Cuentan que durante una de sus visitas a las instalaciones centrales de la NASA, el presidente John Fitzgerald Kennedy vio a un conserje barriendo y le preguntó por qué estaba allí. El empleado respondió sin dudar: “Señor, estoy ayudando a poner a un hombre en la Luna”.
Probablemente esa historia sea una leyenda, pero lo que sí es cierto es que miles de trabajadores y trabajadoras colaboraron desde abajo para que Neil Armstrong pudiera pisar la superficie lunar aquel legendario 20 de julio de 1969. Entre esas personas figuran varios jarandos, los vecinos del municipio madrileño de Fresnedillas de la Oliva.
Por entonces era un pequeño pueblo agrícola y ganadero, con poco más de 400 habitantes censados, al que cuatro años antes había llegado la NASA para instalar una de las tres estaciones de seguimiento de los vuelos tripulados del programa Apolo. Las otras dos se localizaban en California (EE UU) y Camberra (Australia) para no perder la señal en ningún momento.
La primera frase de un ser humano al llegar a la Luna no fue la archiconocida “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, sino la que pronunció también el astronauta Neil Armstrong unas horas antes, cuando se posó la nave: “Houston, aquí Base de la Tranquilidad. El Águila ha alunizado”. El primer lugar de la Tierra al que llegaron aquellas palabras fue la estación de Fresnedillas.
¿Cómo podríamos vivir en la Luna?
Entre los huertos y las fincas donde se criaban vacas y cabras se construyó una gran antena de 26 metros de diámetro, además de los edificios donde más de un centenar de técnicos e ingenieros gestionaban las comunicaciones entre las naves espaciales y Houston. En aquellas modernas instalaciones también trabajaron algunos jarandos, la mayoría en labores de mantenimiento y servicios.
Una jornada de 22 horas
“Cafés, cafés y cafés, los americanos tomaban mucho café, especialmente aquella noche”, recuerda Consuelo Alonso, una de las vecinas del pueblo que fue camarera en la estación entre los años 1967 y 1970. Durante aquella jornada histórica trabajó, como la mayor parte del personal, 22 horas seguidas.
“Los americanos eran buena gente, muy lista, con carrera y muy educados”, dice Consuelo. “Comían pronto, entre las 11:30 y la 1 de la tarde, y bastante bien, por cierto: hasta siete huevos con jamón y queso se tomaba uno. En el comedor cabían unas cincuenta personas –continúa narrando–. Había un mostrador con botones para mantener la comida caliente, una máquina para pelar patatas y una gran pila para fregar los cacharros. Todo estaba muy bien organizado”.
Consuelo comenta a Sinc que, según oyó, los terrenos donde construyeron la estación “los pagaron bien pagados”. En realidad estaban situados en el término municipal de Navalagamella, pero los propietarios de las fincas eran de Fresnedillas. Esto generó más de un conflicto entre los dos ayuntamientos a la hora de reclamar la fama por su participación en la hazaña lunar. Al final, para no discutir, la NASA decidió que se llamara estación de Madrid.
“A mi abuelo le expropiaron parte de su huerto, que era su medio de vida; y mi padre, que por entonces era el alcalde, tuvo que luchar mucho para defender a Fresnedillas y facilitar todo lo que hiciera falta para que sus habitantes tuvieran un hueco en la base”, comenta su hija, María Nieves de la Peña, que también entró con 17 años a trabajar en la cafetería de la estación.
“Me recogían en un car pool, vehículos compartidos en los que íbamos varios empleados –recuerda–. Luego servía café toda la mañana en el coffe shop, donde venían los técnicos antes de empezar a trabajar. Ellos tenían sus casas en Madrid. Nos entendíamos un poco en inglés y también en español, porque algunos eran hispanos. Como anécdota te puedo contar que en sus ratos libres jugaban al voleibol debajo de la antena. Yo los veía por detrás de las cristaleras”.
En el momento que Armstrong pisó la Luna, María Nieves estaba en el centro de comunicaciones de la estación: “No lo entendía, pero al ver saltar a todos de alegría, supuse que todo había funcionado bien. Luego vimos las imágenes en la televisión que mis padres colocaron en la ventana. Cuando se acabó la conexión, la gente fue a celebrarlo por el pueblo, como hacemos los españoles. Los americanos solían organizar fiestas más formales y aburridas en el Escorial”.
Parejas nacidas del Apolo
“La experiencia con la gente de la base fue muy buena –continúa–, personas estupendas conmigo. Sentí mucho no poder seguir, pero me casé con un técnico, el jefe de servicios generales de la planta de fuerza. Me convencieron de que, si iba a tener hijos, era mejor que dejara de trabajar y me quedara en casa. Las cosas antes eran así. El broche de oro que me regalaron cuando salí de la estación sirvió para hacer los anillos de boda”.
No es el único ejemplo de parejas que se conocieron en la base. Manuel Basallote, un carpintero gaditano, también se casó con una vecina de Fresnedillas y se quedó a vivir aquí: “Yo pasé de construir barcos de madera en Barbate a bancos de trabajo, consolas y mesas para los ordenadores en la estación espacial. Estuve en ella 18 años y cuando la cerraron en 1985 me fui, como gran parte del personal, a la de Robledo de Chavela”.
“Al principio estuve en la construcción de los edificios y la base de la gran antena”, dice Basallote. “Me tuve que acostumbrar a herramientas americanas que no había visto nunca, como un cajón con una sierra circular. Luego me dediqué más bien a labores de mantenimiento, con mucha modificación de tabiques y cambios de pladur”.
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“Me ocurrieron varios accidentes –se lamenta–. Uno fue bajando con la moto por la carretera que une el pueblo con la estación. El casco se rompió y me destrocé la cara. Luego, haciendo un embalaje para el cono de una antena que iban a mandar a Australia, estaba con una broca del 12, se me fue y me partió el cúbito. Me tiré once meses de baja, pero nunca me falto el sueldo, el 100 %”.
Otro vecino de Fresnedillas que comenzó de carpintero y trabajó en el mantenimiento de las instalaciones fue Rogelio González, quien comenta que, aunque el sueldo era un poco mejor que fuera de la base, aun así tenía que compaginarlo con otras tareas: “Todos los días iba a aviar las vacas y, además, repartía pienso en esta zona por las tardes y noches”.
También tenía vacas, en su caso lecheras, Bernardino Herrero, que, aunque pasó por varios puestos, llegó a ser el encargado de jardinería de la estación: “Logramos tener un jardín muy guapo, de unos 4.000 m2. Plantábamos diversos tipos de plantas, hacíamos jardineras, paseos, montones de estanterías… Las máquinas y las condiciones que teníamos aquí eran mucho mejores que las del campo”.
“El pueblo estaba totalmente perdido cuando llegaron los americanos, pero con ellos subió para arriba. Más de veinte familias dependían de la base. España no ha vuelto a tener una empresa como aquella de NASA-INTA. Luego ya se quedaron solo los españoles y fue distinto: yo nunca me callé de las injusticias o los fraudes que veía”, asegura Herrero.
Los peligros de viajar a la Luna
La lista de vecinos de Fresnedillas que trabajaron en la base y todavía viven se va reduciendo cada año, pero entre ellos figuran su antiguo guarda, Sebastián Gómez, el albañil José Rodríguez Botello, el cocinero Vicente Hernández de Castillo –famoso por preparar paellas multitudinarias–, y el locuaz Pedro Zurita, que ocupó distintos puestos y disfrutaba hablando con todo el mundo: “En la estación llegué a charlar con el equipo de la película El astronauta, protagonizada por Tony Leblanc en 1970. Algunas de sus escenas se rodaron aquí”.
Técnicos jarandos
Además de los empleados en mantenimiento y hostelería, algunos jarandos accedieron a puestos técnicos. Uno de ellos fue Luis Rodríguez, que entró con 17 años como ayudante de electricidad, pero se formó –en inglés– en la base americana de Torrejón y obtuvo su título de mecánico de antenas para ejercerlo en la estación de su pueblo.
“Es un trabajo duro –cuenta–, porque las antenas son grandes y peligrosas. Tienes que trabajar a 40 o 50 metros de altura. No llegamos a conseguir que nos pagaran un plus de peligrosidad. Yo me dedicaba al mantenimiento de motores, a las averías… Más de una vez me tocó quedarme overnight (toda la noche) o salir disparado de casa para hacer seguimiento de satélites o naves, como la estación Skylab”.
“En cualquier caso, guardo buen recuerdo de mi paso por la estación –añade Luis–. La noche que llegó el hombre a la Luna fue temerosa. La gente gritaba y lloraba. Yo estuve entrando y saliendo para escuchar en la radio de un coche la retransmisión que hizo Jesús Hermida desde Estados Unidos”.
Por su parte, de la corriente que llegaba a las antenas se encargaba José López. Este jefe electromecánico venía de General Motors, por lo que no le costó superar las pruebas en inglés y adaptarse a los equipos electrógenos americanos, que operan a 60 hercios y 110 voltios en lugar de a 50 Hz y 220 V como en España.
“He trabajado en esto 40 años y te podría comentar muchas anécdotas y conflictos, como el grupo electrógeno que llegó mojado a Cádiz en la bodega de un barco. Tuve que desmontarlo entero para eliminar el agua salada –recuerda José–. Estoy sin uñas de tanto apretar tornillos y con una salud precaria. Antes no había guantes para trabajar con las baterías”.
“Ha sido sacrificado”, añade. “Uno de mis hijos nació en Murcia mientras yo estaba aquí, pendiente de la misión Apolo 11. Me he perdido muchas fiestas familiares o temporadas sin poder salir con mi mujer. No ha sido un camino de rosas”.
Pero el trabajo de José y el resto de los empleados de la base de Fresnedillas, desde las camareras que servían el café hasta los que cuidaban de sus instalaciones y operaban los equipos, tuvo su recompensa: ayudar a cumplir un sueño de la humanidad.
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Tres meses después de pisar el suelo lunar, Armstrong y sus compañeros visitaron España. Durante la recepción que ofreció la embajada estadounidense, el astronauta subrayó: “Sin las vitales comunicaciones mantenidas entre el Apolo 11 y la estación de Madrid podemos afirmar que nuestro aterrizaje en la Luna no hubiera sido posible”.
¿Y qué le dio el programa Apolo a Fresnedillas? Sin duda, supuso una revolución en un entorno rural sostenido por la actividad agrícola y ganadera. Pero no solo eso. Olivia Ventura, ingeniera agrícola y concejala del Ayuntamiento, habla del patrimonio inmaterial que aquella estación de la NASA dejó en el pueblo. “Nuestros abuelos no podían valorar en aquel momento el alcance de lo que estaba pasando porque estaban concentrados en hacer su trabajo, pero las siguientes generaciones hemos crecido oyendo las historias sobre la antena y la Luna. No es casual que unos cuantos nietos hayamos salido ingenieros”.
Ahora, el pequeño museo lunar del pueblo y el Ayuntamiento de Fresnedillas de la Oliva están organizando multitud de eventos para conmemorar en 2019 el medio siglo de la llegada de la humanidad a la Luna, con observaciones astronómicas, exposiciones fotográficas, charlas y actividades gastronómicas.
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En la organización también participan dos jarandos que siguen la tradición espacia: el ingeniero Tomás Alonso, que trabaja en la estación de Robledo gestionando las señales que envían las misiones de espacio profundo de la NASA; y el físico Juan Cabrero, que desde el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) colabora en la fabricación de uno de los instrumentos que llevará la misión ExoMars de la Agencia Espacial Europea para buscar vida en Marte.
Eso sí, de momento, Cabrero tiene que seguir explicando en sus charlas que sí llegamos a la Luna. Sus vecinos, que lo vivieron, saben que es verdad.
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