Santiago Ramón y Cajal, el primer Nobel español en ciencia, calificó al sistema nervioso como "una selva impenetrable". Fueron precisamente sus investigaciones las que nos permitieron desentrañar buena parte de los secretos de la frondosa arboleda que conforman las neuronas. Algo más de un siglo después de sus trabajos, que le convirtieron en una figura clave en la historia de la neurociencia, el cerebro continúa siendo un misterio.
Los estudios sobre el sistema nervioso han permitido comprender, por ejemplo, la evolución del cerebro y las bases moleculares de algunas enfermedades neurodegenerativas muy importantes, como el mal de Alzheimer. Pese al esfuerzo de miles de científicos en todo el mundo por continuar la ingente tarea emprendida por Ramón y Cajal, el cerebro sigue siendo un gran desconocido, también para la sociedad. Por eso hoy desde Hipertextual repasamos los mitos más extendidos sobre este órgano, que guarda las claves sobre cómo recordamos, aprendemos y, en definitiva, vivimos.
¿Solo utilizamos un 10% del cerebro?
La polémica no se hizo esperar cuando se estrenó la penúltima película del director francés Luc Besson, protagonizada por Scarlett Johansson. El largometraje Lucy aseguraba que solo utilizábamos el 10% de las capacidades de nuestro cerebro, pero el personaje interpretado por Johansson, casualmente, estaba a punto de alcanzar el 100%. El mito del 10% del cerebro parece tener su origen en un documento del filósofo William James, aunque otros defienden erróneamente que hasta Albert Einstein llegó a hablar de los límites de nuestra actividad cerebral.
Nada de esto es cierto. Según explicaba el neurocientífico Barry Gordon, la verdad es que nuestro cerebro está casi completamente activo durante todo el tiempo, incluso cuando descansamos. Si el mito del 10% del cerebro fuera real y sufriéramos algún traumatismo, nuestro órgano podría compensar los daños empleando el 90% restante, ¿verdad? La experiencia nos dice que esto también es falso: cuando se produce un problema en alguna parte del cerebro suele haber afectación en habilidades como el habla, la visión u otras capacidades. Otros hechos que desmienten la limitada actividad del cerebro se basan en estudios acerca de su estructura, la diferente localización de sus funciones o en análisis metabólicos, como recordaba un trabajo publicado en British Medical Journal.
¿Hay un cerebro izquierdo y otro derecho?
"La lógica reside en el hemisferio izquierdo, mientras que el derecho alberga las emociones y la creatividad". Seguro que hemos oído muchas veces esta frase, aunque sea completamente falsa. Lo que es verdad es que contamos con dos hemisferios cerebrales, dos masas densamente plegadas en las que la información fluye en un viaje de ida y vuelta a través del cuerpo calloso, como bien explica el neurocientífico José Ramón Alonso.
Aunque sí es verdad que existen funciones cerebrales localizadas en una determinada región, como el lenguaje, el procesamiento visuoespacial o algunas tareas matemáticas, lo cierto es que en la mayor parte de habilidades se ven regiones más activas en los hemisferios, sin que ninguno de los dos domine sobre el otro. En otras palabras, según apuntaban en la revista PLOS Biology, la creencia en el cerebro izquierdo y el cerebro derecho responde más bien a un mito que a una realidad apoyada por la evidencia científica.
¿Existe el cerebro reptiliano?
En los años sesenta, Paul MacLean propuso una hipótesis para explicar cómo se organiza el cerebro humano denominada cerebro triúnico. La idea es que en realidad contábamos con tres cerebros diferentes, el lado reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza, que actuaban de forma independiente e interconectada. Según esta hipótesis, el cerebro reptiliano, también denominado complejo-R, funcionaría como una estructura primitiva, controlando comportamientos instintivos relacionados con la pura supervivencia mediante tres estructuras, los ganglios basales, el tronco del encéfalo y el cerebelo. El modelo de MacLean, según comenta Alonso, defiende que el cerebro se forma a partir de un proceso de superposición de capas, y que el estrato más profundo y primitivo consiste precisamente en el cerebro reptiliano.
Sin embargo, la sencilla hipótesis es errónea, como han demostrado numerosos estudios sobre la neuroanatomía comparada del cerebro. Su gran simplicidad (o simplismo) la ha hecho sumamente popular, tanto que hasta el mismísimo Carl Sagan habló del complejo reptiliano en Dragones del Edén, aunque se trate solo de un mito incorrecto, como recordaba una revisión publicada en la revista Behavioral and Brain Sciences. La evolución no funciona simplemente añadiendo capas o estratos; por otro lado, las estructuras que MacLean asoció a los reptiles, como los ganglios basales, existen en todos los grupos de vertebrados y actividades como el cuidado de las crías también se observan en aves o peces.
¿Funciona el aprendizaje visual, auditivo y háptico?
Otro de los neuromitos más conocidos defiende que el aprendizaje ocurre a través de diferentes canales de la percepción, por lo que eligiendo la vía adecuada, será posible incrementar la eficacia con la que aprendemos nuevos conceptos e ideas. Sin embargo, tal y como apunta la neurocientífica Ulrike Rimmele, la hipótesis del aprendizaje visual, auditivo y háptico, muy extendido en pseudociencias como la programación neurolingüística, es simplemente falsa. Nuestro cerebro no funciona de forma aislada, como recuerda el investigador Albert Barqué, y aunque haya cierta especialización en algunas regiones, tampoco va a trabajar mejor en función de que la información recibida se perciba por canales visuales, auditivos o kinestésicos. Lo más importante, según los estudios, es que comprendamos la información antes de adquirir nuevos conocimientos, lo que nos permitirá reforzar dicho aprendizaje.
¿La música de Mozart te hace más inteligente?
Si buscan en Google "música de Mozart para niños", encontrarán casi un millón de resultados. La cifra no es casual, sino que el mito lleva circulando desde hace casi veinticinco años. Todo empezó con la publicación de un polémico estudio en Nature, donde tres investigadores analizaron cuál era el impacto de escuchar durante diez minutos una sonata de Mozart en estudiantes universitarios que debían realizar luego un test de razonamiento espacial. Poco importó, como bien sostiene el neurocientífico José Ramón Alonso, que el estudio no se hiciera en bebés ni en niños pequeños y que tampoco midiera el supuesto aumento general de la inteligencia, sino más bien la habilidad a la hora de doblar y cortar papeles.
La leyenda se fue extendiendo poco a poco hasta dar lugar al efecto Mozart, que tuvo que desmentir el Gobierno de Alemania tras realizar una investigación que corroboró que en realidad se trata de un puro truco publicitario, es decir, que escuchar cualquier pieza de Mozart no aumenta nuestra inteligencia. Según una revisión publicada en la Revista de Neurología, "los efectos de la exposición a la música de Mozart (efecto Mozart), cuando se presentaron, se restringieron a una habilidad específica que no permaneció durante más de algunos minutos". Lo que sí apuntan los expertos es que escuchar música placentera afecta a nuestro ánimo de forma positiva, por lo que si nos gusta Mozart —o el compositor que sea—, claro que es recomendable disfrutar de ello, sin pensar que contribuirá a nuestra inteligencia.