Hay enfermedades que nos llevan inevitablemente a pensar en los libros de historia, la literatura y el cine. La peste bubónica, que causó sus primeros estragos durante el Imperio Romano, la escarlatina, que sembró de tristeza las vidas de las hermanas de Mujercitas, o la tuberculosis, que acabó con la vida de grandes escritores, como Gustavo Adolfo Bécquer o Miguel Hernández, son algunos ejemplos de estas enfermedades históricas.
Que se mencionen tanto en referencias al pasado lleva a veces a que equívocamente se piense que son patologías ya desaparecidas. Sin embargo, la viruela es la única enfermedad humana que se ha logrado erradicar por completo, gracias a la vacunación. Otras muchas siguen conviviendo con nosotros, aunque las mejores condiciones higiénico-sanitarias y los avances de la medicina las mantienen a raya en buena parte del mundo. Por eso, cuando conocemos la existencia de un nuevo brote de peste o la muerte de una persona a causa de la lepra creemos que se ha abierto la caja de Pandora y que algo desaparecido ha vuelto. Sería el golpe de efecto que le falta al guión de este 2020. Sin embargo, es algo más común de lo que podríamos llegar a creer.
La peste bubónica, del Imperio Romano a Mongolia
Recientemente hemos conocido la noticia del cierre de una zona de Mongolia con motivo de un brote de peste bubónica.
Este año estamos bastante susceptibles a este tipo de noticias, por lo que ha sido todo un shock. Sin embargo, no es algo tan extraño como parece. De hecho, ya el año pasado fue necesario poner en cuarentena a todos los viajeros de un avión por la muerte de dos de ellos a causa de esta enfermedad.
A pesar de todo, no nos equivocamos al concebirla como una de las enfermedades históricas; pues, ciertamente, en el pasado dio muchos más quebraderos de cabeza.
Fue la responsable de grandes epidemias, que llevaron a que se la conociera como peste negra. Había dos razones principales por las que llegó a extenderse tanto. Por un lado, las malas condiciones higiénico sanitarias del pasado. Se sabe que la provoca una bacteria, Yersinia pestis, que se encuentra en pequeños mamíferos, como las ratas, y en las pulgas que los parasitan. En épocas pasadas, en las que incluso las grandes ciudades de los países más desarrollados estaban atestadas de estos roedores, las infecciones corrían como la pólvora.
Por otro lado, al ser una enfermedad bacteriana, puede curarse con antibióticos. Pero fue necesario esperar hasta 1928 para que Alexander Fleming descubriera la penicilina.
Desgraciadamente, hoy en día sigue siendo una enfermedad grave, con una mortalidad situada entre el 10% y el 60%. La parte buena es que si se detecta a tiempo el tratamiento antibiótico aumenta las posibilidades de curación.
La escarlatina, la enfermedad de Mujercitas
Esta es también una enfermedad bacteriana, provocada por la bacteria Streptococcus pyogenes del serogrupo A.
Nos evoca al pasado principalmente por las referencias que se hacen a ella en ciertas obras literarias, como Mujercitas. Ciertamente, fue muy común en la Inglaterra de principios del siglo XX, desde 1900 hasta 1930. En esa época se llegaron a registrar más de 100.000 casos, la mayoría en niños, de los que muchos terminaban con su fallecimiento.
Si se contuvo precisamente en los años 30 fue de nuevo por la llegada de los antibióticos. Gracias a estos fármacos terminó convirtiéndose en una enfermedad leve, que suele cursar con dolor de garganta, algo de fiebre y sarpullido. A día de hoy sigue causando pequeños brotes en colegios, pero no reviste gravedad.
Tuberculosis, la condena a muerte de los presidiarios
Otra de las enfermedades históricas es la tuberculosis. Se trata de una patología infecciosa, causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis.
Afecta principalmente a los pulmones y genera síntomas como tos crónica con moco que contiene sangre, fiebre, sudores nocturnos y pérdida de peso. Como otras enfermedades respiratorias, se transmite a través del aire.
Se sabe que la mayoría de infecciones cursan sin síntomas, dando lugar a lo que se conoce como tuberculosis latente. Sin embargo, en un 10% de los casos puede tener lugar una tuberculosis activa, por la que la mitad de pacientes pueden morir si no se tratan. Y el tratamiento, de nuevo, es a través de antibióticos.
Las primeras muestras de tuberculosis se obtuvieron de unos restos de bisontes de 17.000 años de antigüedad. Después pasó a los humanos, aunque no está muy claro ni cómo ni cuándo. Fue descrita como una patología por primera vez en 1689, aunque no se supo mucho más sobre ella hasta 1820, cuando Robert Koch identificó la bacteria que la causa.
En Europa llegó a estar muy extendida en el siglo XIX, cuando provocó hasta una cuarta parte de las muertes de los europeos.
Podía afectar a cualquiera, aunque era más común en personas que vivían en lugares mal ventilados y con muchas personas hacinadas. Por eso fue la causa de defunción de muchos presidiarios. El poeta Miguel Hernández, por ejemplo, falleció por tuberculosis en 1942, después de ser encarcelado por sus ideas políticas. También fue el motivo de la muerte de la pequeña Anne Frank, que falleció por este motivo en un campo de concentración nazi en 1945, a los 15 años de edad.
La lepra, la pesadilla de las enfermedades históricas
La lepra nos lleva a pensar en incontables historias sobre leprosos de la Edad Media. Sin embargo, esta enfermedad, causada por la bacteria Mycobacterium Leprae, sigue existiendo en la actualidad.
Es tristemente común en países económicamente desfavorecidos. Tanto que, según la OMS, solo en 2017 afectó a 211.009 personas en 159 países diferentes.
En países desarrollados se dan algunos casos aislados, normalmente por el consumo de animales salvajes, especialmente armadillos.
Puede curarse con un tratamiento multimedicamentoso, compuesto por varios medicamentos. Gracias a ello, en el año 2000 dejó de considerarse un problema de salud pública a nivel mundial. Sin embargo, muchas personas en el mundo siguen sufriendo; por lo que para nada es una enfermedad desaparecida.
Disentería, la enfermedad del Antiguo Testamento
La disentería es una enfermedad caracterizada por una intensa inflamación intestinal que genera diarreas sangrientas severas y puede terminar con la muerte del paciente si no se trata.
No es generada por un solo patógeno. De hecho, se conoce que pueden provocarla tanto bacterias, como protozoos y parásitos.
Fue descrita ya por algunos médicos de la Edad Antigua, como Hipócrates, que vivió entre los siglos IV y V antes de cristo. Además, se la menciona varias veces en el Antiguo Testamento de la Biblia.
No obstante, tampoco ha desaparecido todavía. De nuevo, la mejora de las condiciones higiénico-sanitarias ha provocado que sea una patología muy rara en buena parte del mundo, ya que es común que se contraiga por el consumo de agua contaminada.
Esto lleva a que sean los países subdesarrollados, con un mal suministro de agua potable, los que más la padecen.
La OMS la clasifica como una de las enfermedades diarreicas que cada año matan a más de medio millón de niños en el mundo, por eso es tan importante que se trabaje para mejorar la salubridad de estos países y, además, aportar los medicamentos que necesitan para tratar estas enfermedades.
La mayor pandemia de la actualidad
Todas las enfermedades históricas mencionadas en este artículo se pueden tratar a día de hoy gracias a los antibióticos.
Por desgracia, hoy en día contamos con un problema de salud pública muy actual, que se acabará convirtiendo en una nueva gran pandemia si no se hace nada por solucionarlo: las resistencias bacterianas.
Los antibióticos son y serán uno de los avances más importantes de la historia de la medicina. Gracias a ellos se salvan millones de vidas en el mundo. Sin embargo, el mal uso que se hace de ellos está llevando a que cada vez más bacterias desarrollen resistencias. Por eso, se está trabajando en la obtención de medicamentos alternativos; pero, hasta que se logre, es importante concienciar a la población sobre las prácticas que se deben evitar.
Entre ellas destaca no automedicarse, jamás tomar antibióticos para tratar un virus y seguir siempre las pautas marcadas por el prospecto o el médico, sin tomar más o menos dosis de la adecuada ni interrumpir el tratamiento. Y, por supuesto, nada de usarlos como si fueran cosméticos. Si no llevamos a cabo estas medidas, esas enfermedades que nos parecen históricas por lo poco comunes que son hoy en día quizás llegarían a convertirse en algo peligrosamente actual. Y no queremos eso.