Si hay algo por lo que esta epidemia está siendo especialmente compleja es porque es el resultado de un virus que antes no conocíamos. Nos parece que ha pasado una década desde que entrábamos en el nuevo año oyendo hablar de lejos sobre un virus raro, que había afectado a unos cuantos chinos en un mercado de marisco.

En realidad no ha pasado tanto tiempo, apenas tres meses. Pero aquel virus desconocido se ha convertido en nuestro peor enemigo, al expandirse por todo el planeta, llegando hasta los puntos más recónditos y cebándose especialmente con Europa. Los científicos llevan todo ese tiempo trabajando a contrarreloj, buscando vacunas y tratamientos efectivos contra el SARS-CoV-2, a la vez que intentan conocerlo mejor. Suele decirse que para vencer al enemigo el primer paso es conocerlo y eso no es fácil. Por eso todo cambia tan deprisa, por eso lo que hace una semana parecía correcto de repente parece no serlo y por eso la OMS y el gobierno de España han cambiado su punto de vista con respecto a las mascarillas. No se trata de mentiras ni de confusión. Se trata de ciencia, de tiempo y, sobre todo, de tratar de entender a un enemigo desconocido.

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La situación ha dado un vuelco

A medida que el virus fue saliendo de China y expandiéndose por otros países del mundo, el miedo colectivo llevó a un gran desabastecimiento de mascarillas en las farmacias de España y también de otros países del mundo. Esto fue un gran problema, no solo porque empezaba a afectar a las existencias de estos artículos de protección en los hospitales, sino porque también las personas inmunodeprimidas, que necesitan usarlas siempre que se encuentren en lugares con gran afluencia de gente, comenzaban a verse en un aprieto para encontrarlas.

Por ese motivo, las autoridades sanitarias del gobierno de España, siguiendo las directrices de la Organización Mundial de la Salud, aconsejaron dejar las mascarillas solo para profesionales sanitarios, enfermos y pacientes de riesgo. Incluso así ha sido necesario buscar mascarillas y otros EPIs literalmente en el otro extremo del mundo para que los hospitales no se quedaran sin ellos.

Lógicamente, el consejo de dejar las mascarillas solo a estos grupos de población se apoyaba en estudios científicos que sostienen que el virus no permanece en el aire demasiado tiempo, por lo que para evitar el contagio de personas sanas bastaría con mantener la distancia de seguridad. Esa ha sido la situación durante la primera parte de la epidemia en España e Italia. Sin embargo, las cosas han dado un vuelco en los últimos días.
Tras la expansión del coronavirus en Estados Unidos, su Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) comenzó a recomendar el uso de mascarillas en la población general. Otros países se sumaban a la iniciativa, generando un gran desconcierto en la población, que se preguntaba a qué se debía una opinión tan dividida.

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Finalmente, la OMS ha permanecido aconsejando el uso preferente de los grupos antes mencionados, pero ha pasado a recomendar que, a ser posible, las use también el resto de la población. También se ha unido al cambio el Gobierno de España, hasta el punto de publicar una guía en la que se explica cómo deben confeccionarse las mascarillas caseras. Incluso Italia ha endurecido sus medidas, avisando que en la región de Lombardía se multará a todas aquellas personas que salgan a la calle sin la nariz y la boca tapadas, ya sea con mascarillas o con una simple bufanda. ¿A qué se debe entonces este cambio? La respuesta está en los síntomas o, más concretamente, en su ausencia.

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Cosa de asintomáticos

El fenómeno de los pacientes asintomáticos no es nada nuevo. De hecho, es algo que ocurre también con otras enfermedades víricas, como la gripe.

Ya en los inicios de la epidemia en China se llevaron a cabo algunos estudios que apuntaban a la existencia de personas asintomáticas con COVID-19 que podrían estar contribuyendo a la expansión de la enfermedad. No obstante, se desconocía la frecuencia con la que se dan y, sobre todo, su capacidad de contagio.

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Se sospechaba que no era una proporción elevada de pacientes y que la posibilidad de que fuesen contagiadores era muy baja. Sin embargo, con el tiempo se ha demostrado que son mucho más comunes de lo que se creía.

Uno de los primeros en demostrarlo fue el epidemiólogo italiano Sergio Romagnani, quien al realizar el test a los 3.000 habitantes de un municipio veneciano comprobó que entre el 50% y el 75% de ellos eran asintomáticos.
Sus resultados se unieron hace solo unos días a los de un estudio basado en cifras chinas, en el que se concluía que cuatro de cada cinco de los pacientes que dieron positivo en el test de COVID-19 resultaron ser asintomáticos en ese momento. Incluso en Islandia, de las personas que han sido diagnosticadas con la enfermedad, el 50% no padecían síntomas. Cabe decir que puede que algunas de esas personas sí terminaran desarrollando síntomas, aunque no los tuvieran en ese momento, pero no por eso dejan de ser relevantes los resultados.

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En el segundo de los estudios mencionados, publicado hace unos días en The British Medical Journal, sus autores concluyen que esto podría indicar que el virus lleva circulando más tiempo del que pensábamos y que, por eso, buena parte de la población habría estado ya expuesta a él sin ni siquiera darse cuenta. Esto, por un lado, es una buena noticia, que indicaría que la mortalidad del virus es mucho menor de lo que se ha calculado hasta el momento. Además, también supondría que buena parte de la población, ya inmunizada, podría servir como cortafuegos en la cadena de contagios, ayudando a así a frenar el virus. Pero implica una nueva medida.

Cuando salimos de casa (solo lo justo y necesario) debemos actuar como si todos los demás tuvieran el virus, pero también como si lo tuviéramos nosotros mismos. No basta con aconsejar a las personas con síntomas que no salgan de casa, pues alguien aparente sano podrían ser también transmisor de la enfermedad. Y es ahí donde entran en juego las mascarillas. La probabilidad de que nos contagiemos a través del aire es realmente baja, mucho más que la probabilidad de que estemos enfermos y no lo sepamos. Por eso, si llevamos mascarilla, disminuiremos las posibilidades de transmitir el virus a otras personas.

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Por supuesto, eso no nos exime de continuar con medidas como mantener la distancia de seguridad, evitar hablar o lavar regularmente las manos. Además, es esencial recordar que las mascarillas no deben manipularse mientras se llevan puestas y que a la hora de retirarlas hay que hacerlo directamente desde las gomas, evitando tocar la cara.

Esta es solo una medida que se añade al protocolo de la nueva fase de la pandemia a la que estamos llegando, como bien explicaba este fin de semana la doctora María José Sierra en la rueda de prensa del Comité Técnico del coronavirus.

Por lo tanto, este cambio en las medidas no es más que un nuevo rumbo en la investigación y en la situación actual de la pandemia. Una señal de que el virus sigue siendo nuestro enemigo; pero, al menos, es cada vez un poco menos desconocido.