Durante la pandemia de coronavirus hemos visto la cara más amable de la ciencia. Gracias a ella se ha salvado una cantidad inconmensurable de vidas. Y se siguen salvando. Pero también hemos visto algunas de las malas prácticas de la ciencia. Hemos presenciado discusiones en las que los estudios científicos se lanzaban como armas arrojadizas, a veces sin tener una mínima comprensión de lo que se dice en ellos. También hemos observado cómo se daba la razón sin cuestionar a unos pocos científicos, a pesar de dar argumentos totalmente contrarios a los del consenso de la comunidad investigadora. Incluso hemos oído hablar del supuesto inventor del ARNm (spoiler: el ARN no se inventa). En definitiva, hemos visto lo mejor y lo peor de la ciencia.

Pero ninguno de los dos polos es algo nuevo. Esa cara negativa existe desde que la ciencia es ciencia. Aunque, afortunadamente, los problemas no han sido siempre los mismos. Algunos han desaparecido gracias a que los propios científicos han luchado para acabar con ellos. Unos pocos persisten y bastantes han aparecido nuevos. Estos últimos, lógicamente, son los que más nos interesan hoy en día. Por eso, la publicación en plena pandemia de Los males de la ciencia, del catedrático de Fisiología de la Universidad del País Vasco Juan Ignacio Pérez y el catedrático de Tecnología Electrónica de la Universidad Pública de Navarra Joaquín Sevilla, a cargo de la editorial Next Door Publishers, ha sido de lo más útil.

En este libro se ponen de manifiesto el riesgo de problemas como la desigualdad de oportunidades en ciencia, las malas prácticas en investigación o la falta de ética. En Hipertextual hemos hablado con sus dos autores precisamente sobre cómo han influido algunas de estas malas prácticas en la pandemia de coronavirus. Porque es bueno que todo esto haya servido para que la población vea en primera persona lo bueno de la ciencia, pero también es pertinente que se conozca lo malo. Porque, a veces, si algo no se conoce parece que no existe. La pandemia nos ha abierto los ojos a parte de esas malas prácticas de la ciencia. El resto de respuestas están en Los males de la ciencia.

Falacia de autoridad durante la pandemia de coronavirus

La falacia de autoridad, también conocida como argumento ad verecundiam, es aquella en la que se da autoridad para opinar a una persona simplemente por su prestigio. En ciencia suele ocurrir cuando se dan por sólidos los argumentos sobre ciencia de un científico simplemente por el hecho de serlo.

Lo hemos visto durante la pandemia de coronavirus con el recién fallecido Luc Montagnier. Se le consideraba un científico reputado. Y en cierto modo lo era. Al fin y al cabo, ganó el premio Nobel por el descubrimiento del VIH. No obstante, no todo fueron aciertos en su carrera científica. Por ejemplo, defendió algunas hipótesis sin evidencia científica sobre la memoria del agua relacionadas con el fundamento de la homeopatía. Durante la pandemia se le han atribuido todo tipo de mensajes, algunos realmente emitidos por él y otros no, que de un modo u otro han servido para dar alas a los movimientos negacionistas. Algo similar ha ocurrido con Kary Mullis, un científico al que le debemos ni más ni menos que el desarrollo de la técnica de reacción en cadena de la polimerasa (PCR). Pero también llegó a asegurar en vida que había sido abducido por extraterrestres.

Luc Montagnier ganó el premio Nobel por el descubrimiento del VIH, pero también defendía algunos fundamentos sobre la homeopatía

No es extraño que su figura tenga una gran aceptación entre los defensores de la conspiración y que, por lo tanto, se le hayan atribuido también mensajes errados durante la pandemia de coronavirus. Cabe decir que, al contrario que Montagnier, murió antes de que el coronavirus llegara a nuestras vidas, por lo que entre las malas prácticas de la ciencia no estuvo ninguna relacionada con la COVID-19.

En el libro se menciona algún caso más, sin ninguna relación con la pandemia. Porque hay que dejar algo claro, a pesar del enfoque de esta entrevista, que Los males de la ciencia trata muchísimos temas y no está ni mucho menos enfocado en el coronavirus.

Ahora bien, ambos autores reconocen que en estos dos años hemos visto en numerosas ocasiones cómo puede afectar esa falacia de autoridad al conocimiento que la población tiene de la ciencia. “Es complicado, porque en realidad es mejor escuchar a alguien que es una autoridad que a alguien que a priori no lo es”, señala Joaquín Sevilla. “Lo interesante de este análisis es que eso tampoco garantiza que vaya a ser una opinión definitiva. El pensamiento crítico no lo va a sustituir una autoridad de ninguna manera, pero primero hay que arrimarse a quien sepa más”.

Juan Ignacio Pérez está de acuerdo y añade que “realmente lo único que puedes hacer es tratar de rebatir con argumentos de quienes sean aún más prestigiosos”. Aclara que alguien sin conocimiento científico no tiene porqué saber los detalles técnicos de lo que se discute. Por eso es bueno rebatir una falacia de autoridad con otra autoridad, pero sin dejar a un lado el pensamiento crítico.

En este aspecto, y en relación con la pandemia de coronavirus, recuerda la importancia de escuchar a las autoridades sanitarias.  “Las autoridades sanitarias realmente están muy interesadas en resolver los problemas”, señala el catedrático de fisiología. “Ellos, después de los enfermos, son los más interesados, porque les va mucho en ello”. 

Portada de los males de la ciencia, Next Door Publishers

¿Nos podemos fiar de todo lo que se publica?

No importa si se está hablando de la pandemia de coronavirus, sobre homeopatía o sobre cualquier tema sin evidencia científica. Posiblemente haya algún estudio que defienda esa práctica en cuestión. ¿Significa eso que el estudio se hizo de mala fe, con intención de engañar? No necesariamente. Sin embargo, puede que sí que tenga errores y por eso, de nuevo, es importante tener pensamiento crítico y recurrir a las autoridades pertinentes en la materia de la que se esté hablando.

Y es que precisamente en lo concerniente a las publicaciones científicas se encuentran muchas de esas malas prácticas que denuncia Los males de la ciencia. “A priori se supone que no hay fraude y que estará bien, porque ha tenido el proceso de revisión y los errores gordos están eliminados”, relata Joaquín Sevilla. “Sin embargo, cuando vives desde dentro, ves por ejemplo que en algunas áreas a la receta que tendría que hacer un procedimiento reproducible le faltan pasos”.

Algunas malas prácticas están tan interiorizadas que quienes las realizan no saben que lo son

Con esto se refiere a que se ponen trabas para que otros científicos repliquen los mismos experimentos. En ciencia se supone que los resultados de cualquier investigación deben ser reproducibles. Así, los científicos se aseguran de que sus conclusiones no son fruto de una casualidad. Además, se da un punto de partida a otros grupos de investigación para sus propios proyectos. Pero si se ocultan pasos otros grupos no lo tendrán tan fácil. “Así has hecho público tu descubrimiento, pero no se lo pones fácil a posibles repetidores, les haces perder tiempo en ponerse a tu nivel y es tiempo que tú ganas en avanzar”.

El profesor de la Universidad Pública de Navarra señala, además, que esta es una práctica tan extendida en algunas áreas de la ciencia que quienes la realizan se sorprenden de que se consideren malas prácticas. 

Otra mala práctica que pasa muy desapercibida; porque, de hecho, es totalmente legal, es el uso de cifras muy reducidas de participantes en los estudios. Esto es algo que, según señala Sevilla, ocurre mucho en el área de la psicología. “Los tamaños de muestra para dar una cosa por válida han disminuido un montón en 30 años y eso dificulta la reproducibilidad”. Se complica tener resultados estadísticamente significativos.

El consenso contra las malas prácticas

Tanto en lo concerniente a la falacia de autoridad como de la detección de malas prácticas de la ciencia en las publicaciones especializadas es muy importante tener en cuenta el consenso de la comunidad científica.

Y es que, como bien explican los autores de este libro, el carácter colectivo del conocimiento científico es muy importante. De hecho, Juan Ignacio Pérez lo cuenta con un ejemplo que se entiende muy bien:

“Vayamos por ejemplo al calentamiento global. Se estima que hay un 5% de científicos especialistas que son díscolos sobre su existencia. Claro, es un 5%, alguien puede decir que su criterio es tan válido como el de cualquier otro, pero es que hay un 95% que no piensan como ellos y el conocimiento aceptado está más cerca de ese 95%. ¿Eso quiere decir que el 5% son unos tramposos? No, quiere decir que ellos han producido unas piezas de conocimiento que les han llevado a otras conclusiones. Muchas veces es porque se han dedicado a un ámbito concreto y han cogido una parte del problema. Al final cuando hablamos de cambio climático nos referimos a un fenómeno estudiado por gente muy diversa, en áreas muy diversas, en el que se ha llegado a un consenso”.

Juan Ignacio Pérez, catedrático de Fisiología y autor de 'Los males de la ciencia'

Ahora bien, los dos autores reconocen que esto puede estar mal visto.  “El consenso es muy importante en ciencia, pero puede tener mala prensa en otros ámbitos, porque da la impresión de que es el resultado de una transacción”. No obstante, para Pérez “es un acuerdo espontáneo que ocurre cuando la mayoría de una comunidad científica está de acuerdo en una serie de cuestiones básicas”. Es cierto que “puede haber pequeñas discrepancias, pero en la comunidad hay algo que nos une a todos”. 

El carácter colectivo del conocimiento científico es muy importante

Por todo esto, durante la pandemia de coronavirus ha sido tan importante seguir el consenso. Al fin y al cabo, a pesar de pequeñas discrepancias entre unos y otros, la inmensa mayoría de los científicos en estos dos años han mantenido un consenso muy sólido sobre el origen del coronavirus, las medidas que funcionan, los métodos de diagnóstico y otras muchas cuestiones vitales. 

Ambos autores reconocen que a veces son los puntos de vista minoritarios los que después le dan la vuelta a un paradigma científico. “A veces ha habido un grupo minoritario que se ha peleado para sacar adelante una visión de la realidad que es la que ha acabado siendo la vigente”, señala Pérez. Sevilla, por su parte, cita el ejemplo de Galileo. Por todo esto es importante y necesario el pensamiento crítico. Pero, aun así, el consenso es esencial. Al fin y al cabo, no deja de ser el punto sobre un tema al que, con sus respectivas investigaciones, han llegado la mayoría de científicos.

Joaquín Sevilla

Sí, tú también tienes sesgos

Los sesgos quizás sean uno de esos males de la ciencia que, en cierto modo, son inevitables. Porque, aunque aseguremos sin temor a equivocarnos que no los tenemos, todos contamos con alguno.

Nuestra realidad y la forma en que pensamos influyen en cómo trabajamos en cualquier sector y eso, por supuesto, incluye también a la ciencia. Y no se trata solo de temas puramente científicos. La propia ideología política puede influir tanto a quienes interpretan la ciencia como a quienes la llevan a cabo. Incluso las cuestiones personales sobre salud pueden interferir.

La ideología científica o las condiciones individuales de salud pueden influir en nuestro modo de interpretar la ciencia casi sin que nos demos cuenta

En este punto, Joaquín Sevilla cita el ejemplo de una persona de Reino Unido que durante toda la pandemia de coronavirus defendió las medidas de contención del virus más restrictivas. Después se supo que tenía una condición de salud por la que llevaba dos años sin salir de casa, muy protegido. Esto es ajeno a la propia investigación científica, pero no deja de ser un sesgo que interfiere en su forma de valorar las medidas sanitarias. Por eso, aunque son cuestiones que no suelen declararse, quizás sí que deberían tenerse en cuenta.

El problema es que ocurre como con la ideología política. Es una cuestión compleja porque por protección de datos no todo se puede declarar. Por eso, más que eliminar esos sesgos inherentes a las personas, lo que se debe hacer, según los autores de Los males de la ciencia, es declararlos y, hasta cierto punto, compensarlos. “Para neutralizar los sesgos se debe intentar que los grupos científicos incluyan a gente de procedencias muy diversas”, aconseja Pérez.

De este modo, aquellos sesgos que no se pueden declarar por protección de datos quedarían compensados, pues a la hora de hacer valoraciones habría un equilibrio con personas de diferentes ideologías.

Ciencia para todos para evitar las malas prácticas

Durante la pandemia de coronavirus también hemos visto que muchos estudios se publicaban antes de pasar la revisión por pares, en forma de lo que se conoce como preprints. Esto facilitaba que la información llegase mucho más deprisa, tanto a los científicos como a la propia población, aunque quizás esta no tuviese las herramientas ni la formación para interpretar esos datos y comprender que aún deberían revisarse. ¿Pueden considerarse esto malas prácticas de la ciencia?

Para los autores de este libro no lo son. De hecho, para ellos el sistema perfecto sería aún más abierto hacia la ciencia y la sociedad en general. “Ahora mismo la aceptación colectiva de los estudios requiere una validación previa y además secreta”, explica Sevilla. “A ti te revisan unas personas que no sabes quiénes son, pero sí sabes quién eres tú”. Esto, si no se hace bien, sí que podría llegar a malas prácticas.

“Yo he llegado a la conclusión de que lo mejor sería ir a un sistema de validación 'a posteriori'”

Joaquín Sevilla, catedrático de Tecnología electrónica y autor de 'Los males de la ciencia'

Sin embargo, para el catedrático de la Universidad Pública de Navarra la solución podría estar en hacer una especie de “Facebook de la ciencia”.  “Yo he llegado a la conclusión de que lo mejor sería ir a un sistema de validación a posteriori”, argumenta. “Que uno publique en determinados repositorios, con una revisión mínima de que no publique cualquiera y una mínima revisión de estilo, pero sin entrar al fondo, y que luego otros científicos de manera pública, con nombre y apellidos, lo valoren”. 

Así, como bien explica el científico, aunque no podría publicar cualquiera, la discusión sería “abierta y con nombres propios”. Con esto se evitarían muchas malas prácticas. De hecho, según nos cuenta este autor del libro, “una de las malas prácticas de determinadas disciplinas es que es común que el referee te pida como pago por  hacer ese trabajo gratis que metas una referencia a su trabajo”. Este problema se eliminaría con una revisión pública como la que propone Sevilla. Y con la que coincide Pérez, que incluso habla de otra opción aún más drástica: “Que cada uno publique sus artículos en su web y los someta a la consideración de la comunidad”.

Aún queda esperanza pese a las malas prácticas de la ciencia

Si bien esta entrevista se ha centrado especialmente en la pandemia de coronavirus, Los males de la ciencia aborda las malas prácticas de la ciencia de una forma mucho más generalizada. Desde el acoso hasta la discriminación, pasando por la complejidad burocrática, la precariedad y otras muchísimas cuestiones.

'Los males de la ciencia' no es un libro pesimista

El libro lo aborda de una manera tan rigurosa como amena, recurriendo a multitud de anécdotas y casos reales. Pero, a pesar de lo que nos pueda llevar a pensar su título, no es un libro pesimista. Simplemente se señala el problema, pero también se muestran cuáles pueden ser las soluciones. En Hipertextual hemos preguntado a los autores si son optimistas con respecto a su aplicación y ambos han estado de acuerdo en sus respuestas.

Juan Ignacio Pérez

Señalan que el suyo no es un optimismo radical, pero que sí que tienen esperanza; porque, de hecho, muchas de las soluciones que se mencionan ya se están aplicando. Para Sevilla el gran problema que ha vivido la ciencia en los últimos años ha sido la falta de inversión. Cuando en 2008 se disminuyó el presupuesto en ciencia por primera vez en mucho tiempo sus males comenzaron a agudizarse. “Ha habido un colapso considerable, mucha presión, un aumento del fraude que no había antes, la gente más presionada, más problemas de salud mental…“. Por suerte, esta caída ya comienza a amortiguarse. “Aunque ahora partamos de otro nivel, ya iremos hacia financiaciones más estables, el decrecimiento es el que ha acentuado los problemas que ya estaban ahí”.

Por eso, estamos en el momento perfecto para buscar solución a esos males de la ciencia. Y para eso, según Pérez, lo que falta por implementar es un modelo de ciencia más lento. “La ciencia se plantea como una carrera a toda velocidad para llegar a ninguna parte, esto tiene que ser otra cosa, un trabajo más pausado, reflexivo, en el que la gente no esté presionada y con problemas de salud mental como ahora”.

Conscientes de que la perfección no existe, los dos autores de Los males de la ciencia confían en que muchos de esos males tengan solución. Pero para solucionar un problema hay que conocerlo. Por eso iniciativas como la publicación de su libro son tan importantes tanto para quienes hacen la ciencia como para quienes, de un modo u otro, se benefician de ella. Es decir, para todos y cada uno de los mortales.

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