México y el mundo entero lloran hoy la muerte de Mario Molina, el único científico Premio Nobel del país latinoamericano. Por casualidades de la vida nos deja precisamente la semana de los galardones.

Él se va, pero no todo lo que hizo por la humanidad al abrirnos los ojos sobre uno de los problemas más grandes a los que se ha enfrentado y se sigue enfrentando la Tierra: el agujero de la capa de ozono.

La ciencia se queda tras la muerte de Mario Molina

Mario Molina nació el 19 de marzo de 1943, en la ciudad de México. En 1960 comenzó sus estudios de ingeniería química en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se graduó cinco años más tarde.

Continuó después con sus estudios en la Universidad de Friburgo, en Alemania, con diversas estancias posteriores en París y la Ciudad de México. Pasado este periodo, en 1973 comenzó sus estudios de doctorado en la Universidad de Berkeley, en California. Y allí fue donde conoció a Frank Sherwood Rowland, el hombre con el que compartiría el Premio Nobel de Química dos décadas más tarde.

Ambos centraron sus investigaciones en la química ambiental, concretamente en el papel que tenían unas sustancias, conocidas como clorofluorocarbonos (CFC), en el deterioro de la capa de ozono. Publicaron sus resultados en 1974, en Nature, pero la comunidad científica no recibió bien su trabajo. La mayoría pensaban que pecaban de alarmistas y que sus conclusiones eran exageradas.

Pero ninguno de los dos se rindió. Eran conscientes de lo que podría pasar al planeta si el mundo no les hacía caso y no iban a permitirlo. No dejaron de insistir en dar a conocer sus resultados, hasta que todo el mundo oyó hablar sobre el inminente agujero de la capa de ozono. Finalmente, en 1987, sus indicaciones se tuvieron en cuenta durante el Protocolo de Montreal; en el que, entre otros asuntos, se acordó que los países firmantes prohibieran el uso de CFC.

El agujero se sigue cerrando

A día de hoy, gracias a aquellas medidas, el agujero de la capa de ozono se sigue recuperando, aunque con algunos baches para los que ya sabemos como actuar gracias a la investigación de Molina y Rowland. Si bien hay quien piensa que los refrigeradores y envases con dispersión por aerosol siguen teniendo CFC, hace tiempo que no se usan en buena parte del planeta.

El hallazgo de esos dos científicos claramente merecía un reconocimiento, de ahí que en 1995 recibieran el Premio Nobel de Química. Pero no es el único galardón que ha recibido este científico mexicano. Entre otros muchos, a lo largo de su carrera se le otorgaron los premios Tyler y Essekeb, de la American Chemical Society, el Newcomb-Cleveland, de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, el Premio Volvo de Medio Ambiente y la medalla de la NASA, en reconocimiento a sus logros.

Además, un edificio de la Ciudad Universitaria de la UNAM lleva su nombre y es Oficial de la Orden de Orange-Nassau del Reino de los Países Bajos. Posiblemente estos sean los primeros de muchos homenajes, pero los próximos ya serán a título póstumo.

La muerte de Mario Molina tuvo lugar ayer, 7 de octubre, en la ciudad que le vio nacer. Pero su ciencia se queda con nosotros, en un planeta un poco más a salvo gracias a su esfuerzo. ]