Todos sabemos que siempre se ha dicho que los seres humanos somos animales de costumbres, y esta característica no parece menos cierta en el caso de los directores de cine, que también suelen acomodarse a ciertas rutinas de trabajo o incluso a detalles conscientes de su propio estilo narrativo y audiovisual. Por esta razón nos hemos dado cuenta de que el estadounidense Quentin Tarantino, por ejemplo, ha roto en la contenida Érase una vez en… Hollywood (2019) con tradiciones que había mantenido en cada uno de sus nueve largometrajes previos —la dupla de Kill Bill (2003, 2004) no es una sola película— sin falta, desde la fundacional Reservoir Dogs (1992), pasando por la aceptable Jackie Brown (1997) hasta el sangriento Cluedo de Los odiosos ocho (2015).
El rasgo de estilo y la rara clemencia de Quentin Tarantino
La primera tradición es una de sus marcas registradas según él mismo: el plano del maletero, es decir, aquel contrapicado obvio con el que la cámara parece enfocar a los personajes desde el interior del maletero de un coche o sucedáneos. No se trata de una toma que inventase él, por supuesto; la habíamos visto desde Orden: Caza sin cuartel (Alfred L. Werker y Anthony Mann, 1948), en A sangre fría (Richard Brooks, 1967), Mad Max 3 (George Miller, 1985) o Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990), y después, en Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto (Gore Verbinski, 2006), varias veces en Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013) o en el episodio “18 Miles Out” (2x10) de The Walking Dead (Frank Darabont y Angela Kang, desde 2010).
En la mencionada Reservoir Dogs, los señores Rubio (Michael Madsen), Blanco (Harvey Keitel) y Rosa (Steve Buscemi) se asoman al maletero, donde hay un joven policía atado (Lawrence Bender); en Pulp Fiction (1994), Vincent Vega (John Travolta) y Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) sacan dos pistolas del maletero; en Jackie Brown, Ordell Robbie (Jackson) extrae una escopeta y convence a Beaumont Livingston (Chris Tuker) de que se introduzca con esta en el mismo, y la protagonista (Pam Grier) agarra el dinero robado a Ordell del suyo; en Kill Bill, vol. 1, la Novia (Uma Thurman) somete a un interrogatorio a Sofie Fatale (Julie Dreyfus), atrapada en el maletero; y en Grindhouse: Death Proof (2007), Kim (Tracie Thoms) y Zoë Bell admiran el motor de un coche.
Este último contrapicado se hace exactamente desde un maletero, es verdad, pero sirve como muestra de lo mismo. Como los similares que hay en Kill Bill, vol. 2, en la famosa escena final de Malditos bastardos (2009) con el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) y el sargento Donny Donowitz (Eli Roth) ante “su obra maestra” en la frente del coronel Hans Landa (Christoph Waltz), que ya era el segundo en circunstancias semejantes; en Django desencadenado (2012) y en Los odiosos ocho. Y todos los anteriores por no hablar del trunk shot de Abierto hasta el amanecer (Robert Rodríguez, 1996), cuyo vampírico guion escribió Tarantino según un relato de Robert Kurtzman: los hermanos Seth (George Clooney) y Richard Gecko (Tarantino) tienen a una mujer amordazada del maletero.
La segunda tradición que el cineasta yanqui ha mandado a tomar viento es la muerte de cuantos personajes interpreta Michael Madsen para sus películas: todos se han ido al otro barrio, sea el señor Rubio de Reservoir Dogs, su Budd en Kill Bill, vol. 2 o su Joe Gage de Los odiosos ocho. El papel de este actor de Chicago para Érase una vez en… Hollywood es pequeñito, pues encarna al sheriff Hackett de la serie ficticia Bounty Law, que cuenta con Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) como actor protagonista. Pero que se trate de un simple cameo no quiere decir que no hubiese podido matarlo dada la naturaleza de su personaje de western. Otra cuestión es si Tarantino no se lo ha cargado sabiendo que suele hacerlo, a propósito.