Ya está aquí la ansiada desescalada. Hace casi dos meses, cuando dimos los primeros pasos dentro del confinamiento, soñábamos cada día con la llegada de este momento. Ahora, sin embargo, su inminente comienzo para muchos no es más que un motivo de nerviosismo que algunas personas han catalogado bajo el título de un fenómeno conocido como “síndrome de la cabaña”.

Desde que comenzaron a aliviarse las medidas de aislamiento, se han detectado algunos comportamientos muy desesperanzadores. Corros de amigos sin mantener la distancia de seguridad, niños intercambiando juguetes, varios padres sentados juntos en un mismo banco… Es cierto que la mayoría de personas lo hacen bien, pero el simple hecho de que unas pocas se comporten de esta manera puede llegar a generar mucha frustración. Si a esto le sumamos la incertidumbre económica y el miedo a enfermar, se crea un cóctel explosivo que puede mermar fácilmente la salud mental de muchas personas. ¿Pero podemos hablar de un síndrome a pesar de todo?

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La mayoría de expertos coinciden en que esto no debe considerarse como una patología. Más bien, se trata de un fenómeno sufrido por aquellas personas que han pasado un largo tiempo aislados de la sociedad. Otros señalan que ni siquiera es posible generalizar bajo este fenómeno la situación que está empezando a generarse. Y es que, en realidad, cada persona es única y, ante un momento histórico como este, no todos reaccionaremos del mismo modo. Aunque sí que hay algunos factores comunes a la mayoría de la población.

Un trastorno que en realidad no lo es

Si hacemos una búsqueda de la literatura científica, no encontraremos referencias al síndrome de la cabaña como un trastorno psicológico, pero sí a un fenómeno relacionado con patologías médicas.

Lo ha explicado a Hipertextual la psicóloga Noelia Vargas Garrido. “Lo llaman la cabin fever y tiene como síntomas problemas respiratorios leves y fiebre, y en algunos casos también se le denomina como ‘síndrome pulmonar por hantavirus’, pero está más relacionado concondiciones del entorno y vivienda que con el confinamiento en sí”.

Se refiere, por ejemplo, a un estudio publicado en Chest, en 2016, en el que se hace referencia a un hombre de Connecticut de 44 años, que presentó estos síntomas después de pasar un tiempo viajando en autocaravana. Es una afección respiratoria grave, provocada por un virus que se transmite a humanos generalmente por el contacto con roedores infectados. Este hombre informó de la presencia de heces de ratón en el vehículo, por lo que no tardó en sospecharse que este fuera el motivo de su padecimiento. Si se le conoce como “fiebre de la cabaña” es porque puede darse en personas que hayan pasado un tiempo aisladas en cabañas en entornos rurales.

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Según algunos psicólogos, el término del “síndrome de la cabaña” surgió precisamente para explicar los síntomas psiquiátricos generados en este tipo de situaciones. Se describe el caso de personas de zonas muy frías de Estados Unidos, que deben hibernar en refugios rurales durante el invierno.

Sin embargo, nosotros no hemos estado totalmente aislados en mitad de la nada y rodeados de nieve. La situación es diferente y obedece a otros muchos motivos.

Un cambio radical en nuestras vidas

“De igual modo que ante situaciones de pérdida se puede experimentar duelo, en una situación tan excepcional como la que estamos, existe la posibilidad de que se dé un conjunto de conductas y fenómenos que no podremos conceptualizar desde un punto de vista patológico a términos generales”. Vargas continúa haciendo referencia a las palabras del psicólogo Eparquio Delgado, quien recuerda que “está proliferando una gran cantidad de estudios para ver los efectos ‘nocivos’ y perjudiciales que está teniendo en nuestra salud psicológica esta situación, pero muy pocos sobre la mejora de las condiciones vitales que ha supuesto para muchas personas”. Con esto hace referencia a hechos como tener más tiempo para la familia y para otras situaciones que tienen que ver con el autocuidado.

“Citando a Zizek, lamentablemente hemos tenido que sufrir una catástrofe horrible para repensar y reflexionar sobre las características tan sumamente patológicas que tiene la sociedad en la que estamos viviendo”, cita Noelia Vargas. “Unas características que derivan en una sociedad orientada a la sobreproducción y al consumo, donde se nos va el tiempo, nuestras relaciones personales y también nuestra salud. No había tiempo para lo esencial e importante, o más bien, no había tiempo para muchas personas. O no hay, porque estas condiciones se siguen manteniendo para quienes cuidan y asisten, para quienes producen y para los que siguen trabajando dentro de casa por partida doble”.

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Añade que en este sistema las actividades y rutinas de autocuidado incluso se enmarcan dentro de esa productividad y no tanto por la relevancia que debería tener la salud para nosotros. “Nos cuidamos para poder ser más productivos y mantener un nivel mínimo”.

Cada caso es único

Teniendo esto en cuenta, no podemos comparar la situación actual con el caso de la hibernación en cabañas de Estados Unidos. “No se puede hablar sobre un ‘síndrome de la cabaña’ como tal, al menos por ahora”, señala la psicóloga consultada por este medio. “Por otro lado, aunque exista una situación similar de confinamiento entre esos estadounidenses y el confinamiento actual (en lo que respecta al encierro), los estímulos amenazantes no son ni remotamente los mismos, ya que actualmente impera la incertidumbre ante la pérdida de empleo, por el hecho de construir ‘una nueva normalidad’ o el miedo constante al contagio”.

Por lo tanto, el desarrollo o no de un problema psicológico dependerá de la historia y circunstancias vitales a términos individuales. “No es lo mismo la persona que está pasando el confinamiento en una casa amplia, con patio o jardín, que una que vive hacinada con su familia en 50 metros cuadrados”. Además, señala que posiblemente habrá personas que no experimenten este malestar y no pasará absolutamente nada.

¿Qué podemos hacer?

Está claro que cada persona es única, por lo que tampoco hay una fórmula clave para evitar la situación. De hecho, según Vargas, ni siquiera deberíamos hablar de evitar como tal. “El miedo y la incertidumbre son respuestas adaptativas a la situación que estamos viviendo y no tenemos por qué evitarlo o ‘aprender’ a afrontarlo como algo patológico”. Está claro que estamos expuestos a una situación de amenaza por el riesgo de contagio de la COVID-19.

Además, sobrevuela sobre nosotros la incertidumbre de la crisis económica que está por venir. Sin embargo, la psicóloga insiste en que es importante señalar que no tenemos control sobre lo que sentimos. “No podemos controlar tener miedo o sentir incertidumbre, pero sí elegir o aprender a responder a ello”. ¿Y cómo lo hacemos? “Se puede afrontar esta situación de una forma sana y funcional”, aclara. “Identificar por qué se manifiesta el miedo puede resultar de ayuda para responder ante el mismo”. Con esto indica que no es lo mismo sentir miedo ante el contagio que sentirlo por la socialización en distintos entornos y círculos sociales ahora vistos con cierta aversión.

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Para solucionar la primera situación, recomienda llevar a cabo una exposición progresiva a la salida y al restablecimiento de rutinas, con sus respectivas medidas cautelares de prevención. Para lo segundo, es necesario llevar a cabo una evaluación más exhaustiva e individualizada. Por eso, al igual que cuando todo esto empezó, antes de que la situación nos desborde debemos buscar ayuda psicológica. La solución no está en poner etiquetas a lo que nos ocurre. Con cabaña o sin ella, la vuelta a la “normalidad” va a ser un problema para muchas personas. Puede convertirse en un camino difícil de cruzar sin ayuda. No flaqueemos a la hora de pedir la de un profesional.

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