Hoy se cumplen seis meses de coronavirus. Veinticuatro semanas desde que se lanzó la primera alarma sanitaria en Wuhan. Medio año desde que supimos que en China varias personas estaban cayendo enfermas por una neumonía rara, inicialmente de origen desconocido.

En aquel momento lo veíamos como algo lejano, que no llegaría hasta aquí. Incluso cuando se le puso nombre y apellidos al virus causante de aquel padecimiento seguía pareciendo el problema de otros. Sin embargo, el SARS-CoV-2 es ahora un problema global, causante de una pandemia que ha dejado ya más de 10 millones de infectados y medio millón de fallecidos en todo el mundo. Por suerte, sabemos mucho más de él que aquel 31 de diciembre, pero no lo suficiente para frenar su expansión. Ha sido un camino largo e intenso, al que aún le quedan muchos pasos por recorrer. Este sería un resumen de lo que ya hemos caminado.

Situación en el mundo

El primer país fuera de Asia que se vio afectado por el SARS-CoV-2 fue Estados Unidos. Tras estos seis meses de coronavirus hay ya afectadas 185 naciones, pertenecientes a todos los continentes del mundo.

El continente que se encuentra en una peor situación es América, tanto por los más de 2 millones y medio de infectados de Estados Unidos como por el rápido ascenso de los casos en Latinoamérica. Los países africanos también suponen una gran preocupación; ya que, a pesar de no contar la mayoría con demasiados casos, se sospecha que podría deberse a una mala capacidad de detección. Además, muchos de estos países están lidiando con epidemias de otras enfermedades, como el ébola o el sarampión, por lo que su sistema sanitario difícilmente puede afrontarlo todo.

En total, en el momento de la redacción de este artículo, en el mundo se han contagiado 10.302.867 personas, de las que han fallecido 505.518 y se han curado 5.235.908. Por lo tanto, quedan algo más de 4 millones y medio de casos activos en todo el planeta.

La carrera por la obtención de vacunas y fármacos

En un inicio, cabía la esperanza de que el SARS-CoV-2 “muriera de éxito”, como le ocurrió al primer SARS-CoV o al MERS-CoV. Ambos coronavirus eran mucho más mortales, por lo que su difusión era más complicada. Los pacientes infectados fallecían o se encontraban demasiado graves para interaccionar con otras personas. Por eso, la detección y el aislamiento de los casos fue más fácil y la amenaza del virus se fue “apagando”.

Pero con el causante de la COVID-19 es todo mucho más complicado. Algunos casos son tan graves como para colapsar el sistema sanitario. En cambio, otros son asintomáticos o cursan con sintomatología muy leve, por lo que los pacientes pueden difundirlo con facilidad. Esto ha llevado a las autoridades sanitarias a asumir tras estos seis meses de coronavirus que la pandemia solo terminará cuando dispongamos de una vacuna o un tratamiento eficaz.

Actualmente, según la Plataforma de Registro de Ensayos Clínicos Internacionales de la Organización Mundial de la Salud (ICTRP de la OMS), hay 1.590 estudios en curso o completados en relación a este virus. España es uno de los países más involucrados. De hecho, a principios de este mes era el tercero con más pacientes involucrados en un total de 556 ensayos clínicos.

Pero aún no tenemos nada. Justo ayer la compañía farmacéutica Gilead anunciaba el coste y lanzamiento al mercado de su fármaco remdesivir, que se ha convertido en el primer medicamento aprobado para su comercialización contra el coronavirus.

Otros fármacos, como la hidroxicloroquina, también se han hecho hueco en los titulares en los últimos meses, primero por el estudio de Lancet que apuntaba a su gran potencial como tratamiento y después por la retractación de la revista, al mostrarse que en realidad el beneficio no era tal y que, además, había perjuicios que no se habían contemplado.

Algunos también se han hecho oír por mostrar ciertos beneficios en pacientes muy graves, alargando su vida y dando un tiempo extra a su sistema inmunitario para que pueda combatir el virus. Sin embargo, tampoco suponen ese tratamiento que estamos esperando. Por eso, aún será necesario esperar y no sabemos cuánto tiempo, de ahí que sea tan importante que sigamos manteniendo las medidas de seguridad.

Crisis de las mascarillas: ¿qué sabemos sobre ellas tras seis meses de coronavirus?

Desde aquel 31 de diciembre también ha cambiado mucho la situación con respecto a las mascarillas.

Inicialmente, algunos gobiernos, como el de España, y autoridades sanitarias como la propia OMS desaconsejaron su uso en la población general. El motivo estaba claro: había desabastecimiento para los sanitarios, que son nuestra primera línea de defensa. Por eso, asumiendo que los ciudadanos salían lo mínimo y mantenían la distancia de seguridad, no tenían por qué usarse.

Con el tiempo, el papel de los asintomáticos se fue haciendo más claro, por lo que el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos fue uno de los primeros en aconsejar su uso. Esto incluía las caseras si no había abastecimiento.

El resto de países fueron uniéndose, a la vez que la producción se reforzaba para abastecer a la población. A día de hoy en muchos países su uso es obligatorio en lugares cerrados y al aire libre si no se puede garantizar la distancia de seguridad. Para la población general se aconsejan las higiénicas o quirúrgicas, que evitan principalmente la salida del virus hacia fuera, por lo que evitarían en gran medida que un enfermo, aun siendo asintomático, lo esparciera. Las FFP2 o FFP3 realizan principalmente la acción contraria, por lo que se recomiendan para sanitarios o personas que conviven con enfermos.

Finalmente, han sido objeto de disputas las que llevan válvula de exhalación, conocidas popularmente como “mascarillas egoístas”. Se debe a que dejan salir todo el aire, por lo que una persona enferma con ellas contagiaría prácticamente como si no las llevara.

El virus no se ha debilitado

Se ha comentado mucho estos días que el virus se ha debilitado y que ya no es tan grave como lo era al principio. Aunque, como todo, es algo que se debe contemplar y estudiar, no hay pruebas de que sea así.

En realidad, lo que ocurre es que muchos países, como España, han mejorado su capacidad de detección. Esto supone que diagnostican más casos asintomáticos y leves que al principio de la pandemia. Por eso, puede parecer que la enfermedad es menos grave; pero, en realidad, no ha cambiado tanto. Es cierto que ha mutado, porque todos los virus lo hacen, más si son de ARN, pero en este caso no parece que haya pasado a ser ni más leve ni más grave.

Los bulos no son solo cosa de los orígenes

Cuando se empezó a hablar del coronavirus, los bulos sobre él empezaron a correr como la pólvora. Desde que se podría prevenir tomando bebidas muy calientes hasta que las gárgaras con alcohol podrían ser muy efectivas.

En ese momento, cuando el mayor deseo de la población era no contagiarse, los mitos acerca de la COVID-19 iban dirigidos a ese punto.

Tras seis meses de coronavirus, parece ser que ya hemos asumido que no se puede prevenir más allá del lavado de manos, las mascarillas y la distancia de seguridad. Ahora sabemos que solo una vacuna podrá poner fin a la pesadilla y que, mientras tanto, las mascarillas son nuestras mejores aliadas. También sabemos que el confinamiento es el principal responsable de que algunos países hayan logrado ralentizar la expansión del virus y que, llegado el caso, deberíamos volver a él.

Por eso, los bulos, con una capacidad de mutación mayor que la del VIH y las más endiablada de las gripes juntos, se han adaptado a los tiempos. Ahora, los negacionistas del virus se niegan a volver a un posible confinamiento, mientras que algunos famosos han apuntado a la posibilidad de que tanto la del coronavirus como el resto de vacunas vayan dirigidas a controlarnos. Y, por supuesto, tampoco pueden faltar quienes alertan de los supuestos riesgos de llevar mascarilla.

En todos los casos, los bulos se mueven por los temores generados por el coronavirus. El miedo ha sido durante siglos el combustible de todo tipo de mitos y leyendas. Ahora es la leña que aviva el fuego de bulos y fake news. Desde luego, el miedo es algo lógico, pero estamos cometiendo el error de asustarnos de lo que no debemos. Temer al virus es racional, aunque tampoco debemos dejar que se apodere de nosotros. Pero temer a la ciencia y el conocimiento es un grave error, pues son los únicos salvavidas que tenemos en una situación tan extrema como esta.