Hay multitud de historias en el cine sobre personajes retirados que no tienen más remedio que volver a la acción para solucionar algún asunto grave, hasta el punto de que hemos perdido la cuenta. Desde el Bill Munny de Clint Eastwood en Sin perdón (1992), pasando por el doctor Lecter de Anthony Hopkins en Hannibal (2001), hasta el otro asesino de Michael C. Hall en Dexter: New Blood (2021-2022). Y ahora, claro, se les une el Obi-Wan Kenobi de Ewan McGregor.

Si en el primer episodio de la serie dirigida por Deborah Chow para Disney+ se ponen las bases para que el jedi asuma su inevitable papel, a regañadientes, en una galaxia oprimida por el Imperio del Sheev Palpatine de Ian McDiarmid y el Darth Vader de Hayden Christensen, durante el segundo nos muestran cómo se propone acceder a la petición del Bail Prestor Organa de Jimmy Smits y acudir al rescate de la pequeña Leia, a la que interpreta Vivien Lyra Blaircon con sorprendente convicción.

El planeta Daiyu, en el que se desarrolla toda la trama, nos huele ligeramente a la Tierra que contemplamos en las dos películas de Blade Runner (1982, 2017). Por su populosa decadencia ultratecnológica y las triquiñuelas de los bajos fondos. Y Obi-Wan Kenobi añade aquí un detallito muy de agradecer: la charlatanería que existe en torno a los legendarios caballeros jedi con el Haja Estree de Kumail Nanjiani, un giro propio de una época fílmica en la que los mitos se derrumban.

Atención, ¡spoilers a continuación!

El Jedi vulnerable de Ewan McGregor

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Lucasfilm | Disney+

Lo de que el protagonista estuviese fuera de la circulación, en una vida gris sin nada que ver con las aventuras en las que se había involucrado por cumplir sus obligaciones pasadas, no es ninguna broma. Desde que empieza a enfrentarse a malhechores, a hacer algunas piruetas y a repartir guantazos, percibimos que no está en forma. Incluso su comunión con la Fuerza ha perdido gran parte de su efectividad, y su maestro, el difunto Qui-Gon Jinn de Liam Neeson, no le responde.

Bajo el dominio del Imperio, Obi-Wan Kenobi emprende una misión trascendental

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No obstante, esta vulnerabilidad manifiesta del Obi-Wan Kenobi de Ewan McGregor, tan alejada de las habilidades superheroicas que los jedis lucen en las películas de Star Wars y, así, más próxima a la fisicidad humana de alguien como el Din Djarin de Pedro Pascal en The Mandalorian (desde 2019), nos baja a este hombre mítico a un nivel personal que ayuda a que nos identifiquemos más fácilmente con él y, en fin, a que podamos valorar en mayor medida sus esfuerzos.

El giro letal y la conmoción de ‘Obi-Wan-Kenobi’

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Lucasfilm | Disney+

El segunda treta de la Reva de Moses Ingram para poderle echar el guante al famoso jedi, convirtiéndole en objetivo de todos los ganapanes sin escrúpulos de Daiyu, nos trae a la memoria el final de John Wick 2 y de su continuación (2017, 2019) con el propio sicario de Keanu Reeves y la Atla Mesa. Pero, también, esa misma jugada narrativa en el capítulo “The Sin” (1x03) de The Mandalorian con el Sindicato de Cazarrecompensas al completo detrás de Din Djarin a causa de Grogu.

El giro letal del insubordinado personaje cargándose al Gran Inquisidor en el último tramo del capítulo nos recuerda otras grandes traiciones entre los sith: desde la de Darth Vader despachando al Emperador Palpatine en Star Wars: El retorno del Jedi (1983) hasta la del Kylo Ren de Adam Driver haciendo otro tanto con el Snoke de Andy Serkis en Los últimos Jedi (2017). Así que, por muy triste que resulte perder al villano de Rupert Friend, no peca de incoherente.

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Ahora bien, el momento que de veras nos toca la fibra en ese episodio, más entretenido que el anterior pero tampoco verdaderamente intenso en su espíritu dramático, es en el que Obi-Wan Kenobi se entera de que Anakin Skywalker sigue vivo en la armadura de Darth Vader. Las emociones que logra transmitir Ewan McGregor con ese exigente primer plano se revelan tan matizadas y precisas en su conmocionado semblante que uno solo puede rendirse a la evidencia de su talento. Chapó.

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