Ya sabemos que dormir con luz puede alterar los ritmos circadianos, afectando tanto a nuestro sueño como a nuestra salud. Se cree que, por ejemplo, puede estar relacionado con la aparición de algunos tipos de cáncer. Ahora, gracias a un estudio recién publicado en PNAS, sabemos también cómo puede influir en el desarrollo de diabetes y trastornos cardiovasculares.
El estudio en cuestión, realizado por científicos de la Universidad Northwestern, analiza las causas que llevan a estos problemas de salud y, además, brinda consejos para evitar que ocurra. Todo ello sin olvidarse de explicar los motivos por los que se dan estos desajustes.
Y es que, por lo general, nuestro organismo nos prepara para estar alerta durante el día y descansar y resetearnos durante la noche. Pero si el cerebro detecta la entrada de luz puede interpretar que es de día cuando no lo es. Aquí empiezan los problemas de la contaminación lumínica. Sus consecuencias sobre la observación del cielo son cada vez más conocidas, pero dar a conocer los problemas que ocasiona a la fauna, la flora o incluso a nosotros mismos sigue siendo un reto. Ahora tenemos un dato más para intentar concienciar al respecto.
¿Puedes dormir con luz?
Todos hemos escuchado alguna vez la típica conversación entre quienes necesitan oscuridad absoluta para dormir y quienes aseguran poder hacerlo incluso bajo la puerta de entrada de la feria de abril de Sevilla.
Es cierto, dormir con luz no es un problema para todo el mundo. De hecho, hay incluso personas que necesitan tener cerca una lamparita para conciliar el sueño. El problema es que, aunque nosotros percibamos que no es un problema para nuestro descanso, la iluminación puede estar perjudicándonos de todos modos.
Esto se debe a que se activa una parte de nuestro sistema nervioso que debería estar aletargada. Pero para entender esto un poco mejor, debemos tener claro qué son el sistema nervioso simpático y el parasimpático. Porque no, no tiene nada que ver con cómo de bien le caes a la gente.
Los tipos de sistema nervioso y su relación con el sueño
Tanto a la hora de dormir como durante el día, la cabina de control de nuestro organismo está ubicada en el cerebro. Continuamente se reciben estímulos externos e internos que viajan en forma de señales nerviosas hasta esa cabina de control, donde se lee el mensaje y se emiten las órdenes pertinentes para responder a dichos estímulos.
Todo ese entramado de comunicación entre el cerebro y el resto del cuerpo forma el sistema nervioso. Pero, a su vez, este puede obedecer a diferentes clasificaciones. La principal es la que separa el sistema nervioso en dos tipos: el central, compuesto por el cerebro y los órganos más cercanos, y el periférico, en el que se encuentran todas esas neuronas que se conectan entre ellas para llevar la información hasta la cabina de control.
Dentro de ese sistema nervioso periférico nos encontramos algo conocido como sistema nervioso autónomo, que hace referencia a todos los componentes que regulan acciones involuntarias, como el control de los reflejos, la respiración, la presión sanguínea o la digestión. Ahora bien, en una clasificación todavía más detallada, el sistema nervioso autónomo lo componen el simpático, el parasimpático y el entérico.
El simpático es el que se encarga de regular las respuestas corporales de activación. Dicho de muy grosso modo, es el que nos mantiene alerta y activos. El parasimpático, en cambio, es el responsable del equilibrio y regulación que deben producirse después de la activación del simpático. Por lo tanto, es el que se pone en marcha a la hora de dormir para inhibir la activación que ha tenido lugar durante el día. Finalmente, el entérico es el que se relaciona con ciertas respuestas emocionales.
Para hablar de las consecuencias perjudiciales de dormir con luz, vamos a centrarnos en el simpático y el parasimpático. Y es que es una confusión entre ambos la que lleva precisamente a estos efectos.
Los problemas dormir con luz y activarse cuando no procede
Durante el día, nuestra frecuencia cardíaca se mantiene más elevada que durante la noche. Esto evolutivamente nos ha ayudado a mantenernos alerta, por si tuviésemos que lidiar con algún peligro. Además, nos permite estar activos y llevar a cabo todas nuestras tareas diarias. Por la noche, en cambio, todo nuestro organismo interpreta que estamos a salvo y que, por lo tanto, ha llegado el momento de reducir esa frecuencia en los latidos del corazón. Además, se secreta una hormona, llamada melatonina, que nos ayuda a dormir, disminuye la temperatura corporal y, en general, todo nuestro cuerpo se introduce en una especie de sistema de ahorro de energía que compensa el esfuerzo al que se ha sometido durante el día.
El problema es que si nos vamos a dormir con luz nuestro cerebro interpreta que es de día y, por lo tanto, el sistema nervioso simpático sigue manteniéndonos activos y alerta. Esto generalmente afecta al sueño. Pero incluso si nos parece que no nos molesta a la hora de dormir, sí que puede estar afectándonos de forma silenciosa.
Es lo que quisieron comprobar los autores del estudio que se acaba de publicar en PNAS. Para ello, hicieron a un grupo de voluntarios dormir con dos intensidades diferentes de luz. El primer grupo lo hizo a 100 lux, que se considera luz moderada, y el segundo a 3 lux, equivalentes a una luz muy tenue. Vieron que los del primer grupo mantuvieron una frecuencia cardíaca alta durante la noche. Esto, mantenido en el tiempo, puede estar detrás del desarrollo de trastornos cardiovasculares.
Pero eso no fue todo. También observaron que a la mañana siguiente de dormir con luz se daba un aumento de la resistencia a la insulina. Esto quiere decir que, a los niveles normales de insulina, las células no son capaces de usar la glucosa. Por lo tanto, se necesita una cantidad mayor. Si una situación así tiene lugar muchas veces seguidas, al final la glucosa que no se usa se acumula y puede producirse diabetes.
La luz en la calle también es un problema
Estos problemas no solo son el resultado de dormir con luz dentro de la habitación. Es cierto que es especialmente perjudicial para las personas que duermen con una lámpara o la televisión encendidas. Pero también puede ocurrir si en la calle hay una farola cuya luz se filtra por la ventana. Por eso es importante cerrar bien las persianas o, si no las hay, usar antifaces.
¿Pero qué pasa si no somos capaces de dormir con un poco de luz? Ante una situación así, los autores de esta investigación han dado algunos consejos en un comunicado. Por ejemplo, usar lamparillas muy tenues, que apunten al suelo. Además, cuanto más cálida sea la luz, mejor. Las luces frías y blancas, con un gran componente azul, son las que inhiben mayoritariamente la secreción de melatonina, afectando a nuestro sueño. Y, además, pueden provocar que se mantenga activo el sistema nervioso simpático.
Por otro lado, si no tenemos antifaz, no disponemos de persianas o estas dejan entrar la luz por las rendijas, al menos deberíamos colocar la cama de modo que la luz no incida en nuestra cara mientras dormimos.
De hecho, lo ideal sería no tener que usar persianas, ya que así la luz del Sol por la mañana nos ayudaría a despertarnos progresivamente. Pero claro, esto sería solo en el caso de que no haya iluminación artificial en las calles.
En definitiva, la mejor manera de saber si tenemos una iluminación correcta es comprobar que, a la hora de dormir, los objetos de la habitación no se distinguen. Si podemos ver las siluetas con claridad, hay demasiada luz en ese cuarto. Y las consecuencias, como bien señala este estudio, pueden ser muy graves.