Que una película esté bien o mal hecha, resumiéndolo a tope, son las circunstancias normales con las que se encuentra cualquier analista de cine. Pero que resulte sorprendente, que nos brinde secuencias con elementos imprevistos, constituye la gran anomalía en esta profesión. Y El bebé jefazo (Tom McGrath, 2017) nos supo atrapar en ese sentido siendo que antes tal vez no hubiéramos dado un duro por ella.

Tan difícil es huir de los prejuicios hasta en el séptimo arte. Y, si nos la hubiésemos saltado, nos habríamos perdido “una aventura dinámica, ingeniosa y de lo más divertida que hace sonreír la mayor parte del tiempo de genuino gusto”. Su continuación, sin embargo, es harina de otro costal. No solamente porque ya no cuente como novedosa respecto a su premisa, tono y estilo, sino también por el alcance bastante inferior de sus virtudes.

Dos cineastas ambivalentes para ‘El bebé jefazo: Negocios de familia’

el bebé jefazo: negocios de familia tom mcgrath crítica
DreamWorks

Con el mismo Tom McGrath al frente de El bebé jefazo: Negocios de familia (2021), además del guionista Michael McCullers repitiendo como él en estas adaptaciones de los libros ilustrados de Marla Frazee (2007, 2016), únicamente podemos constatar que ambos son capaces de ofrecernos obras admisibles o por encima de la media y, en fin, tristes gatillazos o despropósitos sin rubor.

Las dos primeras partes de Madagascar (2005, 2008) del director y Eric Darnell pincharon pese a sus ingredientes prometedores, la hilarante Megamind (2010) es su mayor triunfo hasta la fecha por delante de El bebé jefazo y con Madagascar 3: De marcha por Europa (2012) se sobrepuso, lo cual quizá se explique por la tercera codirección de Conrad Vernon (Shrek 2).

Y el libretista viene de encargarse en lo suyo de comedias pedorras como las dos secuelas de Austin Powers (Jay Roach, 1999, 2002) o El hermano secreto (Malcolm D. Lee, 2002) y de fracasos en toda regla como Thunderbirds (Jonathan Frakes, 2004), pero también de Hotel Transilvania 3: Unas vacaciones monstruosas (Genndy Tartakovsky, 2018).

Un paseo vertiginoso por el abismo sin llegar a despeñarse

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DreamWorks

El bebé jefazo: Negocios de familia no ha perdido el vigor audiovisual ni el buen ritmo acelerado; y tampoco las composiciones animadas de recreación imaginativa o pesadillesca con colores eléctricos. Es más trepidante que el filme original, pero el ingenio e incluso la verosimilitud se pierde en ocasiones entre las secuencias delirantes que van a toda pastilla, no exentas de destellos de buen humor.

Parece que tratan de apabullar a los espectadores con un espectáculo desenfrenado; tal vez, para que no se paren a pensar en el poco sustento narrativo de la mayoría de sus minutos. Hasta hay tramos enteros de acción vertiginosa sin justificación alguna. Y siempre con la matraca profesional de los compositores Hans Zimmer (Hannibal) y Steve Mazzaro (The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro).

Donde antes se encontraba la luz de la lógica y de los chispazos cómicos con imprevista inteligencia en medio de la locura surrealista de El bebé jefazo, mientras teníamos la sensación de Tom McGrath y sus colaboradores buscaban los chistes al vuelo sin detenerse nunca, ahora no solo nos tropezamos con una inercia descontrolada que no esconde su mediocridad y no deja poso ninguno, sino que las tribulaciones dramáticas de los personajes protagonistas carecen de verdadera fuerza.

La mala baba que se le insufla a todo su metraje es la misma, pero se insiste en mayor grado en la veta emocional; cosa que, en cierto modo, nos provoca una mueca de disgusto. Por fortuna, a partir del último tercio, El bebé jefazo: Negocios de familia se adecenta porque prescinde de su vacía trepidación anterior y se enfoca en una estabilidad más aceptable. Así, se aleja del borde del abismo por el que había estado paseando y Tom McGrath y compañía pueden respirar más o menos tranquilos. Como los espectadores.