Cuando en 1907 Max von Laue, el principal ayudante del prestigioso Max Planck, quiso visitar en Berna a Albert Einstein se sorprendió al saber que no debía acudir a la Facultad de Física de la ciudad, sino a la Oficina de Correos y Telégrafos. Allí, en su tercera planta -en el departamento de Patentes-, era donde desde 1902 trabajaba ocho horas al día Einstein, el mismo genio que en 1905 había publicado en las páginas de Annalen der Physik un carrusel de artículos revolucionarios.

En solo un año Einstein, aquel judío de bigote poblado, cabello revuelto y que fumaba un tabaco horroroso que casi le hizo saltar las lágrimas a Laue cuando le dio una calada, había alcanzado cotas que a cualquier otro físico brillante -de los más brillantes, de hecho- le habrían requerido toda una carrera de empeños. Como recuerda Walter Isaacson en Einstein, su vida y universo, en 1095 el veinteañero de Berna había: 1) concebido una rompedora teoría cuántica de la luz, 2) contribuido a probar la existencia de los átomos, 3) explicado el movimiento browniano, 4) cambiado el concepto de espacio y tiempo y 5) ideado su célebre ecuación “E=mc2”.

Todo un derroche de talento…

…en 1905, con solo 26 años…

…Y allí estaba: en una oficina pública, sin que sus repetidos e insistentes esfuerzos por rascar un puesto en la universidad hubieran dado el menor resultado. Si en algún momento pareció Einstein apuntar en la dirección opuesta a lo que al final sería su vida -el periplo de uno de los grandes científicos de la historia- fue entonces, cuando ya estaba licenciado y había disfrutado de su más fecunda racha creativa.

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Entre quienes han buceado en la vida y el carácter de Einstein, algunas voces aseguran que haberse mantenido alejado de los rígidos corsés del mundo académico durante esa época le permitió teorizar sin miedos. Sea o no cierto, lo que es probable es que mientras intentaba aferrar un puesto en la universidad -llegó a dar clases particulares- la urgencia por impulsar su carrera de físico le agobiase. En 1905 Einstein llevaba ya dos años casado con Mileva Marić y tenía un hijo a su cargo, Hans.

La vena emprendedora de Albert Einstein

Un científico brillante que había despertado el interés del mismísimo Planck, autor de artículos revolucionarios, casado y con un hijo… pero sin el hueco en la universidad por el que tanto había batallado. Así se encontraba Einstein en el verano de 1907 cuando se planteó seguir los pasos de su padre y su tío, Hermann y Jakob Einstein, empresarios que se dedicaron sin demasiado éxito al suministro eléctrico en Múnich e Italia.

Quizás para completar su frugal renta como funcionario de la Oficina de Patentes, Albert se alió con su colega Conrad Habicht y su hermano Paul para probar suerte en el mundo de los negocios. Por supuesto, sin frenar el torrente de trabajos teóricos que había iniciado años antes.

Que Einstein explotase su vena de emprendedor era algo lógico… Incluso esperable. Durante su infancia le habían servido de ejemplo su padre y su tío y como funcionario en Berna se pasaba el día examinando patentes. Con ese caldo de cultivo lo raro hubiese sido que no intentara montar su propio negocio.

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Fuente: Pixabay

Su idea era simple, pero iba dirigida a un mundo que él conocía bien: los laboratorios de Física. A grandes rasgos consistía en desarrollar una máquina que amplificase cargas eléctricas muy pequeñas para que pudieran medirse y estudiarse. El grupo formado por Einstein y los hermanos Habicht aspiraba a que el aparato despertase el interés de los investigadores que necesitaban cuantificar las fluctuaciones eléctricas.

La habilidad de Paul con las herramientas le permitió tener listo un primer prototipo en agosto de 1907. En los meses siguientes la idea se perfiló y perfeccionó hasta que más de un año después, en octubre de 1908, el equipo tuvo en sus manos la versión mejorada. Por desgracia al tantear el mercado no despertaron el interés que esperaban. Aunque en un principio Einstein llegó a atraer a un posible patrocinador, en 1909, cuando el grupo disponía ya de la patente y estaba en condiciones de empezar a fabricar su dispositivo, se topó con que la máquina no suscitaba demasiado entusiasmo.

“Si los hados se hubiesen mostrado más traviesos, sus pinitos podrían haber derivado en una nueva trayectoria profesional: la de inventor y vendedor de dispositivos eléctricos”, apunta Isaacson. Por aquella época la situación económica de los Einstein- Marić se hizo algo más apurada. Con su parco sueldo de experto técnico de primera clase en la Oficina de Patentes debían hacer frente a una nueva obligación: el cuidado de Eduard, el tercer -antes de Hans o de estar siquiera casados, la pareja de físicos había tenido una niña: Lieserl, de la que los biógrafos de Einstein no supieron nada hasta 1986- y último vástago del matrimonio, que nació en julio de 1910.

Su frustrada vida como inventor

El experimento fallido con el medidor de fluctuaciones eléctricas no fue la única ocasión en la que Einstein se vio tentado por el mundo de los negocios. Tras el asesinato del político Walther Rathenau, en junio de 1922, el físico meditó abandonar Berlín, donde ya no se sentía seguro por su condición de judío y su reconocida -y reconocible- postura antibelicista. “Estoy siempre alerta”, le confesaría a su amigo Maurice Solovine, a quien le explicó también que la situación que vivía en la turbulenta capital alemana era “para destrozar los nervios” incluso del carácter más templado.

Durante algún tiempo por la cabeza de Einstein pasó mudarse a unos 400 kilómetros al norte de Berlín, a Kiel, una pequeña ciudad situada en la costa báltica de Alemania y que hoy en día suma apenas 247.200 habitantes. Allí un amigo suyo dirigía una firma de ingeniería con la que ya había colaborado. En 1922 de hecho había ideado para la empresa un giroscopio de navegación por el que se embolsó cerca de 20.000 marcos.

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No cuesta imaginar la sorpresa del dueño de la compañía cuando el eminente científico le confesó que estaba pensando seriamente en dejar la física teórica para sumarse a su plantilla como ingeniero. Las reticencias de su segunda esposa, Elsa, quien sentía una profunda aversión por los cambios, terminó condenando esa idea al fracaso. El futuro de Einstein como inventor y hombre de negocios volvía a esfumarse.

A diferencia de las estrecheces económicas que vivía durante su época de funcionario en Berna, a principios del siglo XX, la situación de Einstein en 1922 era bastante más desahogada. Tras la comprobación en 1919 de que sus predicciones eran correctas, su fama subió como la espuma. Y con ella llegaron ofertas de todo tipo y género, en ocasiones acompañadas de jugosos cheques. Además del interés de las universidades que años antes lo habían ignorado despertó incluso el deseo del mundo del espectáculo. Ya fuera en Europa, América, Asia… A su paso se congregaban multitudes. El Einstein magnate era ya una posibilidad de otro mundo, del universo hipotético del “¿qué habría pasado si…?” El mito del científico brillante e imán de masas había nacido.

La relación de amor-odio de Einstein con la fama

La nevera de Einstein que nunca llegó

Su invento más célebre sin embargo llegaría unos cuantos años después, en 1926. A punto de cumplir los 50, una mañana Einstein abrió el periódico y se dio de bruces con una noticia terrible, de las que hielan la sangre y cuajan el café con leche: la crónica hablaba del hallazgo de una familia que había muerto en su casa, intoxicada por los gases letales que se habían escapado de su refrigerador. La tragedia debió de remover algo en el corazón del alemán porque se lanzó a buscar formas de mejorar el diseño del electrodoméstico. Junto con Leo Szilard, experto en termodinámica, empezó a darle vueltas a cómo perfeccionar el funcionamiento de aquellos grandes aparatos.

La conclusión a la que llegaron Einstein y Szilard es que las neveras serían más seguras si se reducía el número de piezas móviles que incorporaban. Para conseguirlo diseñaron una bomba de compresión sin partes mecánicas móviles. Su primer prototipo estaba lejos de ser perfecto, pero la compañía sueca Electrolux se interesó en la patente en 1927. A lo largo de los años siguientes los laboratorios de AEG consiguieron pulir algunos detalles y perfeccionar el modelo. Por desgracia -como recordaba en 2016 la BBC- la Gran Depresión y el ascenso del régimen fascista de Hitler llevaron al laboratorio a cerrar su línea de investigación para mejorar los refrigeradores.

Otra vez -y ya iban varias-, la historia se perdía la faceta del Albert Einstein inventor y empresario.