Titular una obra de cine no es algo baladí, sobre todo para los departamentos de marketing de las distribuidoras que deben venderla. Optar por uno atractivo siempre es mejor que por uno soso; pero no hasta lo cutre, por favor. Nunca se nos olvidarán las traducciones inconcebibles de los títulos de películas extranjeras que han perpetrado algunos, quizá en estado de embriaguez y socarronería. O de mal gusto perpetuo. Y, aunque normalmente se va a lo seguro, lo sencillo o lo contundente, hay cineastas con lucidez y mucha mano que apuestan por nombres de cierta riqueza referencial. Como en el caso obvio de Álex Pina y White Lines.
El de esta serie del responsable de la carcelaria Vis a vis (2015-2019), la exitosa trepidación de La casa de papel (desde 2017) o El embarcadero (2019-2020) y su follón poliamoroso apunta un par de elementos específicos de su intriga acerca de una muerte bastante turbia y, por otra parte, a determinadas circunstancias de su protagonista femenina. Está claro que las “líneas blancas” de White Lines son, primero, las de la droga con la que trafican personajes como Marcus (Daniel Mays) y los miembros de la familia Calafat, o que consumen a lo loco otros como Axel Collins (Tom Rhys Harries) y sus amigos en la fiestera isla española de Ibiza.
Por esas white lines se meten en unos líos para los que hay carrete disponible en la temporada próxima. Y también señalan las del paso de cebra sobre el que perece el propio Axel, aspecto con el que han querido jugar en el cartel de esta serie de Netflix, mezclándolas con las de la droga. Y además se le añade un significado abstracto cuando Yoana (Maggie O’Neill), la psicóloga de Zoe Walker (Laura Haddock), le advierte que había trazado unas líneas blancas para permanecer estable, pero en Ibiza estaba traspasando hasta las rojas. Así que el título de White Lines se refiere incluso a la deriva emocional de su protagonista.