El brujo Geralt de Rivia, entrenado para matar a engendros y monstruos que amenazan la tranquilidad de villas y aldeas, va de un lado a otro en busca de trabajo y no siempre le van bien las cosas. La mayoría de la gente le teme y quienes no, consideran que su loable labor está a punto de perder importancia a medida que la magia del mundo desaparece y lo que otorga valor a su gesta —esa incansable necesidad de luchar y batallar contra todas las formas en que puede manifestarse el mal— se convierte en una leyenda de caminos. Como cazador de monstruo a sueldo, la vida de Geralt —y la forma en interpreta el mundo— se relaciona la mayoría de las veces con un asunto tan prosaico como directo: el dinero.

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Lo mismo podría decirse de Mando, el enmascarado cazarrecompensas mandaloriano que viaja por la galaxia en compañía de un diminuto bebé de una raza desconocida. Antes de su encuentro con el niño que cambiaría su historia, Mando se debía a un código de honor, y al mismo tiempo a los límites de sus misiones, cuales sean que estas fueran. Para bien o para mal, Mando dependía para su supervivencia del dinero, de su buen nombre y sobre todo, de su lealtad al código de su planeta, lo que le hacía un hombre “confiable”.

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Como Geralt, Mando tiene una relación complicada con quienes le contratan: debe asumir que el cliente en cuestión tiene intenciones en las que no debe ahondar —y que podrían ser, como en el caso de su último encargo, bastante peligrosas— y también debe obedecerle, al menos en principio. Para Geralt, cuyo código de honor evita que asesine a seres humanos, le hace tener que aclarar cada cierto tiempo que no es un asesino a sueldo. Lo cual, la mayoría de las veces le pone en situaciones complicadas o al menos lo suficientemente arriesgadas para incluso temer por su integridad física.

Quizá, lo más extraño de la relación de ambos personajes con el dinero sea justo el hecho que no se trata de un elemento novedoso: ya Jessica Jones dependía de su habilidad para resolver casos para sobrevivir. Lo mismo que Matt Murdock/Daredevil, que siempre parece al borde de la bancarrota por su insistencia de representar caso que en la mayoría de los casos, apenas le reportarán un entusiasta agradecimiento. Lo mismo podría decirse de Spider-Man, que pasa la mayor parte del tiempo resolviendo ese complicado problema de ser un adulto joven en una ciudad costosa y en apariencia despiadada como Nueva York, al mismo que intenta salvarle de una nutrida colección de villanos.

No obstante, tanto el melancólico Geralt como el taciturno Mando, llevan las cosas a un lugar por completo nuevo: el brujo pasa los tres primeros capítulos de la serie recorriendo el continente sin nombre en que el habita, en busca de trabajo y de alguna manera providencial, tropezándose con los elementos que cambiarán su destino. Con un estilo más sofisticado y apoyado en la detallada mitología Star Wars, The Mandalorian tiene además que obedecer una línea de comportamiento de la cual depende su trabajo futuro. En el momento en que Geralt de Rivia abandona su búsqueda y se integra de manera consciente a una situación que le sobrepasa, su historia se transforma para siempre. De la misma forma, cuando Mando decide desobedecer al rígido código mandaloriano y tomar decisiones emocionales, el mundo tal y como lo conoció toma un rumbo nuevo.

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¿Se trata de una coincidencia que las dos series más populares de la actualidad mediten sobre ese prosaico asunto del trabajo en contraposición con los ideales morales? Podría ser así, a no ser por el hecho notorio que tanto Geralt como Mando son representaciones de un tipo de moral antigua o al menos tradicional, que debe lidiar con la forma en que comprendemos la avaricia, la ambición y al final las tentaciones del dinero. El brujo pudo simplemente compensar su falta de trabajo como cazador de monstruos utilizando sus considerables condiciones y habilidades para convertirse en asesino a sueldo. Mando pudo obedecer al cliente y empezar “de nuevo”, como le sugiere Kuiil (Nick Nolte) una vez que entrega al bebé al personaje interpretado por Werner Herzog. Pero ni lo uno ni el otro lo hace, lo que les convierte en parias (al menos en el caso de Mando), pero sobre todo en dueños de su destino. Un elemento de enorme importancia en ambas series.

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Geralt de Rivia, Ciri, Cirilla, Yennefer
Netflix

Sin duda, el hecho que tanto Geralt como Mando decidan mantenerse fiel a sus ideales es una forma muy sutil —y más mundana de lo que pueda suponerse— de representar un ideal moral. Una versión del bien y del mal basado íntegramente en la manera en que el héroe asume su identidad y sobre todo, la forma en que batalla contra la tentación de asumir su lugar el mundo. Tanto en una como en otra serie, el ideal de quién podemos ser —o quisiéramos ser— se transforma en una batalla contra enemigos formidables o criaturas portentosas, y con algo tan humano como cotidiano: el mero hecho de sobrevivir. Y allí su éxito.

Además, tanto Geralt de Rivia como Mando son personajes solitarios. Ninguno de los dos podrá recurrir a un gremio, un grupo o incluso recibir el apoyo de su propia raza o cofradía. Ambos son renegados y de alguna manera, marginados por la sociedad y también por sus iguales. Mientras Geralt debe explicar con escasa paciencia al hechicero Stregobor que “no es un asesino a sueldo”, Mando debe enfrentarse al hecho de convertirse en un renegado —y que su cabeza tenga precio— por atender a su conciencia en lugar de los claros alinimientos de su profesión. Hay un elemento sin duda muy duro y complejo, en el hecho que los personajes deban luchar con la posibilidad de su propia supervivencia, sobre la condición de obedecer o romper su propio criterio sobre la bondad y la maldad. Y ambos shows, en especial The Mandalorian, hace un hincapié en la forma en que este mandaloriano, quizás uno de los últimos hombres de su planeta, deba asumir las consecuencias de una decisión que le aleja de la vida que hasta entonces llevó o conoció.

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La soledad de los personajes —en el caso de Geralt, su condición de lobo solitario y de nómada inevitable— condiciona además, el hecho de cómo asume su trabajo o cómo debe replantearse una y otra vez, como lo lo lleva a cabo. Ni Mando ni Geralt tienen un lugar al cual volver, un espacio seguro al cual regresar en caso de heridas o de situaciones extremas. Apenas uno confía en su caballo Sardinilla, mientras que Mando en su nave Razor Crest. Una versión sobre el desarraigo y la soledad, que añade presión a las diferentes misiones encomendadas a ambos.

¿Es tanto la historia de Geralt de Rivia como la de Mando una forma de asumir un nuevo tipo de independencia moral de considerable importancia? Al menos, es evidente que entre los personajes hay una correlación muy evidente que convierte a sus historias en pequeñas metáforas sobre la forma en que las decisiones correctas o incorrectas a menudos se relacionan con la forma en que comprendemos nuestro mundo. Después de todo, las misiones que se le suelen encargar a Geralt, a menudo son sucias, peligrosas e ingrata a cambio de unas cuantas monedas que apenas cubren el costo del riesgo o el esfuerzo que el brujo dedicó a realizarlas. Lo mismo podría decirse de Mando, cuya vida precaria está muy relacionada con la necesidad de ser considerado bueno en lo que hace y además, recompensado en consecuencia.

Desde esa perspectiva, la moral en ambas series, debe pasar un lugar ingrato, mundano y realista para tomar un sentido mucho más ideal. Los caballos, armaduras, espadas, bláster, cascos y otras tantas herramientas que utilizan Geralt y Mando cuestan dineros y deben ser repuestos, en la medida de lo inmediato. ¿Puede la supervivencia influir en sus decisiones? En la corte de la Reina Calanthe, Geralt se ve obligado por enésima vez a recordar que no asesina a hombres “sólo por gusto”, a pesar de las insinuaciones de la soberana de una “considerable paga” por asesinar a Duny. Mando debe ingeniarselas para lograr mantenerse a flote buena parte de la serie, cuando no sólo se convierte en un perseguido por sus anteriores clientes, sino por buena parte de los cazarrecompensas que como él tratan de sobrevivir.

De modo que los universos en que se mueven los argumentos de The Witcher y The Mandalorian, nada es grautito ni tiene por qué serlo. Y esa necesidad del pago y la retribución, es el contrapeso ideal para poner a prueba la integridad, valor y buenas intenciones de personajes que al principio, parecen ser lo suficientemente ambiguos como para sospechar de su comportamiento. ¿Geralt será capaz de matar a una princesa que con una venganza a cuestas para asegurarse algunas monedas? ¿Mando de olvidar al Niño y continuar, para conservar su buena reputación y futuro?

Los dilemas morales tanto en la serie de Netflix como en la Disney+, son cercanos, comprensibles y sobre todo, humanos. Una connotación sobre la evolución moral de los personajes que hace más ricos, multidimensionales y profundos a los planteamientos sobre su comportamiento. Mientras Mando recorre la Galaxia con el Niño a cuestas, Geralt arriesga su vida para poner a salvo a la desconocida princesa, que debe proteger por obra del destino. Tanto el Mandaloriano como el brujo, son conscientes que una decisión semejante pone en riesgo su futuro inmediato y su estilo de vida. Y aún así, toman la decisión de continuar. Los héroes modernos deben batallar con situaciones muy semejantes a las de cualquiera y lidiar con esa simplicidad de la vida cotidiana que lleva tanto esfuerzo superar. Quizás el mayor éxito de ambas historias.