"Pero yo soy constante, como la estrella polar que no tiene parangón en cuanto a estabilidad en el firmamento”.
Estos versos forman parte de Julio César, una de las varias obras teatrales que William Shakespeare basó en hechos reales. En ella, como en todas las demás, el genio inglés muestra su arte con la pluma, pero también sus amplios conocimientos sobre historia. Sin embargo, suele decirse que esta frase concreta encierra un pequeño anacronismo, fruto de la falta de información de la que se disponía en la época acerca del “comportamiento” de la bóveda celeste. Es un detalle que para nada ensombrece la grandeza del autor, pero sirve para introducir la historia de esta estrella, que ha sufrido variaciones a lo largo de los milenios, pero que, a pesar de ellas, siempre ha sido una de las más valiosas, por ayudar a los viajeros del hemisferio norte a no perderse en el camino.
Cuando la ciencia se ‘colaba’ en las obras de Shakespeare
Hace mucho, mucho tiempo
La estrella polar, también conocida como Polaris, en la actualidad hace referencia a Alfa Ursae Minoris, una de las siete estrellas que componen la constelación de la Osa Menor. Es especialmente importante por indicar la posición del norte, en el hemisferio del mismo nombre. Además, cuenta con la peculiaridad de ser la única que está fija en el firmamento. ¿Pero por qué?
En realidad, se debe a que se encuentra muy cerca del eje de rotación terrestre, de modo que si imaginamos el cielo estrellado como un donut que gira sobre nuestras cabezas, Polaris se encontraría justo en el agujero, mientras que el resto de puntitos irían variando su posición.
Esta cualidad le ha valido desde tiempos inmemoriales el título de guía de los viajeros, ya que basta con localizarla para saber de una forma muy aproximada en qué dirección se encuentra el norte. Sin embargo, la estrella ubicada junto a ese punto cardinal no ha sido siempre la que vemos hoy. Esto se debe a que cada año el eje de rotación terrestre se desplaza aproximadamente un grado, de modo que la estrella se mueve imperceptiblemente poco a poco, llegando a ocupar una nueva posición en periodos muy largos de tiempo. Por ejemplo, hace 4.800 años la estrella más cercana al norte era Thuban, perteneciente a la constelación del Dragón. De hecho, según los escritos de la época, fue la referencia utilizada por los egipcios para construir las pirámides de Giza. También otros pueblos, como los antiguos chinos o los babilonios usaron esta estrella para orientarse.
Breve guía astronómica para saber cómo observar el cielo
Unos años después, hubo un momento en que ninguna estrella visible ocupaba el punto justo en el que se encuentra Polaris. Esta es precisamente la época en la que se basa la obra Julio César, de ahí que las palabras de Shakespeare se consideraran un anacronismo. Y es que, efectivamente, en la época del dramaturgo inglés, la estrella polar se posaba sobre el eje de rotación, manteniéndose fija mientras señalaba al norte, pero en los tiempos en los que vivió Julio César no había ninguna estrella constante y estable, como se ponía en boca del protagonista.
Del mismo modo que en el pasado la estrella polar no era la misma que hoy, en el futuro también habrá cambios al respecto. Eso sí, aún falta mucho para que esto ocurra, pues se calcula que será aproximadamente dentro de 3.500 años, cuando se espera que en esta posición se coloque la estrella Errai, de la constelación de Cefeo.
Dada la situación en la que se encuentra hoy el planeta es imposible saber hasta qué punto nos habremos saboteado o si la contaminación lumínica permitirá ver el cielo. Pero si hay algo claro es que para entonces esa será la estrella que apunte al norte.
¿Siempre es la más brillante?
Suele decirse que la estrella polar es fácil de encontrar, por ser la más brillante del firmamento. Sin embargo, este es uno de los muchos mitos que a menudo se cuentan sobre ella. Es cierto que brilla bastante en el cielo, de ahí que se vea tan bien a simple vista y sea tan útil como brújula. Pero no es la más brillante que podemos ver desde la Tierra, ya que en realidad este título lo posee Sirio, conocida también como Estrella del Perro, por encontrarse en la constelación Canis Maior.
Una peculiaridad de Sirio es que, aunque la vemos como solo una, es un sistema binario, compuesto por dos estrellas, Sirio A y Sirio B. Y esa es precisamente otra de las curiosidades detrás de nuestra estrella polar, ya que Alfa Ursae Minoris es también un conjunto, no de dos, sino de tres estrellas: Polaris A, Polaris B y Polaris C. De cualquier modo, esto ha sido históricamente irrelevante para los viajeros, que solo necesitaban ubicar un punto brillante en el cielo para llegar sanos y salvos a casa.
¿Qué pasa en el hemisferio sur?
Lógicamente, todo esto hace referencia al hemisferio norte. Ni ahora, ni hace 8.000 años, ni dentro de 4.000, los habitantes del hemisferio sur tendrán una estrella polar que apunte al norte. Sin embargo, en la actualidad sí que cuentan con su propia brújula en el firmamento: la Cruz del Sur, también conocida como Crux o Crux Australis.
En realidad, sí que existe una estrella polar del sur, conocida como Polaris Australis. Hace referencia a Sigma Octantis, que se ubica a algo más de un grado del verdadero polo sur y, al igual que Alfa Ursae Minoris, está prácticamete fija en el firmamento. Su problema es que es tan débil que resulta muy complicado verla a simple vista, de ahí que sea inútil para la orientación.
Por eso, con este fin se ha utilizado históricamente la Cruz del Sur. Se trata de la constelación más pequeña del firmamento, pero eso no impide que pueda utilizarse para determinar el punto aproximado en el que se encuentra el polo sur celeste. Para ello basta con medir aproximadamente cuatro veces y media en línea recta el eje principal de la cruz, partiendo de su estrella más brillante, llamada Acrux. No es tan exacto, pero ha servido como guía a los viajeros sureños durante mucho tiempo.
¿Cómo veríamos el cielo sin contaminación lumínica?
El cielo ha sido siempre mucho más que un bonito tapiz coronando nuestras cabezas. Ha sido la brújula que ha llevado a nuestros antepasados de vuelta a casa y el testigo silencioso de millones de escenas, alegres y tristes. Las mismas estrellas que guiaron a los egipcios en la construcción de uno de los monumentos más fascinantes de la historia siguen ahí, en otro punto, pero visibles. El firmamento es un pedazo de historia, cada vez más ensombrecido por esa contaminación lumínica que muchas personas ni siquiera conocen. Está en nuestra mano seguir disfrutando de él y, sobre todo, que lo hagan quienes vendrán después de nosotros. Quizás ya no necesitemos una brújula, pero sí un lugar bonito e inmenso al que mirar cuando necesitemos sentirnos pequeños.