Con la de gusto que nos ha provocado el estadounidense Matt Groening (n. 1954) en sus series televisivas más famosas, no mínimo que podemos hacer por este dibujante cinematográfico es darle una oportunidad a sus nuevas obras. Tras una serie tan básica e influyente como Los Simpson (desde 1989) y el gran despepite de Futurama (1999-2013), ¿qué otra opción válida hay? Ninguna excepto seguir cada entrega de (Des)encanto, la ficción de fantasía animada que su compatriota Josh Weinstein y él han desarrollado para Netflix desde 2018. Que se lo merece igualmente al margen de vivir de las rentas.
En su primera temporada, Matt Groening y su colega, que también fue guionista de las mencionadas series y, por ejemplo, de Gravity Falls (Alex Hirsch, 2012-2016), no supieron poner toda la carne en el asador, y los diez episodios que la componen se debaten entre ocurrencias muy graciosas y otras menos inspiradas. Pero el ingenio indiscutible que se les presupone está ahí, y la historia engancha. La segunda, por otro lado, comienza flojita, con el humor reducido, y se reconduce luego pero, si la primera de (Des)encanto ya iba a medio gas, en sus otros diez capítulos se acentúa la cosa con solamente algunas carcajadas aisladas.
Y hay que reconocer que la tercera continúa por el mismo camino, y además no cabe sino calificarla como la menos hilarante de las tres. Sigue siendo gratísimo verla pero sin aspavientos, y uno se traga la nueva decena justa de episodios de (Des)encanto con la misma facilidad de zamparse un cuenco de palomitas. Todo fluye como debe, por fortuna. Los encuadres y el diseño animado resultan tan incuestionablemente oportunos como de costumbre, por otra parte. Y no se puede poner el duda que la inventiva cómica y la mala baba de sus escritores persiste. Pero para provocar más sonrisas de agrado que carcajadas estentóreas.
Porque el humor vuela bajo nuevamente, y lo que de verdad nos produce interés es la propia trama y los misterios que se desarrollan en ella. Y, claro, los detalles imaginativos de los lugares en los que se mueven sus protagonistas, parodias del mundo que conocemos inclusive. El espectador no pasa por alto cierta broma con un guiño muy obvio al Estados Unidos del casi ex presidente Donald Trump. Ni otra de esas demenciales secuencias alucinógenas, colmadas de psicodelia, que tanto le gustan a Matt Groening. U otra posterior con la que insisten en el asunto desde un punto de vista diferente pero no menos delirante.
Se repiten las variaciones sobre el tema principal de la banda sonora de (Des)encanto, compuesto por el veterano Mark Mothersbaugh. Este otro estadounidense se ha curtido entre las partituras de tres películas de Wes Anderson: Academia Rushmore (1998), Los Tenenbaums: Una familia de genios (2001) y Life Aquatic (2004); o la de Thor: Ragnarok (Taika Waititi, 2017). Y las de otras series televisivas como Dawson crece (Kevin Williamson, 1998-2003), Big Love (Mark V. Olsen, Will Scheffer, 2006-2011) o Lo que hacemos en la sombras (Jemaine Clement, desde 2019).
Pero, aunque su música aquí no se la pueda considerar icónica ni inolvidable, ese tema específico nos pone las pilas que es un primor. Y se advierte hasta una degradación deliberada al estilo de lo que hicieron con la canción “Red Right Hand”, de Nick Cave and the Bad Seeds (1994), conforme transcurrieron las cuatro primeras masacres de Scream (Wes Craven, 1996-2011). Y lo del actor John DiMaggio (Ralph rompe Internet) dando voz al rey Zøg es para aplaudirle. Sea como fuere, quizá Matt Groening ya había parido todas sus maravillas posibles antes, pero qué bien entran las locuras de (Des)encanto.