Imaginad que sois una de esas personas a las que a veces alguien mira con desconfianza o desdén cuando se dan cuenta de que estáis leyendo **un libro de Stephen King porque, eh, el género de terror es para gente con problemas mentales y las novelas de este hombre son superventas y, por lo tanto y sin duda alguna, vulgares y de mal gusto. Imaginad que la que tenéis entre manos es la versión ampliada de Apocalipsis (1990) —una ampliación que la convierte así en la obra más larga del literato de Maine hasta el momento—, que os toca el capítulo treinta y dos y que, al llegar a los párrafos en los que el recluso Lloyd Henreid recuerda a un conejito de su infancia, a vosotros os viene a la memoria un episodio de una serie mítica como *The X-Files (Chris Carter, desde 1993)*.
Aunque la verdad es que puede ocurrir al revés: imaginaos que estáis viendo el episodio “A Christmas Carol” (5x06), brillante en su composición, su sutileza y los asombrosos giros de su trama sobrenatural, y que, durante uno de los flashbacks en los que la agente Dana Scully de Gillian Anderson sueña también con una anécdota lúgubre de su infancia, os acordáis de ese capítulo de Apocalipsis. En cualquier caso, la conexión que habéis hecho se debe a su indiscutible parecido, hasta el punto de que esos párrafos de Stephen King podrían haber servido de inspiración a los guionistas John Shiban, Frank Spotnitz y Vince Gilligan —al que hoy se le conoce bastante por haber creado *Breaking Bad* (2008-2013)— para escribir ese episodio de 1997.
En la novela, un superviviente al apocalipsis gripal llamado Lloyd Henreid, que ha sido enchironado por los asesinatos múltiples que ha cometido con el difunto Andrew “Poke” Freeman y no puede salir de su celda en el pabellón de máxima seguridad en una cárcel de Phoenix, experimenta un miedo horrible a morir por inanición. Y ese miedo le hace pensar en un conejito que había ganado en una rifa de la escuela, al que había prometido alimentar y del que luego se había olvidado por su incorregible cabeza de chorlito durante dos semanas: “La piel que tanto le había gustado acariciar se hallaba apelmazada y sucia”, cuenta Stephen King. “Unos gusanos blancos reptaban por las cavidades que antaño habían contenido los hermosos ojos rosados del animal”.
Y es precisamente esta imagen del conejo muerto, con la piel apelmazada y los gusanos reptando sobre el pequeño cadáver, la que os enciende la bombilla y conecta Apocalipsis y el episodio de The X-Files en vuestra mente. Porque también está en “A Christmas Carol”: una jovencísima Dana Scully, a la que encarna Joey Shea, tiene escondido a un conejo en la casa familiar para que no lo encuentren presumiblemente ni sus padres ni su amenazante hermano Bill, con el rostro de Ryan DeBoer; y cuando baja al sótano a echarle un vistazo, lo descubre tal como Lloyd Henreid halló al suyo, pero porque lo había metido en el típico maletín portamerienda de metal, sin respiradero; si bien llevaba ahí el tiempo suficiente como para morirse de todos modos.
Obviando la inverosimilitud de que sin el acceso de moscas haya gusanitos y la diferencia onírica en el caso de The X-Files, ambos pasajes de ficción coinciden, pues, en que son recuerdos de la infancia de sus protagonistas con un conejito, relatados volviendo en la narración a entonces, con oposición paterna a que el animal permaneciese en la casa de la familia, la misma irresponsabilidad infantil e idénticas consecuencias e imágenes macabras con una huella indeleble en la memoria pueril que retorna en vivencias adultas y desasosegantes. Y, si hay una referencia a Stephen King en el episodio “Die Hand Die Verletzt” (2x14) y hasta le pidieron que escribiera uno, “Chinga” (5x10) —solo cuatro después que “A Christmas Carol”—, de forma que le tenían presente, no resulta descabellado sugerir que el flashback se pudo inspirar en el recuerdo de Apocalipsis.