Los incendios tienen consecuencias obvias, como la pérdida directa de flora y fauna de la zona afectada, además de la destrucción de hábitats, que afecta a la proliferación de las especies que normalmente viven en ellos. Sin embargo, también pueden conllevar resultados que, aun sin verse a simple vista, llegan a ser incluso más preocupantes.

Por ejemplo, este es el caso de la liberación de las reservas de carbono del suelo que está comenzando a darse a medida que el fuego se extiende masivamente por el Ártico. Ahora, la NASA ha detectado otra peligrosa consecuencia, aunque esta vez no lo ha hecho en los bosques boreales, sino en el Amazonas, donde cientos de miles de hectáreas han ardido en los últimos días. Se trata del aumento de los niveles de monóxido de carbono, un gas que, sin clasificarse como “de efecto invernadero”, puede afectar muy negativamente, tanto al cambio climático como a la salud de las personas que habitan en torno a los lugares afectados.

Los grandes incendios de este verano tienen una consecuencia inesperada para el planeta

El Amazonas convertido en un “brasero gigante”

El monóxido de carbono (CO) es un gas que se libera cuando una sustancia compuesta por carbono se quema en presencia de una cantidad insuficiente de oxígeno.

Es el responsable de las famosas intoxicaciones por brasero de carbón, que se dan cuando se utilizan este tipo de utensilios en habitaciones mal ventiladas. Si se inhalan grandes cantidades de este gas, algo habitual en entornos cerrados, puede ingresar en el torrente sanguíneo, en el que se une a la hemoglobina, impidiéndole que transporte el oxígeno como normalmente hace. Como resultado, las células no se oxigenan correctamente y comienzan a generarse una serie de síntomas entre los que destacan mareos, náuseas, dolor de cabeza, irritación ocular y de las vías respiratorias e incremento de las frecuencias cardiaca y respiratoria. Además, si no se detecta a tiempo, en los peores casos puede llegar a producirse la muerte.

Aunque es más frecuente su liberación de esta forma, también es común su presencia en las emisiones de los incendios forestales. Normalmente ocurre en concentraciones bajas, que solo suponen un riesgo para los bomberos que se encargan de apagarlos. Sin embargo, en el Amazonas estos niveles están posicionándose muy por encima de lo que se considera habitual. Puede verse en un mapa publicado recientemente por la Agencia Espacial, en el que se representan los niveles de CO a 5.500 metros de altura, entre el 8 y el 22 de agosto. Los colores varían, según la concentración, de modo que las zonas en verde son las que alcanzan las 100 partes por billón en volumen (ppbv), mientras que las amarillas se sitúan en torno a las 120 ppbv y las rojas a las 160 ppbv.

NASA / JPL-Caltech

¿Cuáles son sus consecuencias?

En incendios en espacios abiertos las consecuencias no son tan drásticas como en habitaciones cerradas. Sin embargo, si las concentraciones son tan elevadas como muestra el mapa de la NASA, sí que se afecta muy negativamente a la calidad del aire, pudiendo perjudicar la salud de personas con trastornos previos a nivel cardiovascular. Además, es un claro impulsor del cambio climático, ya que interacciona con algunos gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono o el metano, potenciando sus efectos sobre el calentamiento global.

Otro factor importante es la altura a la que se encuentra el CO. Dada la posición en la que se han detectado estas concentraciones tan elevadas, no tiene por qué afectar a la calidad del aire en la superficie de la Tierra. Sin embargo, es probable que el viento lo empuje hacia abajo, convirtiéndolo realmente en un problema.

El incendio del Amazonas se ve desde el espacio y a Bolsonaro parece no importarle

Finalmente, cabe destacar que este gas puede viajar grandes distancias, por lo que sus perjuicios no quedarían restringidos solo a la zona del incendio.

La reciente racha de fuego en el Amazonas no es la más grande de su historia. De hecho, ni siquiera es necesario retroceder mucho en el tiempo para encontrar algunas peores, como las que se dieron en 2002, 2003, 2004, 2005, 2006, 2007 y 2010. Sin embargo, es lo suficientemente preocupante como para meditar qué se ha podido hacer mal y, sobre todo, cómo nos puede afectar esto en un futuro que, por desgracia, cada vez se avecina más cercano.

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