“Para lucir hay que sufrir”. Cuántas veces habremos escuchado esta frase. Y cuántos errores tiene. Para empezar, si por lucir entendemos tener un cuerpo normativo, estamos dando a entender que quiénes no lo tienen no tienen derecho a vestirse como quieran. Por otro lado, asumimos que para tener dicho cuerpo es necesario ese sufrimiento que tenemos tan arraigado a causa de la cultura de la dieta. Y bueno, de paso nos olvidamos de que el objetivo primordial a la hora de cambiar nuestra alimentación debería ser la salud. Pero, volviendo al tema de las dietas, es cierto que se consideran un sufrimiento, por lo que muchas personas prefieren recurrir a aquellas que se promocionan como fáciles de seguir, porque te permiten comer de todo. Es el caso, por ejemplo, de la dieta Weight Watchers, más conocida en español como dieta de los puntos.
Esta dieta, como su nombre castellano indica, consiste en puntuar los diferentes grupos de alimentos, de manera que evitemos sobrepasar una puntuación máxima al día. Generalmente, a más calorías, más puntos. Aunque hay alimentos considerados muy saludables, como las verduras y las frutas, cuya puntuación es 0, independientemente de las calorías que aporten. De este modo, se busca un equilibrio. Alguien puede comerse un pastel diario si quiere, pero tendrá que compensarlo tomando una mayor cantidad de opciones con pocos puntos.
La dieta fue propuesta por la empresa Weight Watchers International, fundada en 1963 por el ama de casa neoyorquina Jean Nidetch. Desde entonces, se han publicado libros y se han organizado talleres y multitud de iniciativas dirigidas a darle difusión. Muchísimas personas de todo el mundo recurren a la dieta de los puntos para dejar esos kilos de más. ¿Pero es realmente una buena opción si queremos adelgazar? Lo cierto es que, a grandes rasgos, no mucho.
Luces y sombras de la dieta de los puntos
La dieta de los puntos se vende muy bien. Para empezar, eso de poder comer de todo suena muy apetecible. Nos quedamos con el hecho de que no tendremos que sacar de nuestras vidas ningún alimento y no nos percatamos de que hablar de poder comer algo ya es un problema en sí.
Por otro lado, es una dieta que goza del apoyo de muchas celebrities. Personajes como Jennifer Hudson, Oprah Winfrey o Jorge Javier Vázquez son conocidos por seguirla. No son nutricionistas ni expertos en alimentación, pero el simple hecho de que alguien que sale en televisión la publicite ya le da una supuesta fiabilidad.
Sin embargo, el problema de la dieta de los puntos, así como del resto de las conocidas como dietas milagro es que, en realidad, no nos enseñan a comer.
Los seres humanos no somos autómatas. Tenemos una capacidad de raciocinio que nos permite entender por qué hacemos las cosas, para no tener que hacerlas sin más. Por eso, mejor que decirnos lo que podemos o no podemos comer, o puntuar cada alimento según lo apto que es para nuestra alimentación, deberíamos entender qué es lo que hace un plato saludable.
Si aprendemos eso podremos confeccionar nuestros propios platos, ajustados a nuestras necesidades y nuestros gustos, pero manteniendo los parámetros que los hacen saludables. Y también podremos comer un día una hamburguesa y una palmera de chocolate, entendiendo por qué no es sano hacerlo todos los días, pero sin sentirnos culpables ni intentando compensar alimentándonos a base de lechuga al día siguiente.
En definitiva, la información es poder, y también en lo concerniente a las dietas. En Hipertextual hemos hablado sobre ello con el dietista-nutricionista Daniel Ursúa. Él lo tiene muy claro, pues nos ha contado que “en el momento en el que hablamos de dietas entendidas como patrones de alimentación, que tienen una fecha de inicio y otra de fin sin ir acompañadas de una educación alimentaria y un cambio de hábito a largo plazo, no podemos hablar de ventajas”. Esto es aplicable a la dieta de los puntos, pero también a cualquier otra que cumpla esos criterios. Es decir, a la mayoría de ellas.
La adherencia de Schrödinger
La dieta de los puntos se ofrece con una dieta con gran adherencia. Es decir, como un plan al que es muy fácil adaptarse, por lo flexible que resulta. Sin embargo, en un estudio publicado en 2005 en JAMA Network, se concluía que, si bien quiénes mantenían la dieta en el tiempo mostraron una pérdida de peso significativa, la adherencia fue muy baja. La acabaron muchas menos personas de las que la empezaron.
Por otro lado, la pérdida media de peso fue de 3 kilos en un año, significativa pero quizás no tan elevada como se publicita. Esto es algo que también hemos comentado con Ursúa. “Cuando no se da una educación alimentaria no conseguimos que la persona interiorice los cambios”, comenta el experto. “Por lo tanto, siempre va a haber cierta cantidad de esfuerzo para mantener ese patrón de alimentación y, más tarde o más temprano, nos cansaremos de hacerlo”. Además, añade que, puesto que comemos todos los días varias veces al día, “es necesario que nuestra alimentación sea sencilla y no nos suponga un esfuerzo de elección o preparación”.
La falta de personalización de la dieta de los puntos
Existen multitud de tablas de puntuación diferentes. Sin embargo, en general todas coinciden en dar muchos puntos a los alimentos más grasos o más calóricos. Y eso, con todo lo que se sabe hoy en día sobre nutrición, no deja de ser un atraso.
Por ejemplo, llama la atención que se dé menos puntos a la leche desnatada que a la semidesnatada o la entera cuando, en realidad, en la actualidad se sabe que, si no hay ningún problema que la contraindique, la grasa de la leche no es perjudicial. De hecho, conlleva ciertas ventajas, porque muchas de las vitaminas presentes en la leche son liposolubles. Es decir, se encuentran en la grasa y estarán más accesibles en la leche entera. Es mil veces mejor un yogur entero natural que un yogur de sabores azucarado, pero desnatado. Aunque claro, para saber todo esto, es necesaria una educación nutricional. Y es que, según explica Ursúa, “este tipo de dietas están fundamentadas en el balance energético y no se paran a pensar en la composición de los alimentos”.
Por otro lado, sí que puede haber alimentos contraindicados o, simplemente, que se adapten mejor a las necesidades de una persona. Para eso es importante la personalización. Y es algo con lo que no cuenta la dieta de los puntos. “La dieta de los puntos acusa una enorme falta de personalización, seguimiento y, por lo tanto, no consigue un cambio real y que se pueda mantener a largo plazo”.
Cuidado con los trastornos de la conducta alimentaria
La dieta de los puntos se vende como una opción que evita culpabilidades porque podemos comer de todo. ¿Pero hasta qué punto?
No podemos comer de todo, porque si nos pasamos de puntos no estamos cumpliendo con el plan. En ese caso, nos veríamos obligados a compensar con una puntuación más baja al día siguiente. Y sí, eso genera culpabilidad. “Todo lo que sea intentar seguir un patrón de alimentación determinado que no está adaptado a nuestras necesidades y ritmo de vida puede conllevar la frustración y la culpa derivadas de no cumplirlo”. A su vez, esta culpabilidad puede intervenir en el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria, por lo que no es una cuestión menor.
Por eso, alguien que quiera adelgazar o, simplemente, aumentar su calidad de vida comenzando por una mejora en su alimentación, debe acudir a un profesional. La solución no está en los planes de dieta, sino en saber lo que comemos. En aprender a comer. Pero a veces es difícil aprender por nosotros mismos y necesitamos a alguien que nos enseñe. “Si alguien quiere mejorar su salud a largo plazo y conseguir cambios definitivos lo mejor es que vaya cambiando sus hábitos alimenticios poco a poco y teniendo como objetivo siempre mejorar su salud”, señala Ursúa. “De forma ideal, lo más recomendable es que estos cambios estén asesorados por un profesional de la alimentación”.
Y es que a bote pronto puede parecer que eso no es fácil. Que lo sencillo es tener unas pautas estrictas. Pero ya deberíamos apartar de nuestra mente eso de que para lucir hay que sufrir. Para estar sano, hay que aprender. Es mucho menos pegadizo, pero bastante más correcto.