Suele decirse que los presidentes del gobierno envejecen más deprisa durante el cargo. No es para menos, pues tienen que lidiar con mucho estrés. Sin embargo, más allá de las apariencias, generalmente tanto ellos como el resto de políticos suelen tener una calidad y esperanza de vida superior a la del resto de la población. Al menos, esa es la conclusión de un estudio recién publicado por científicos de la Universidad de Oxford.

En él han analizado las cifras de esperanza de vida de los políticos y la población general de 11 países, desde 1945 hasta 2014. Además, de siete de ellos disponían de información anterior y/o posterior, por lo que contaron con datos desde 1816 hasta 2017. Con esas cifras en la mano, han podido comprobar una brecha que se ha ido haciendo cada vez más y más grande desde mediados del siglo XX.

Las causas no están claras, aunque la mayoría de hipótesis señalan a privilegios, tanto a nivel económico como en lo referente a acceder a determinados tratamientos antes que el resto de la población. Al fin y al cabo, ya no estamos hablando de la época de políticos como Robespierre. Hoy en día, se trata de una profesión mucho más segura. O al menos debería serlo, eso es lo justo. Lo que no parece tan justo es el tema de los privilegios. 

Esperanza de vida de los políticos a través de los tiempos

En el estudio se analizan datos de 11 países: Italia, Austria, Reino Unido, Suiza, Alemania, Francia, Países Bajos, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá

De todos ellos se extrajeron datos de mortalidad de la población general y los políticos. Para estos últimos se tuvieron en cuenta el género, las fechas de nacimiento y muerte y las fechas en que alcanzaron el cargo. 

De algunos países se incluyeron también datos del siglo XIX

Hubo algunos casos excepcionales, como políticos que murieron a los pocos meses de asumir su cargo, algunos que entraron en política muy jóvenes, con 21 años, y otros que seguían vivos con 102 años. Pero, en general, se encontró cierta tendencia, que al compararse con la población general sacó a la luz dos etapas distintas.

Para empezar, durante el siglo XIX y principios del XX, la esperanza de vida de los políticos era muy similar a la de la población general. De hecho, en Canadá y Países Bajos la esperanza de vida a finales del siglo XIX era incluso menor que la del resto de la población.

No obstante, a medida que se avanza en el siglo XX, la esperanza de vida de los políticos va haciéndose cada vez mayor, generando una gran brecha en comparación con la población general. Esta brecha va desde los 3 años en Suiza hasta los 7 en Estados Unidos. Además, llaman la atención datos como que en Italia un ciudadano cualquiera tiene 2,2 veces más probabilidad de morir en el próximo año que un político de su mismo género y edad.

Esto último es importante, ya que la esperanza de vida de las mujeres suele ser mayor. Y de hecho, es una de las limitaciones del estudio; ya que, en general, en la mayoría de países no entraron mujeres en política hasta la década de 1920. Por ese motivo, antes de esa fecha solo se pudieron tener en cuenta los hombres de la población general. Si no, la comparación no habría sido justa. Después, las mujeres fueron asumiendo más cargos políticos, pero incluso a día de hoy solo representan un porcentaje muy bajo de los datos, que va desde el 3% en Francia y Estados Unidos hasta el 21% en Alemania. 

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¿A qué se deben las diferencias que encuentra el estudio?

La brecha parece obvia al analizar estos países. Lo que no está tan claro es el motivo que lleva a esas diferencias. 

Los autores del estudio señalan que, en general, los cambios en la esperanza de vida suelen darse coincidiendo con el aumento o la caída de las tasas de determinadas enfermedades. O incluso de determinados hábitos.

En sus inicios, los tratamientos frente a la hipertensión pudieron tener un acceso más sencillo para los políticos

Por ejemplo, citan el caso del tabaquismo. Durante mucho tiempo, las tasas de tabaquismo fueron muy altas, tanto entre los políticos como entre la población general. De hecho, se conocen muchos casos de políticos que fallecieron por enfermedades relacionadas con este hábito. Uno de ellos fue Ulysses Grant, quien presidió el gobierno de los Estados Unidos desde 1869 hasta 1877, ocho años antes de morir por un cáncer de garganta.

A medida que se fueron conociendo los efectos perjudiciales del tabaco, su consumo fue disminuyendo, aunque está claro que no lo suficiente. Y parece ser que los políticos, quizás por dar buena imagen o quizás por disponer de más información, redujeron este consumo antes que el resto de la población.

Por otro lado, también hay diferencias remarcables en las enfermedades cardiovasculares. En el pasado no había muchas diferencias. Se ve en casos como el de Winston Churchill, primer ministro de Reino Unido desde 1940 hasta 1945. O también en el de Franklin Roosevelt, quien fue presidente de los Estados Unidos desde 1933 hasta 1945. Ambos padecían hipertensión y los dos murieron por un derrame cerebral. Era una época en la que los perjuicios de la hipertensión aún no estaban del todo claros. Sin embargo, los estudios realizados durante la Segunda Guerra Mundial mostraron que podía disminuir la esperanza de vida hasta cinco años.

En ese momento se empezó a desarrollar un mayor número de tratamientos, capaces de mantener este problema a raya. Pero, desgraciadamente, en sus inicios el acceso a estos tratamientos podría haber sido más fácil entre los políticos.

¿Y qué pasa con la COVID-19?

En el estudio, sus autores señalan que la COVID-19 podría haber afectado más a los políticos, ya que por su trabajo están en contacto con muchas más personas. No hay más que ver el caso de España, donde cayeron enfermos un gran número de políticos durante los primeros meses de pandemia. Sin embargo, no parece que la tendencia de la brecha haya cambiado en estos dos años.

Esto, según los científicos de la Universidad de Oxford, podría deberse, al menos en algunos países, a un acceso mucho más rápido a determinados tratamientos, como las vacunas. Cabe destacar que no ha sido así en todos los países. En España, por ejemplo, los políticos se han ido vacunando cuando les correspondía, según su grupo de edad. Pero en otros países sí que se les ha dado prioridad. Además, el estudio cita el caso de Donald Trump, que recibió un tratamiento valorado en medio millón de dólares estadounidenses.

¿Qué pasa con otras profesiones más allá de los políticos?

Con base en estos resultados, cabe hacerse una pregunta que también se han hecho los autores del estudio: ¿qué pasa con otros profesionales igualmente bien posicionados?

Estos científicos creen que, por ejemplo, podrían encontrarse datos similares en el caso de los jueces. Además, opinan que habría que ver si estas brechas son iguales o mayores en países con menores recursos económicos. Al fin y al cabo, todos los países que se han estudiado pertenecen a grandes economías.

Aún hay mucho más que investigar. Pero, sea como sea, de momento parece que, más allá del crecimiento de ojeras y nuevas canas, un cargo político no afecta demasiado a la salud de quien lo asume. Más bien todo lo contrario.

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