Lo que hoy llamamos fake news, pese a que se cocinan y difunden en un contexto tan específico como el de la sociedad de la información globalizada, son las mentiras políticas de siempre, aquellas de las que se sirven las facciones de poder sin escrúpulos para lograr sus intereses con cualquier medio a su disposición. O, sencillamente, las que elabora y propaga gentecilla que vive fuera de la realidad palpable, con la mente en un universo de intrigas conspiranoicas, pseudociencia y expedientes equis. Y el resultado de esta inmoralidad y falta de rigor divulgativo, a la luz de lo que desencadena, puede ser de lo más temible.

Esto nos explica la nueva película documental Posverdad: la desinformación y el coste de las fake news, dirigido por Andrew Rossi para la HBO. No puede parecer ni un poquito extraño que esta reputada compañía le diera luz verde para encargarse del proyecto, por dos razones bastante obvias: la primera, que la cuestión de las fake news es muy jugosa y, desde hace tiempo, está siempre de actualidad plena —sí, también con la crisis del coronavirus y los conspiranoicos que aseguran que el covid-19 no existe o que ha sido creado en un laboratorio para provocar una masacre—; y la segunda, la experiencia de Rossi en el género.

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Posverdad es su séptimo largometraje así, tras los gourmets Eat This New York (2004) y Le Cirque: A Table in Heaven (2007), Page One: un año en The New York Times (2011), Torre de marfil (2013), y los culturales The First Monday in May (2016) y Bronx Gothic (2017), y tres de los seis episodios que componen Siete días antes (2018) para Netflix y uno de los siete de Marvel’s 616 (2020), la serie documental que explora el impacto de los cómics marvelitas en la cultura pop. Además, se trata de la obra de Rossi que realmente puede antojársenos más atractiva por lo que ya hemos dicho.

Los únicos de sus documentales anteriores que se acercan a la problemática social o al mundillo informativo son Page One: un año en The New York Times, por razones evidentes, y Torre de marfil, que denuncia la onerosa educación universitaria en Estados Unidos; y no cabe duda de que las fake news le pasan la mano por la jeta a ambos asuntos en atracción para los espectadores por las polémicas indignantes que han ocasionado. Las vicisitudes que desgrana Rossi ponen los pelos de punta, y en las del tremendo Pizzagate vuelve a pisar un restaurante como en Eat This New York y Le Cirque: A Table in Heaven.

El director neoyorkino no exhibe un estilo particularmente brillante, y tampoco lo necesita si lo único que desea es exponer, con claridad suma, una tesis multifocal sobre las detestables fake news sin deslumbrarnos a la vez con el aparato audiovisual. O porque Rossi no cuenta con la inventiva necesaria para otra cosa. El caso es que el montaje del material obtenido, tras entrevistar a las personas adecuadas, ofrece el discurso elaborado y saltarín de rigor, que garantiza un buen ritmo para mantener la atención de los espectadores, y el filme se justifica a sí mismo por la relevancia incontestable del tema y su eficaz aproximación a este.

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Sin una elocuencia extraordinaria, los toques de color cinematográfico los consigue al combinar testimonios directos y grabaciones ajenas, de los noticiarios televisivos o de ciertos canales de YouTube —nada del otro jueves—, y con el uso puntual y agradecido de la cámara lenta. Dicho todo esto, no es el tono sereno y competente lo que hace de Posverdad un documental aterrador, sino lo que nos muestra de las consecuencias políticas y sociales de las fake news, la irracionalidad de quienes se las tragan y la desvergüenza absoluta de aquellos que las fabrican y las sueltan en nuestro entorno viralizador.

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