Cuando un tipo específico de filmes se convierte en un éxito, los halcones de Hollywood y los que procuran medrar a su sombra alargada y se esfuerzan por seguirles el paso toman buena nota. Y se dedican a exprimir la fórmula triunfante hasta que desaparece de la cartelera por puro agotamiento, aunque dure bastantes años, como un sol moribundo que ha consumido los gases que mantenían su estabilidad y estalla en una supernova después de crecerse. Hoy, sin discusión posible acerca de que el gran filón son las espectaculares aventuras de los superhéroes salidos de los cómics de Marvel, DC y compañía, todo lo que se salga de la norma con dignidad debería aplaudirse.
Es el caso de Los nuevos mutantes (2020), la película dirigida por el estadounidense Josh Boone que adapta la obra homónima (1982-1991) del guionista Chris Claremont y el dibujante Bob McLeod, con continuaciones hasta este mismo año. Esta aportación parece que se aleja mucho de los filmes previos que nos había ofrecido el realizador hasta la fecha: el conmovedor drama cómico Un invierno en la playa (2012) y ese difícil híbrido tonal que es el muy ingenuo, insolente y lacrimógeno Bajo la misma estrella (2014). Además, ha escrito los libretos de Todo lo que teníamos (Katie Holmes, 2016) y Pretenders (James Franco, 2018), ambas de actores populares con mayores aspiraciones.
Estas cuatro películas pivotan entre la hilaridad y la circunspección, siempre con absoluta sencillez, romance y personajes juveniles. Pero que Boone se haya encargado de Los nuevos mutantes nos indica que ha decidido meter la cabeza en las producciones cinematográficas más comerciales de Hollywood y, quizá, hacerse un nombre en la industria para poder acometer luego proyectos personales con libertad. Esa sería la aspiración de un cineasta de veras artístico. Pero tal vez sus intereses sencillamente hayan variado, y en un tiempo estrenará Apocalipsis (desde 2020), la serie según la famosa novela de Stephen King (1990) que ha creado con Benjamin Cavell.
Y este nuevo registro narrativo de Josh Boone coincide con el hecho de que la suya es una adaptación diferente a lo que nos ha acostumbrado el universo de los X-Men. Se ve con total claridad que Los nuevos mutantes difiere de la saga de ficción científica y acción y se adentra en el territorio de la fantasía más pura, el género en el que lo extraño sucede en el mundo conocido y que no hay que confundir con las historias maravillosas como las de Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll, 1865-1972), El Señor de los Anillos (J. R. R. Tolkien, 1954-55) o Las crónicas de Narnia (C. S. Lewis, 1950-1956); y del terror, que en verdad es fantasía oscura, gótica, en muchísimas ocasiones.
Las peripecias a las que empujan al quinteto protagonista de Los nuevos mutantes lleva el sello inconfundible de lo fantástico y el horror porque los poderes insólitos que manifiestan dan para ello de sobra, y a uno le traen a la mente lo que hacía el mítico Pennywise, el brutal payaso bailarín que asola la localidad de Derry en la novela It (King, 1986), a lo que recurría la pobre Ofelia (Ivana Baquero) durante la Guerra Civil en el multipremiado filme español El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), el meollo de Somnia: Dentro de tus sueños (Mike Flanagan, 2016) e incluso, en cierta manera, a la circunstancia de lo que esconde La cura del bienestar (Gore Verbinski, 2017).
Y esta distinción feliz, que sigue el camino trazado tan ingeniosamente por la serie Legión (Noah Hawley, 2017-2019) pero sin llegar a sus cotas alucinadas, demenciales y surrealistas, se revela como lo más atractivo que nos ofrece Los nuevos mutantes, por lo que los espectadores pueden sentir un mayor agradecimiento al no tratarse de más de lo mismo; su mejor baza. Continúa la esencia de los X-Men, eso sí: los sentimientos ambivalentes de los personajes por sus poderes peligrosos y su autodescubrimiento, la disyuntiva de aprovecharlos para bien o para el mal y su instrumentalización. Y, por otro lado, Boone tampoco se separa del protagonismo adolescente y de la perspectiva del romance.
Lo novedoso es el disfrute que puede proporcionarnos el volantazo genérico y sus posibilidades elementales y, con poquito que el director se esforzara para que su composición nos resultase satisfactoria, nos podríamos dar con un canto en los dientes. Y, por fortuna, podemos. Josh Boone no se luce en demasía con Los nuevos mutantes y se mantiene en la profesionalidad más rigurosa, sin caer en ridículos ni inverosimilitudes tanto en el guion coescrito con Knate Lee (Cardboard Boxer) como en su puesta en escena, que ya es mucho. Pero se las apaña para armar unas secuencias limpias y creíbles que, si no logran fascinarnos a estas alturas, sí alcanzan cierta intensidad sostenida que las favorece.
Uno sonríe al escuchar una partitura de Mark Snow (The X-Files), y no hay obra de cine respetable sin unos actores en plantilla que nos brinden al menos un ápice de lo que saben hacer, y Los nuevos mutantes los tienen con toda seguridad, sea la poco conocida Blu Hunt (Los originales) como Danielle Moonstar, Maisie Williams (Juego de tronos) en la piel de Rahne Sinclair, Anya Taylor-Joy (La bruja) como Illyana Rasputin, Charlie Heaton (Stranger Things) encarnando a Sam Guthrie, Henry Zaga (Por trece razones) como Roberto da Costa o Alice Braga (Ciudad de Dios) en los zapatos de la doctora Reyes. En definitiva, nada sublime y nada abominable; un sano entretenimiento.