Hay fotos que ayudan a entender la historia. Y otras que son Historia. Así, en mayúsculas y sin aditamentos. Hace poco más de nueve décadas, entre el 24 y 29 de octubre de 1927, el fotógrafo Benjamin Couprie tomó una de estas últimas instantáneas en Bruselas. Ante su objetivo posó, distribuida en tres hileras –dos sentadas, otra de pie- la más fascinante conjugación de sabios que dejó el siglo XX: 29 lumbreras, casi una treintena de los mejores cerebros de la historia de la Ciencia de los que más de la mitad (17) eran ya por aquella época, o llegarían a serlo andado el tiempo, premios Nobel.
Atentos a la cámara de Couprie, circunspectos, posan Marie Curie, Albert Einstein, Niels Bohr, Erwin Schrödinger o Arthur Compton y Charles Wilson, pareja esta última que semanas antes había sido distinguida con el Nobel de Física. Están también un anciano Hendrik A. Lorentz y Auguste Piccard, en quien dicen que se inspiró Hergé para diseñar a su famoso profesor Tornasol. Como apunta Bartolo Luque, quizás solo Rafael haya llegado a dar forma con su imaginación y pinceles a una reunión semejante de talento en su fresco La Escuela de Atenas.
El célebre Congreso de Solvay
La instantánea decora infinidad de aulas de ciencias repartidas a lo largo y ancho del mundo. La actualidad brinda dos razones para recordarla, si es que hacen falta excusas para evocar una de las imágenes más célebres del siglo XX. La primera, que en octubre se cumplieron 90 años desde que el obturador de Couprie captó ese “instante decisivo” –de la Física, en este caso- del que hablaba Cartier Bresson.
La segunda, el remake que acaban de hacer en Trento. Tras dos mesas redondas centradas en la situación de la mujer en la investigación -y en el marco del 103º Congreso de la Sociedad Italiana de Física, celebrado entre el 11 y 15 de septiembre- se tomó una foto que rememora a la de 1927. Con una diferencia. En vez de 28 hombres y una mujer, posan casi una treintena de científicas y un solo varón: el italiano Guido Tonelli, uno de los descubridores del bosón de Higgs en el CERN.
Detrás de la foto de septiembre está la Universidad de Trento. ¿Quién propició la de 1927? Si 29 de las mentes más brillantes de la historia de la Ciencia se dieron cita en Bruselas en aquel frío otoño de entreguerras fue gracias al filántropo Ernest Solvay. En 1861 este belga de mente ágil que se quedó con las ganas de asistir a la universidad por su delicada salud patentó un proceso para la fabricación de sosa que le terminaría granjeando fama y fortuna.
Parte de esas ganancias las destinó al impulso de la que veía como la “gran promesa de progreso para la humanidad”: la ciencia. Fundó institutos de investigación dedicadas a la Fisiología, la Sociología, la Física y la Química y una escuela de negocios. Impulsado por ese mismo espíritu alentó en 1911 el primer Congreso Solvay. En aquella ocasión ya había reunido en Bruselas a grandes genios, inmortalizados en otra famosa fotografía de Couprie en la que se ve enfrascados entre papeles a Marie Curie, Jean Perrin o Henri Poincaré, entre otros. El éxito de la cumbre fue tan mayúsculo que se decidió repetirla.
Tras varias ediciones, a las 10 de la mañana del 24 de octubre arrancaba en la capital belga su quinta cita bajo la temática “Electrones y Fotones”. Además del impulso decisivo de Solvay, fallecido en 1922, y la labor de Lorentz –quien ejercía como presidente del comité científico-, para que los sabios pudiesen inaugurar el congreso en el Instituto de Fisiología de Léopold Park había sido necesario algo más que el dinero del magnate químico. Antes había sido preciso contar con el beneplácito del rey belga para superar el aislamiento al que se había sometido en su país a los científicos alemanes como resultado de la Primera Guerra Mundial.
En su libro Quántum: Einstein, Bohr y el gran debate sobre la naturaleza de la realidad, Manjit Kumar apunta cómo la foto icónica con la que se inmortalizó la cita de 1927 “resume el período más extraordinario de la historia de la Física”. “Puso punto final a una edad de oro de la Física caracterizada por una creatividad científica sin precedentes desde los comienzos de la revolución científica”, reivindica el autor: “Contando ya con todas las piezas básicas de la Física cuántica, el V Congreso Solvay inauguró un nuevo capítulo en la historia de los cuantos”. En los debates que alumbró aquella cita de hace casi un siglo se plantearon cuestiones que aún centran la atención hoy en día de físicos y filósofos.
Si bien el quinto Congreso Solvay llevó a Bruselas a casi una treintena de titanes de la ciencia, el duelo que marcó la cita fue el protagonizado por Einstein y Bohr. Ambos genios se enzarzaron en un debate que traspasaba la sala de actos del Instituto de Fisiología para proseguir en el Hotel Metropole en el que se alojaban los sabios. Durante el desayuno y a la hora de la cena ambos próceres continuaban su duelo de ideas entre las paredes del elegante comedor art decó. Fue en ese contexto -mientras discutían sobre el principio de incertidumbre de Heisenberg- en el que se produjo el agudo intercambio de comentarios entre Einstein y Bohr, uno de los más célebres también de la historia de la Ciencia… Una especie de juego de ajedrez dialéctico de la más alta categoría.
- “Dios no juega a los dados”, objetó el alemán.
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“Einsten, deja de decirle a Dios lo que debe hacer”, le replicó su colega danés.
La fotografía de Couprie nos invita a adentrarnos en ese ambiente febril, efervescente de ideas. En ella vemos a un Einsten que rompe la postura hierática de sus compañeros. Sentado, con el brazo derecho caído y la mano izquierda cerrada en un puño que se apoya sobre la pierna, el genio alemán mira de frente a la cámara casi con gesto derrengado. A pocos metros, en el extremo derecho del encuadre, también sentado pero en segunda fila, la espalda erguida y la cabeza ligeramente ladeada, Niels Bohr sondea con sus penetrantes ojos al observador.
“Einstein no parece estar muy cómodo” –precisa Kumar en su libro- “¿Pero era el cuello de la camisa y la corbata lo que le incomodaba o lo que llevaba escuchando toda la semana?” Bohr, a su vez, continúa el autor de Quántum, parece relajado y luce “una sonrisa un tanto enigmática”. “Pero la verdad es que, por más satisfecho que parezca, Bohr regresaría a Dinamarca decepcionado por no haber podido convencer a Einstein para que adoptase las revelaciones que, sobre la naturaleza de la realidad, hacía la ‘interpretación de Copenhague’”.
Dos titanes entre una veintena larga de genios. Una foto irrepetible que 90 años después sigue inspirando y azuza la inteligencia y la imaginación. La instantánea tomada por Couprie en aquel lejano 1927 es uno de esos regalos que dejó el espíritu filantrópico de Solvay.