Lo que la pandemia te da, la pandemia te lo quita. Al principio de los tiempos de la COVID-19 los confinamientos masivos dieron un respiro a la atmósfera del planeta, favoreciendo la reducción de emisiones contaminantes. Un punto a favor en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, paralelamente hemos estado desechando cantidades inmensas de productos como las mascarillas, cuya materia prima es difícilmente degradable, de modo que terminan acumulándose, contaminando los ecosistemas terrestres y acuáticos. Punto en contra. Ahora, sin embargo, un equipo de científicos rusos y mexicanos ha querido dar la vuelta a esta situación, usando las mascarillas quirúrgicas para obtener energía de una forma más limpia para el planeta. ¡Y lo han hecho con ayuda del grafeno!

Sí, ese compuesto peligrosísimo, que según los negacionistas forma parte de las recetas de las vacunas del coronavirus y la composición de las mascarillas. Lo cierto es que sí que sería peligroso si fuese así. Pero no lo es. Sin embargo, usado de forma estratégica sobre las mascarillas quirúrgicas desechadas podría darles el segundo uso que merecen.

Todo el procedimiento ha sido descrito en un estudio, recién publicado en Journal of Energy Storage. En general, consiste en la obtención de supercondensadores. Por lo tanto, empecemos por ver qué es eso de un supercondensador. 

Almacenes inmensos de energía

Un condensador eléctrico es un dispositivo capaz de almacenar energía gracias a un campo eléctrico. Al no utilizar reacciones químicas, como en las pilas, no se degradan sus componentes, por lo que son mucho más duraderos. 

Por otro lado, los supercondensadores, como su propio nombre indica, van más allá, pues pueden sustentar densidades de energía inmensamente mayores.

Los supercondensadores son muy útiles para aprovechar fuentes renovables como la eólica o la solar

Esto es muy útil para almacenar la energía procedente de fuentes renovables, como la solar o la eólica, por lo que en la actualidad es un campo de estudio muy importante. Se intenta obtener supercondensadores cada vez más potentes, capaces de almacenar mucha energía, pero también de liberarla fácilmente cuando sea necesaria.

Y es precisamente en el seno de esa investigación en el que estos científicos pensaron que las mascarillas quirúrgicas podrían ser útiles. Para ello, solo necesitaban un breve tratamiento, en el que el grafeno es un ingrediente indispensable.

Grafeno
Grafeno

Grafeno para ‘tunear’ mascarillas quirúrgicas

Según un estudio publicado en febrero de 2021, en todo el mundo se desechan aproximadamente unas 3.400 millones de mascarillas al día.

Están fabricadas a base de fibras plásticas, principalmente polipropileno, por lo que tardan muchísimo tiempo en degradarse. Como consecuencia, acaban convirtiéndose en un peligroso contaminante. De hecho, según otro estudio, una sola mascarilla puede liberar 173.000 microfibras al mar. 

Cada día se desechan más de 3.000 millones de mascarillas

Es vital buscar una solución a este problema y estos científicos han pensado usarlo para combatir otro problema medioambiental. El abuso de los combustibles fósiles para la obtención de energía. 

De momento solo lo han hecho con mascarillas quirúrgicas. Habría que ver si es aplicable también al resto, pero es un buen comienzo. Lo primero que hacen, como es lógico, es desinfectarlas. Después, las recubren con tinta de grafeno. Se trata de una sustancia compuesta por grafeno y un solvente orgánico. El grafeno consta de átomos de carbono organizados en un patrón regular hexagonal. Tiene múltiples propiedades, pero sin duda su gran conductividad eléctrica es una de las más valoradas. Por eso, los tintes que lo contienen pueden usarse para convertir otro material en conductor. Este fue el primer paso, aunque después se requirió más procesamiento, que puede leerse al completo en el estudio que acaban de publicar.

Finalmente obtuvieron supercondensadores con una densidad de almacenamiento casi diez veces mayor que la de los convencionales. Además, llegaron a duplicar este dato añadiendo a la mezcla otro ingrediente: unas nanopartículas compuestas por oxígeno, cobalto y calcio. En este punto la densidad ya era de 208 vatios por hora y por kilogramo. Pero había un problema: el cobalto.

Este es un material muy escaso, que además se consigue principalmente en minas de la República Democrática del Congo, en las que trabajan más de 40.000 niños y niñas en condiciones que atentan gravemente contra los derechos humanos. La tendencia es buscar alternativas para cortar este triste suministro. No obstante, ya hemos visto que incluso sin cobalto es una gran opción. Seguiría siendo una salida digna y de lo más útil para los millones de mascarillas quirúrgicas que se desechan cada día. Dicen que hay que buscar el lado bueno de las cosas. Encontrárselo a esta pandemia es demasiado complicado. Pero, al menos, estos científicos han conseguido almacenar energía tuneando parte de lo malo. No está nada mal para empezar. 

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