Ocupar el cargo de Presidente de Estados Unidos, según lo que suponemos que no pocos aseguran por lo que nos llega desde Hollywood, hace de uno “el líder del mundo libre”, con mucho poder sobre una de las grandes potencias económicas y militares del planeta. Esto, claro, coloca los focos sobre uno, y el interés es compartido por los cineastas, que realizan largometrajes al respecto. Pero, si este asunto lo sazonamos con la personalidad particularísima de un sujeto como Donald Trump, se vienen documentales del tipo de Michael Moore in TrumpLand (2016), Fahrenheit 11/9 (Moore, 2018), ¿Está loco Donald Trump? o Trump en tuits (Dan Partland, Emeka Onono, 2020).
Estas dos últimas películas se han estrenado recientemente en Movistar Plus por las cercanas elecciones presidenciales en Estados Unidos, que enfrentarán al republicano Donald Trump y al demócrata Joe Biden. Y no parece inconveniente comprobar si ayudan en el debate sobre el polémico candidato. El director del primero, su compatriota Dan Partland, es responsable de los episodios de Intervention (Sam Mettler y Rob Sharenow, desde 2007), un reality show sobre intervenciones a adictos, y las miniseries American Race (2017), acerca del racismo estadounidense, y El estilo americano (2019), sobre cómo la cultura se refleja en el clima sociopolítico del país.
El gran problema de ¿Está loco Donald Trump? es que dos de los psiquiatras entrevistados son psicoanalistas y el tercero asegura que lo de Sigmund Freud, Erich Fromm o Carl Gustav Jung “tiene muchos aspectos importantes y positivos y ayudó a avanzar a la profesión”, así que también utiliza sus indicaciones erradas, inútiles y contraproducentes, como algún otro psicólogo que se les une luego. Y no se puede confiar en lo que dicen porque el psicoanálisis es una pseudociencia. Y no solo eso sino que, además, incumplen uno de los requisitos de la práctica psiquiátrica que mencionan explícitamente, descartándolo, para sacar conclusiones sobre Donald Trump: examinarle en persona.
“Se nos tacha de poco éticos por pronunciarnos y advertir a la gente cuando yo planteo esta pregunta: ¿a quién dejaría mejor la historia, a los que hablaron durante la época en que Trump se levantó o a los que se callaron?”, afirma el mismo John Gartner. La respuesta es que sus buenas intenciones no justifican la mala praxis pseudocientífica. Y todo esto es una auténtica lástima por el tramo en que el escritor deportivo Rick Reilly nos cuenta las trampas sistemáticas que hace Donald Trump jugando al golf, que resulta muy interesante, así como aquellos sobre los estadounidenses que le votan, las comparaciones con otros gobernantes autoritarios presentes y pasados y diversas consideraciones políticas.
En lo que respecta al inglés Emeka Onono, antes ha grabado capítulos de algunos programas de sociedad para la BBC, y los largos Coming Here Soon: Japan, Fall of the Rising Sun (2012), de cómo la crisis económica afectó a la juventud japonesa, y An Idiot’s Guide to Politics (2015), sobre la desconexión de los jóvenes británicos respecto de la política parlamentaria. Y, en el mediometraje Trump en tuits, aborda cómo el susodicho ha usado su cuenta de Twitter desde que se la creó, y expone que los peores tics que todos hemos visto en su conducta desde que se presentó a las elecciones presidenciales de 2016 ahí estaban ya, a partir del momento en que se dedicó a dictar el contenido y coger las riendas.
Si Dan Partland opta por algo tan razonablemente típico como mezclar sus entrevistas con distintas personas selectas e imágenes de archivo en ¿Está loco Donald Trump?, su colega Emeka Onono hace otro tanto pero con la ventaja indiscutible de un ritmo más vivaz y casi cadencioso, como si chasqueara los dedos conforme trascurre el metraje. Pero no contiene la colorida animación clásica que usa el otro documental, sino un diseño estándar basado en Twitter para los tuits, los letreros, las presentaciones individuales y las transiciones, es decir, un aspecto eficiente para comunicar con rapidez y sin distraernos con su propuesta estética pero poco artístico, de molde sin demasiada creatividad.
Ambos documentales comparten a un mismo entrevistado: el consultor político Anthony Scaramucci, que duró solo once días como director de comunicación de Donald Trump durante la que esperamos que sea su única legislatura. Lo que no comparten es inventiva fílmica por un lado ni dignidad como obra cinematográfica de tesis por otro: el estilo de ¿Está loco Donald Trump? se revela más apetecible que el mediocre de Trump en tuits, pero este último obedece la norma del rigor informativo mientras que el otro cae en las garras de la pseudociencia y, desde luego, no sirve en absoluto para responder a la pregunta que le da nombre sobre la dudosa salud mental del Presidente de Estados Unidos.