Recientemente se daba a conocer el caso de una oceanógrafa jubilada que había conseguido que una foto astronómica realizada desde su patio fuese seleccionada por la NASA como imagen espacial del día 12 de abril.
Ahora, un geólogo marino retirado ha descubierto en las costas japonesas un nuevo tipo de “mineral”, procedente ni más ni menos que de la explosión de la bomba atómica que impactó contra la ciudad de Hiroshima en 1945. Aquellas curiosas esferas diminutas habían permanecido ocultas entre la arena de la playa durante más de setenta años, pero ha sido necesario que este hombre, llamado Mario Wannier, se desempeñara a fondo en una de sus “aficiones post-jubilación” para descubrirlas.
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Un misterio en la playa
Desde su jubilación, Wannier ha dedicado parte de su tiempo a recoger muestras de arena de playas de todo el mundo, con el fin de analizar si la presencia de ciertos tipos de desechos podría estar influyendo negativamente sobre la salud de los ecosistemas presentes en ellas. Pero lo que no esperaba es que esta afición, ya de por sí con un objetivo de lo más noble, terminara con un gran descubrimiento, que quedaría plasmado en un estudio de la revista Anthropocene, gracias a la colaboración de científicos de todo el mundo.
La muestra con la que empezó todo fue recogida en 2015 por uno de los ayudantes del geólogo en las costas de la península japonesa de Motoujina. La arena contenía un gran número de esferas diminutas, la mayoría por debajo de 1 milímetro de diámetro, diferentes a cualquier otra que se hubiese detectado hasta entonces en el sudeste asiático, por lo que Wannier supuso que podría tratarse de algo novedoso.
Su primer instinto fue comprobar si se trataba de partículas formadas por el impacto de meteoritos. Se sabe que durante el impacto de estas grandes rocas en la superficie terrestre un gran número de partículas de suelo licuado salen despedidas hacia la atmósfera, donde se convierten en pequeñas gotitas de material vítreo, que vuelven de nuevo al suelo. Este es un fenómeno que se ha estudiado especialmente en la península mexicana de Yucatán, donde se cree que tuvo lugar el impacto del meteorito que terminó con los dinosaurios.
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Al comprobar si las esferas halladas en Japón podían corresponderse con estas gotitas, Wannier comprobó que algunas sí que eran muy similares, pero que otras eran radicalmente distintas, especialmente porque contenían materiales poco frecuentes, como el caucho o varias capas de vidrio o sílice.
Solo había algo que en un primer estudio parecía claro: se habían formado a condiciones de presión y temperaturas muy elevadas, ¿pero cómo?
Y el desastre se hizo piedra
Estas primeras pesquisas llevaron al geólogo retirado a sospechar que la bomba atómica de Hiroshima podría haber tenido que ver en la formación de estas partículas, por lo que decidió viajar hasta algunas playas cercanas a la ciudad japonesa, donde recogería nuevas muestras. Todas ellas resultaron tener altas concentraciones de ellas, concretamente entre 12’6 y 23’3 gramos por kilogramo de tierra. Esto representaba una presencia de entre el 0’6% y el 2’5% del material investigado y un total de 10.000 esferas, que fueron divididas por Wannier en seis grupos, en función de sus propiedades y su composición.
Sin embargo, llegados a este punto, el científico sabía que tenía entre manos algo que no podría afrontar solo, por lo que se puso en contacto con varios científicos, procedentes en su mayoría del Berkeley Lab y la Universidad de Berkeley. El primero fue el profesor de mineraología Rudy Wenk, que procedió a analizar las muestras con ayuda de un microscopio electrónico. De este modo pudo comprobar que tenían una composición muy variada. Algunas esferas estaban compuestas principalmente de oxígeno y carbono, mientras que otras contenían trazas de aluminio, silicio y calcio, así como glóbulos de hierro muy ricos en cromo y algunas ramificaciones cristalinas. Además, con estos elementos se podían reconstruir algunos materiales comunes en la construcción, como el acero inoxidable, el mármol o el caucho.
La introducción en el estudio de nuevos grupos de investigación permitió someter las muestras a otras pruebas, como la microdifracción de rayos X, que permitieron establecer que, efectivamente, algunas de las partículas no procedían de meteoritos y que se habían formado con gran probabilidad durante una explosión atómica, a temperaturas superiores a los 1.800ºC.
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Se cree que, de un modo similar a lo ocurrido con los meteoritos, partículas procedentes del suelo o las edificaciones con las que impactó la bomba salieron despedidas alrededor de la bola de fuego generada, dando lugar a estas curiosas bolitas. Para comprobarlo se observaron también muestras procedentes del punto de nuevo México en el que se realizó la prueba Trinity, en la que por primera vez se analizaba el comportamiento de un arma nuclear por parte de los Estados Unidos. En esta zona también se formaron pequeñas esferas diferentes a cualquier mineral, aunque eran también distintas a las de Hiroshima, básicamente porque la composición geológica de las dos regiones no tenía nada que ver.
Los restos de Trinity fueron bautizados como trinititas, por lo que se hizo lo propio con los de Hiroshima, que pasaron a llamarse hiroshimaitas.
El hallazgo ha sorprendido notablemente a los científicos, a los que les cuesta entender que en un enclave tan estudiado, por las nefastas consecuencias de la explosión, hayan pasado desapercibidas durante décadas estas partículas vítreas. Sin embargo, también creen que, a pesar de haber ocurrido tarde, es un descubrimiento que debe alentar a otros investigadores a realizar búsquedas similares en otros lugares en los que tuvieran lugar explosiones atómicas, como Nagasaki. Además, también es importante pasar a un segundo paso, para comprobar si la hiroshimaita alberga en su interior algún resto de material radiactivo.
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Queda mucho por hacer para conocer más sobre estas lágrimas de vidrio, que bien podría representar el llanto de los que perdieron sus casas o sus familias por culpa de aquella barbarie que pasó a los anales de la historia.