Frente a las superproducciones de ciencia ficción que llenan los cines —o los llenaban antes del coronabicho pandémico—, en las que los grandes estudios de Hollywood se gastan un dineral y las atiborran de efectos visuales generados por ordenador, hay producciones más pequeñas pero igual de satisfactorias. No es que las de alto presupuesto no puedan ser peliculones y hasta merecer laureles; y un número puntual lo son, por supuesto. Pero hay algo especialmente meritorio en saber aprovechar los escasos recursos de los que dispone un cineasta y ofrecernos una obra tan digna como The Vast of Night (2019), rodada por el novato Andrew Patterson en menos de un mes y con 700.000 ridículos dólares. No contaba ni con un millón de pavos y se ha lucido a base de bien.

Resultan obvios por declarados el planteamiento o la inspiración de series televisivas como The Twilight Zone (Rod Serling, 1959-1964) en cualquiera de sus cuatro etapas o Cuentos asombrosos (Steven Spielberg, Joshua Brand y John Falsey, 1985-1987) y su reboot homónimo (Adam Horowitz y Edward Kitsis, desde 2020). Y su maridaje con otras películas cuyo misterio fantástico se resuelve en conversaciones durante las que estalla el asombro, como The Man from Earth (Richard Schenkman, 2007). E igual que en las novelas de Isaac Asimov. Y no parece algo casual que en el primer tramo de The Vast of Night se mencione Science Digest, la revista estadounidense en la que el escritor de ficción científica contestaba preguntas sobre ciencia.

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Patterson opta por un decidida naturalidad en los diálogos, las interpretaciones y la puesta en escena. La cámara persigue a sus personajes desde el comienzo como si fuese un simple testigo de lo que ocurre, incluso un fisgón en ocasiones, lo que implica que haya unos cuantos planos secuencia. Pero, muy pronto, su apuesta naturalista y por este tipo de planos se convierte en otra cosa: un ejercicio estupendo de estilo con el que no hay transiciones automáticas ni graduales entre una localización y la siguiente, sino que el enfoque se desplaza con ligereza de la una a la otra, sin cortar el plano, que continúa alegremente hasta lo razonable. Y repentinos montajes veloces, a juego con la ansiedad que experimentan los protagonistas de The Vast of Night en tensión o ante lo que están descubriendo.

O fundidos a negro inesperados que van y vienen mientras se habla o en situaciones alarmantes, y zooms paulatinos. La banda sonora de los principiantes Erick Alexander y Jared Bulmer es decente y cumple su función, pero se muestra poco cohesionada, con melodías minimalistas independientes por una parte, una de viento por otra, una más de cuerda que bebe claramente de partituras semejantes a la de Hans Zimmer (Hannibal) para La señal (Gore Verbinski, 2002), y así. Y de su reparto no puede haber queja alguna, sea por la labor de Jake Horowitz (Manifest) como Everett Soan, de Sierra McCormick (Curb Your Enthusiasm) en la piel de Fay Crocker, la de Gail Cronauer (JFK) como Mabel Blanche o la de Bruce Davis (The Last Defense) dando voz a Billy.

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No obstante, hay una diferencia capital entre la propuesta de The Man from Earth y la de The Vast of Night. Al margen de que la planificación visual de la segunda es mucho más virtuosista, o lo que le permiten sus medios dentro de la sensatez, claro. La primera no se limita a construir su intriga abracadabrante en las conversaciones sin mostrar nada, como el filme de Schenkman, sino que termina rindiéndose a la evidencia. Y puede tratarse de su único fallo junto con la banda sonora no cohesionada. Quizá seguir el ejemplo de Misteriosa obsesión (Joseph Ruben, 2004) hubiera sido más conveniente para no romper la sobriedad con lo alucinante. Pero esta eclosión de talento indiscutible nos obliga a permanecer ojo avizor por lo que nos depare Andrew Patterson en el futuro.

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