamente, sobre todo en el hemisferio norte.
Esto se debe a la liberación de una sustancia conocida como carbono negro, que absorbe la luz solar y retiene el calor. Por lo tanto, los viajes espaciales están provocando su propio efecto invernadero. Y esa es una malísima noticia.
La triste historia de la capa de ozono
Mario Molina, Frank Sherwood Rowland, Joe Farman, Brian Gardiner y John Shanklin se encuentran entre los científicos que más hicieron por dar a conocer el declive de la capa de ozono.
Después de que se observara que su grosor estaba disminuyendo dramáticamente en algunos puntos del planeta, los dos primeros describieron uno de los principales responsables de este problema: los clorofluorocarbonos (CFC). Aunque en un inicio se le restó importancia, finalmente se tomaron en serio sus investigaciones y estas sustancias se prohibieron en muchos lugares del mundo. Además, en 1995 se les concedió el Premio Nobel de Química por sus hallazgos.
Entre esos dos momentos, en 1985, Farman, Gardiner y Shanklin habían descrito un agujero especialmente preocupante en la capa de ozono. Se encontraba justo sobre la Antártida y, si no se hacía algo para que se recuperase, todo el planeta podría sufrir las consecuencias.
Se han tomado muchas medidas desde entonces y, gracias a ellas, la capa de ozono se ha ido recuperando poco a poco. De hecho, en 2016 se anunció que el agujero de la Antártida había empezado a cerrarse. Aunque, lamentablemente, en 2020 se dio a conocer la apertura de un nuevo agujero, esta vez en el Ártico. Mientras tanto, la ciencia ha ido avanzando por otros caminos.
La carrera espacial se ha mostrado imparable, con nuevos planes para ir a la Luna o incluso para pisar Marte por primera vez. También se han lanzado multitud de naves y robots para explorar el espacio. E incluso se ha comenzado a practicar el turismo espacial. Pero, lamentablemente, todo el planeta está pagando caro esos viajes espaciales. Ahora cabe preguntarse hasta qué punto estamos dispuestos a llegar.
El peligro de los viajes espaciales
Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), los cohetes usados en los viajes espaciales liberan una media de 1.000 toneladas de carbono negro al año.
Esto supone, por un lado, un efecto invernadero que se suma al que ya se encuentra potenciando el calentamiento global. Pero, además, se ha visto que puede dañar la capa de ozono. Una de las funciones de esta es precisamente evitar que las radiaciones más dañinas del Sol lleguen a la superficie terrestre. Por eso, por un lado, el calentamiento sería aún mayor; pero, por otro, aumentarían los daños ejercidos por estas radiaciones. Eso significa que, por ejemplo, podrían aumentar los casos de cáncer de piel.
Ahora bien, ¿qué se puede hacer para evitarlo? ¿Estarían dispuestas las agencias espaciales y compañías privadas como SpaceX a reducir sus vuelos espaciales? Es una respuesta compleja. Desde luego, se intenta probar nuevos combustibles, pero de momento ninguno ha resultado ser suficientemente eficaz y rentable.
También se han diseñado estrategias de lo más curiosas. Por ejemplo, existe una compañía de turismo espacial que pretende lanzar al espacio una nave impulsada por un globo de hidrógeno. Quieren seguir con esta tendencia de enviar millonarios más allá de la Tierra, pero de una forma más sostenible. Eso sí, de momento su idea no es más que eso.
Habrá que esperar para ver si se buscan soluciones. Pero, mientras tanto, el carbono negro sigue acumulándose en la atmósfera cada vez que damos uno de esos pequeños pasos para un hombre que, en realidad, pueden suponer un inmenso precio para la humanidad.