Los videojuegos son, en esencia, historias interactivas de mayor o menor complejidad según ha ido evolucionando su potente industria con el transcurso del tiempo. Así, no debería extrañarnos que sus creativos se inspiren en otras artes narrativas más desarrolladas, como la literatura o el cine. En el caso del japonés Tomohiro Nishikado, creador del clásico juego para máquinas recreativas Space Invaders (1978), tuvo en mente para diseñarlo una célebre novela decimonónica y un filme cuyo triunfo e influencia lo convirtió, no solo en el inicio de una larga franquicia, sino además en una de las patas sobre las que se sostiene el séptimo arte moderno. La otra es El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972).

En el episodio “Boom and Bust” (1x01) de High Score: El mundo de los videojuegos (desde 2020), la serie documental de France Costrel para Netflix, Nishikado explica en qué se fijó para el divertimento arcade por el que será recordado. “Cuando era pequeño, La guerra de los mundos [1898], del autor H. G. Wells, era muy popular”, dice. “Así que, al haber crecido viendo eso, creía que los extraterrestres eran pulpos. Miraba al cielo nocturno y me preguntaba si vendrían y nos atacarían. Por eso usamos el pulpo como el mayor enemigo de Space Invaders”. Tras sopesar tanques, aviones, barcos y hasta soldaditos sin que la cosa funcionara bien como diana actractiva, hay que añadir.

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Netflix

Pero no es la única obra que le inspiró. Aparte del videojuego Breakout (Nolan Bushnell y Steve Bristow, 1976), claro. Con el estreno de Star Wars: Una nueva esperanza [George Lucas, 1977], se decidió por un droide, primo de R2-D2 (Kenny Baker) y C-3PO (Anthony Daniels), para el manejo de los jugadores. Y esta fue la combinación ganadora para Space Invaders, “el primer éxito japonés de los recreativos” hasta el punto de que, según nos cuenta Charles Martinet en la serie de Netflix, muchos de estos locales de ocio eran llamados “casas de los invasores”. E incluso, “por un tiempo, el Gobierno japonés tuvo que declarar la escasez de monedas de 100 yenes”, las que se introducían en las máquinas.

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