Puede que en cualquier discusión, al consultarse sobre presidentes, surjan nombres con facilidad y, en cambio, si se pregunta por primeras damas, no surjan tantos nombres. Es parte de la visión patriarcal que se sostiene a través del tiempo. Sin nombres, es probable que tampoco se descubran sus logros ni se profundice sobre su legado. The First Lady, la serie producida por ShowTime y que se puede ver a través de Movistar y Paramount+, pone foco en tres de estas figuras para que, en la próxima charla, se pueda hablar con propiedad al respecto.
Es válido sospechar que, si la agenda de género no se hubiera abierto en distintas regiones durante los últimos años, series de este estilo quizá no se producirían. En The First Lady resuenan tanto los momentos pasados como los presentes, el auge de distintas figuras políticas femeninas en la actualidad, como el interés por honrar el legado de otras que parecen extraviadas en la historia o, al menos, en la oralidad. Eso explica su interés por recrear tres momentos históricos a través de tres personalidades.
Esas personalidades son Eleanor Roosevelt, la esposa de Franklin D. Roosevelt, interpretada por Gillian Anderson; Betty Ford, esposa de Gerald Ford, interpretada en la serie por Michelle Pfeiffer, y Michelle Obama, esposa de Barack Obama, quien es representada por Viola Davis. Tres mujeres que describen una época en particular, un momento distinto, y que están enlazadas por la sombra del machismo sobre ellas, junto con la presión implícita en el cargo.
The First Lady: entre lo documental y la ficción
La serie es dirigida por Susanne Bier, con una extensa trayectoria dentro del cine danés y el internacional. Conviene tener en cuenta su nombre porque el trabajo de integración de los distintos momentos históricos es eficaz, con transiciones bien elaboradas y útiles para el relato. Este detalle, sutil, facilita la historia que quiere contar: el rol de las primeras damas dentro de la Casa Blanca.
A través de tres personajes se compone un universo que puede resonar en distintos sectores de la sociedad. No se trata del lugar común de que “detrás de cada hombre hay una gran mujer”. Sino de mostrar el entorno en el que ese tipo de figuras (por apego al relato) se ha movido, revelando los distintos obstáculos que atraviesan, haciendo inevitables pensar que así, como ellas, tantas más; que el Poder, pese a las comodidades, no las libera de prejuicios y condicionantes sostenidos a través del tiempo.
The First Lady combina la representación de distintos momentos históricos con imágenes documentales; predomina lo primero por sobre lo segundo. El apego histórico no se siente como una limitante sino como un recurso necesario para dar verosimilitud a la trama. Dentro de cartel de estrellas que brillan en la producción, ninguna destaca más que Gillian Anderson. Su extensa carrera en cine, televisión y teatro se corona con interpretaciones como esta, en la que puede mostrar la fragilidad en la que se mueve a su vez emerger en el relato con una fuerza imponente.
Pero no todo es un tratado acerca del machismo y el feminismo. La serie se apoya en las historias de cada una para recrear distintas anécdotas de sus vidas, incluyendo cómo se acercaron a esos hombres con las que sus nombres quedarán emparentadas para la eternidad. Quien se acerque buscando ese tipo de curiosidades, las encontrará con suficiente espacio y sentido dentro de la producción.
La estética de la serie, un gusto visual
The First Lady se desarrolla en tres épocas distintas; que es como decir tres vestuarios distintos, tres escenografías diferentes, tres culturas ajenas entre sí, más allá del universo de referencias compartidos. Por mucho que Estados Unidos haya cambiado durante ese tiempo, aspectos como el machismo se sostienen. El mérito de esta serie es lograr recrear con criterio y efectividad todos estos aspectos sin que el cambio entre uno y otro incomodo.
Para eso es clave el trabajo en cuanto a vestuario, en especial cuando se trata de ir hacia la presidencia de Franklin D. Roosevelt, es tan importante dentro de esta serie: calza a la perfección con el lenguaje compuesto, con la historia que desea contar. Puede que el nombre de Signe Sejlund, la diseñadora de vestuario, no sea muy conocido dentro la industria. Sin embargo, como Susanne Bier, Sejlund es esencial dentro de la producción.
Así como una prenda, una sola prenda, dice en relación con el momento histórico, The First Lady se hace fuerte en los detalles, en frases, escenas sutiles que quizá no aporten demasiado al resto de la trama pero la sostienen en cuanto a mensajes, crítica social, y el gran homenaje implícito que late en la serie sin que esto signifique un relato edulcorado. Así como se les celebra también se exponen varios grises. Un valor que se agradece y que, por el contrario, hace más humanas las historias de esos personajes. Por tanto, más próxima a una realidad que ha afectado a tantas otras mujeres.