A partir de 1965, el novelista y divulgador ruso-estadounidense Isaac Asimov tuvo a bien aceptar una colaboración con la revista Science Digest. La idea era que él respondería a dudas de los lectores sobre cuestiones interesantes de la ciencia. Y lo que en principio iba a ser una colaboración esporádica “adquirió carácter mensual, y la sección «Please, explain» pasó a ser «Isaac Asimov explains», según cuenta él mismo en el prólogo de su libro Cien preguntas básicas sobre la ciencia (1973). Lógicamente, en él reúne un centenar de estas explicaciones, incluyendo aquella sobre a quién señalaría como el mayor científico de la historia.
No hay un segundo puesto en la historia de la ciencia
El autor de novelas tan estupendas como las siete de Fundación (1951-1993), El fin de la eternidad (1955) o Los robots del amanecer (1983) parece que tenía muy clara su respuesta. “Si la pregunta fuese: «¿Quién fue el segundo científico más grande?» sería imposible de contestar”, asegura en el capítulo dos. “Hay por lo menos una docena de hombres que, en mi opinión, podrían aspirar a esa segunda plaza. Entre ellos figurarían, por ejemplo, Albert Einstein, Ernest Rutherford, Niels Borh, Louis Pasteur, Charles Darwin, Galileo Galilei, J. Clerk Maxwell, Arquímedes y otros”.
Y Isaac Asimov no se queda ahí porque “incluso es muy probable que ni siquiera exista eso que hemos llamado el segundo científico más grande”. La razón que aporta para sugerir esta posibilidad es que “las credenciales de tantas y tantos son tan buenas y la dificultad de distinguir niveles de mérito es tan grande, que al final quizá tendríamos que declarar un empate entre diez o doce”. Y no resultaría nada absurdo porque la labor y los logros del método científico bien afinado no se realizan en soledad, sino gracias a la acumulación de conocimiento y la cooperación del conjunto de la comunidad científica mundial.
El científico más importante de todos según Isaac Asimov
“Pero como la pregunta es «¿Quién es el más grande?», no hay problema alguno”, matiza, y por fin lo dice: “En mi opinión, la mayoría de los historiadores de la ciencia no dudarían en afirmar que Isaac Newton fue el talento científico más grande que jamás haya visto el mundo”. Con todas las letras. “Tenía sus faltas, viva el cielo: era un mal conferenciante, tenía algo de cobarde moral y de llorón autocompasivo y de vez en cuando era víctima de serias depresiones”. Caray. “Pero como científico no tenía igual”. Contundente, Asimov. Pero no sin ofrecer argumentos sólidos sobre su posicionamiento.
Su tocayo “fundó las matemáticas superiores después de elaborar el cálculo”, la óptica moderna “mediante sus experimentos de descomponer la luz blanca en los colores del espectro”, la física moderna “al establecer las leyes del movimiento y deducir sus consecuencias” y la astronomía moderna “estableciendo la ley de la gravitación universal”. Y remata Isaac Asimov: “Cualquiera de estas cuatro hazañas habría bastado por sí sola para distinguirle como científico de importancia capital. Las cuatro juntas le colocan en el primer lugar de modo incuestionable”. Y no se trata de lo único por lo que hay que destacar su figura.
La elegancia intelectual de Isaac Newton
Según el novelista, que también fue profesor de Bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston entre 1948 y 1992 y Presidente Honorario de la Asociación Humanista Estadounidense desde 1985, la manera en la que Isaac Newton presentó sus descubrimientos fue más importante aún. En sus Principia Mathematica (1687), “el libro científico más grande jamás escrito”, el británico “presentó sus leyes del movimiento, su teoría de la gravitación y muchas otras cosas, utilizando las matemáticas en el estilo estrictamente griego y organizando todo de manera impecablemente elegante”.
Así que sus colegas se vieron obligados a “admitir que al fin se hallaban ante una mente igual o superior a cualquiera de las de la Antigüedad”, y que la visión del mundo que presentaba era hermosa, completa e infinitamente superior en racionalidad e inevitabilidad a todo lo que contenían los libros griegos”. Y, por si todo lo anterior fuera poco relevante para la historia de la ciencia, Isaac Asimov afirma que Newton destruyó así “la influencia paralizante de los antiguos”, rompiendo “para siempre el complejo de inferioridad intelectual del hombre moderno”. Absolutamente inapelable.