Watchmen llega a su último capítulo de temporada sin anunciar renovación y aun así, la serie se toma la libertad de cerrar todas las líneas argumentales (o al menos, dar explicaciones brillantes a la mayoría) pero, a la vez, insinuar un posible futuro argumental de la historia.

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De modo que quizás, se trate de un final o de la puerta abierta abierta hacia una nueva dimensión de este experimento exitoso que logró homenajear a clásica novela gráfica, sin perder su personalidad. Cualquiera sea la respuesta, el reloj del Fin del Mundo sigue su camino, mientras la serie y la novela gráfica encuentran un punto de fusión que convierte a Watchmen no sólo en quizás una de las mejores adaptaciones de los últimos años, sino también en toda una sorpresa para buena parte de los televidentes.

Veidt y su mundo singular

El episodio comienza con Adrian Veidt grabando un mensaje para el presidente Robert Redford, con lo cual se cierra el círculo de información sobre el pasado y el futuro político de la serie. De la misma forma en que la historia original, Veidt asesinó a sus asistentes, en una forma de cerrar el camino, el mensaje y sobre todo, sus extraños planes en marcha.

Este fue el capítulo de los pequeños guiños, que en cada escena recordaron que la novela gráfica es de capital importancia para comprender el mundo en que se mueven los personajes de la serie: desde la contraseña del ordenador de Adrian en Karnak (Ramses II, conocido como Ozymandias por los griegos), hasta la mención del nudo gordiano, conexión directa con la historia del gran ídolo de Veidt, Alejandro Magno.

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También, hay un homenaje muy directo al legendario ego de Veidt. Durante buena parte del cómic, el personaje se jacta que sería bastante capaz de detener una bala, hazaña sobrehumana que finalmente logra luego que Laurie Blake le dispare. Para la ocasión, la serie analiza la idea de un Veidt envejecido, pero con sus facultades intactas, una inquietud que acompañó a su versión en el cómic durante buena parte de su historia. ¿Quién seré al envejecer?

Y por supuesto, está esa frase clásica que forma parte de la mitología de Moore y, que, en el último episodio de temporada, Veidt pronuncia con una marcada intención. The End Is Nigh (el final está cerca) cierra también otro ciclo y emparenta directamente el argumento con uno de sus momentos más recordados: el momento en que Rorschach caminó con un cartel que decía The End Is Nigh con rostro al descubierto.

Esas turbias líneas familiares

Y como no podía ser de otra forma, finalmente el padre del Senador Keene que promulgó y promovió la ley que prohibió y llevó a la clandestinidad a los vigilantes, apareció para demostrar que detrás de su celo por la ley se esconde el prejuicio. Como miembro de Cyclops es también un supremacista racial dispuesto a utilizar en su beneficio no solo la fuerza bruta de la Séptima Caballería, sino el peso de su apellido.

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Laurie, en las estrellas

Laurie Blake se despide como uno de los personajes más enigmáticos de la serie y de nuevo, cita a Manhattan, lo que pone de relieve que el hilo que los une continúa siendo de considerable importancia.

Para Laurie el “milagro termodinámico” del doctor Manhattan, es la explicación al azar (impredecible y la mayoría de las veces cruel) que rodean las situaciones que la rodean y cita de manera directa a la novela gráfica. “Eventos con probabilidades tan astronómicas que son efectivamente imposibles, como que el oxígeno se convierta espontáneamente en oro”, declara, en su tono lento, cansado y cínico.

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El Doctor Manhattan y su recorrido al pasado

Por supuesto, uno de los momentos más extravagantes es el hecho de lo que podría ocurrir —o no– con los poderes del doctor Manhattan, secuestrado y a merced de la Séptima caballería. Las referencias sobre el pasado del personaje abundan, mientras su destino se define: Cuando el joven senador Keene se desnuda para prepararse para lo que presume será su sublimación gracias al poder de Manhattan, lleva la misma ropa interior que en el héroe de piel azul antes de evitar por completo la ropa, una conexión directa con su pasado en Vietnam y que deja claro que el destino del personaje está marcado, incluso desde mucho antes que conociéramos su identidad en la serie.

Manhattan de hecho hace una lenta revisión de su vida mientras se encuentra encarcelado en su jaula de litio sintético. Todavía aturdido después de recuperar su primitiva personalidad, intenta comprender en qué momento temporal (y en qué lugar), se encuentra. De modo que se aferra a líneas de pensamiento que provienen directamente del tiempo original. “Todo lo que vemos de las estrellas son sus viejas fotografías”, es una cita directa del volumen número 4, página 1, de su intenso monólogo interior en el que recuerda su historia de origen.

Y así, es el final

(Alerta de spoilers, si no has visto el capítulo, no leas después de aquí)

El final llega con la noción sobre el poder que se transmite como herencia, algo que Moore analizó en su novela gráfica a través de las diferentes líneas argumentales superpuestas. Este gran capítulo final —que mostró finalmente las dos líneas temporales que jugaron entre sí, la forma como la cronología de la serie es esencialmente circular— es un homenaje a todo nivel a la forma en que se concibió la novela gráfica original.

Desde el huevo que simboliza el conocimiento —el nacimiento y la redención—, la sorprendente paternidad de Veidt, el hecho que haya pasado a la posteridad de la forma más demencial imaginable (tal y como siempre lo añoró) hasta la posibilidad que Angela Abar haya heredado los poderes de Doctor Manhattan (un accidente cósmico) no sólo recuerdan esa potestad de Moore de crear un universo caótico en que todo se encuentra vinculado bajo una gran premisa: el poder es un arma sin rostro, al alcance de cualquiera y al final, el mundo es culpable de todos sus pecados.

La última imagen del pie de Ángela sobre la piscina bien podría ser el cierre de la serie. Y quizás, el símbolo de un Universo en el que nada es lo que parece y que celebra, esa cualidad aleatoria de la realidad como parte de algo más grande e inexplicable. Buen trabajo, Damon Lindelof, por homenajear a una de las historias fundacionales de la cultura pop de nuestra época con semejante elegancia.

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