Las 11 de la mañana en un centro de investigación cualquiera de Madrid. Por los pasillos caminan jóvenes doctorandos, concentrados tal vez en su próximo experimento, jefes de grupo y personal administrativo ordenando documentos o solicitando nuevos proyectos. Pero no se trata de un instituto más, sino del centro que alberga el histórico legado de Cajal, el conjunto de documentos, fotografías, dibujos y objetos personales del científico español, Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1906, cuyo trabajo cambió para siempre el estudio del sistema nervioso y del cerebro.El legado de Cajal ha sido conservado gracias al trabajo voluntario, sin ningún tipo de ayuda oficial
Hipertextual ha tenido acceso en exclusiva a la pequeña habitación donde se conserva el legado de Cajal, entrevistando también al Dr. Juan A. De Carlos, responsable del archivo e investigador del Departamento de Neurobiología del Desarrollo, Molecular y Celular del Instituto Cajal. Allí hemos podido comprobar las condiciones en las que se guardan objetos personales como el diploma del Nobel de 1906, el bastón o las gafas del científico, así como las más de 3.000 preparaciones histológicas, 2.000 dibujos y el primer cuaderno de laboratorio de Ramón y Cajal.
Otros lugares de interés en España sobre la vida del investigador son la Biblioteca de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, donde se conserva un manuscrito a color de su tesis doctoral, el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid con el aula donde daba clase Cajal, la casa natal en Petilla de Aragón (Navarra) o el Centro de Interpretación Ramón y Cajal en Ayerbe (Huesca), donde pasó su juventud. Ninguno de estos puntos, sin embargo, tiene la importancia histórica del Instituto Cajal, centro clave para entender sus aportaciones a la biología en general, y a la neurociencia en particular.
Las buenas condiciones en las que se mantiene el legado de Cajal son "culpa" de la voluntad y el esfuerzo de los investigadores del propio instituto, que emplean su tiempo libre para hacer inventariado y conservar los objetos y recuerdos del primer y único Nobel de ciencia con nacionalidad española -Severo Ochoa era ciudadano estadounidense desde 1956-. "El Estado no ha puesto un duro para conservar el legado", afirma De Carlos, que lamenta además que durante los últimos veinticinco años, desde que el Instituto Cajal se trasladara a su sede actual en la Avenida del Doctor Arce de Madrid, el archivo haya tenido que ser mantenido en una sala de reuniones.
El científico convertido en héroe
El recorrido por el legado comienza en la biblioteca del Instituto Cajal. Junto a algunos de los dibujos más conocidos del investigador y fotografías de su familia e incluso autorretratos -"Cajal fue el primero en hacerse selfies", bromea De Carlos-, encontramos un rincón protegido por una cristalera. "Es la pecera", muestra con cariño el responsable. Allí se encuentran, como si el tiempo no hubiera pasado por los objetos, el escritorio original de Cajal, sus gafas, armarios con preparaciones, un viejo microscopio y cuencos de cerámica donde seguramente haría sus tinciones de nitrato de plata.
Los cortes de tejido nervioso -que realizaba inicialmente con una navaja, también guardada en el archivo- eran teñidos por Cajal con el método de Golgi. El nitrato de plata iba "pintando" las células nerviosas de manera selectiva, tal y como mostró **Luis Simarro** a Cajal en 1887, coincidiendo con el viaje de este a Madrid para asistir a un tribunal de tesis. Pero retrocedamos en el tiempo a los inicios del "chico hiperactivo", según De Carlos, que transformaría la investigación en neurociencia.
"De joven no le gustaba estudiar, pero sí dibujar", explica De Carlos mientras abre la puerta del cuarto que atesora el legado de Cajal. Entramos entonces en una habitación pequeña, repleta de armarios y estanterías llenos de microscopios, bustos, dibujos y óleos. Este es el verdadero corazón del archivo, donde se almacenan los recuerdos y objetos personales del científico a temperatura y humedad controladas por los propios investigadores del centro.
Sin ayuda oficial -ni económica ni de otro tipo-, De Carlos supervisa un archivo olvidado por los diferentes gobiernos durante más de un cuarto de siglo. "Un día alguien del **CSIC* me dijo que Cajal no interesaba, y entonces decidí comprar un libro de firmas", comenta mientras abre un pequeño cuaderno. Ahí estampadas se encuentran las rúbricas de prestigiosos científicos de todo el mundo. El MIT, la Universidad de California (Berkeley) o el Instituto Riken de Japón son algunos de los centros de origen de los investigadores firmantes, que muestran su emoción, sorpresa y admiración por un hombre al que alguno llega a describir como "su héroe".
El primer Museo Cajal
Tras la muerte de Cajal en 1934, Téofilo Hernando señaló en La Vanguardia* que "quizás pocos se den cuenta de lo que Cajal significa en nuestro país". Parece que las palabras del por entonces Catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid resuenan en nuestros oídos como si esa importancia todavía no hubiera sido entendida por los responsables políticos de la I+D en España. "Ya lo decía Cajal, al carro de la cultura española le falta la rueda de la ciencia", recuerda con tristeza De Carlos.
El origen del legado de Cajal se encuentra en realidad en el testamento abierto en Madrid en 1935 por el notario José Criado y Fernández-Pacheco. El documento nombraba como herederos únicos y universales a sus cinco hijos y declaraba albaceas a Roque Reyes y a Jorge Francisco Tello (mano derecha de Cajal en el laboratorio y director del Instituto Cajal, creado por Alfonso XIII en 1920 como heredero del Laboratorio de Investigaciones Biológicas). En el quinto apartado del testamento, el neurocientífico hacía constar su última voluntad sobre algunas de sus posesiones:
El difunto legó al Instituto Cajal, sus preparaciones histológicas, armarios para guardarlas y algunos instrumentos científicos de su propiedad; tales como un microtomo y dos microscopios, uno Zeiss y otro Leitz y un aparato microfotográfico Zeiss.
Ese pequeño número de pertenencias fue donado al Instituto Cajal, situado por aquel entonces en el Cerro de San Blas, muy próximo a la estación de Atocha. Pero la familia cedió todos los premios, medallas, títulos académicos, condecoraciones, la biblioteca científica y literaria, cartas, manuscritos, microscopios y hasta su gran telescopio -capricho de Cajal por el que tuvo una bronca con su mujer Silveria, cuenta De Carlos- al centro dirigido por Tello. La razón, según explica el responsable del legado, es que su hija Fe se encontró en la mesilla de noche del investigador un documento manuscrito y firmado por Cajal (Últimas disposiciones para que las cumplan los albaceas), en el que pide la conservación de buena parte de sus bienes en el Instituto Cajal.
En ese momento no se realizó ningún inventariado de los bienes donados al legado Cajal, dada la gran confianza que había en la familia con Francisco Tello. Meses después estalló la guerra, y el centro de investigación se convirtió en un punto neurálgico en la defensa republicana de Madrid. Todos los objetos custodiados en aquel incipiente museo se trasladaron al sótano, y a pesar de que el edificio sufrió varios daños por las bombas y los disparos, la mayor parte del legado de Cajal se conservó.
Preguntado por el impacto del conflicto bélico sobre la colección, De Carlos señala que "falta la lente proximal del telescopio, por ejemplo, aunque la mayor parte de los objetos y pertenencias no sufrieron desperfectos". Terminada la Guerra Civil, se inauguró en 1945 el Museo Cajal en las dependencias del edificio restaurado, situado en la Calle Alfonso XII número 3 de Madrid. La dictadura franquista no solo había provocado el exilio de muchos de los discípulos de Cajal, sino que también depuró al hombre de su máxima confianza, Francisco Tello, que tuvo que dejar la dirección del instituto y su plaza de catedrático, además de ser expulsado de la Real Academia Nacional de Medicina.
"La purga de los científicos fue tremenda, de hecho el primer director del Instituto Cajal después de la guerra era un enólogo, que poco o nada tiene que ver con la neurociencia", explica De Carlos a Hipertextual. Según señaló María Ángeles Ramón y Cajal Junquera en un artículo publicado en la *Revista Española de Patología, la marginación política no solo alcanzó a Tello, sino también a la propia familia de Cajal. Al acto inaugural presidido por el Ministro de Educación Ibáñez Martín no fue invitado su hijo Luis, uno de los máximos artífices del legado.
Un legado casi completo
En 1952, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Cajal, el régimen franquista organizó diversos eventos. Uno de ellos fue la apertura de un nuevo centro de investigación, situado en la Calle Velázquez número 144. Lo que parecía una buena noticia para los científicos que allí trabajarían se convirtió pronto en un problema. El edificio, conocido como *Centro de Investigaciones Biológicas**, albergaba en realidad tres entidades: el Instituto Cajal de neurociencia, el Instituto Jaime Ferrán de microbiología y el Instituto Gregorio Marañón de metabolismo y enzimología.A pesar de la Guerra Civil y los diferentes traslados de edificios, el legado de Cajal se ha conservado casi por completo
Los espacios compartidos también redujeron al máximo la superficie destinada al Museo Cajal. A partir de 1958, el legado del "primer hombre de ciencia completo que ha existido en España", como lo describiera Teófilo Hernando, empezó a acumularse en cajas. No había sitio suficiente para exponer la colección de objetos conservados, ni tampoco nadie que supervisara de manera oficial el archivo. Solo la voluntad de los investigadores del Instituto Cajal ha permitido que este legado se conserve casi completo hasta nuestros días.
El CSIC y los diferentes Ministerios no han sido capaces de dar una solución para albergar el Museo Cajal y enseñarlo al público
En 1986, el CSIC decidió promover la investigación realizada en el Instituto Cajal construyendo un edificio propio e incorporando a nuevos grupos de investigación. Tres años después se inauguró el centro actual que, a pesar de ser de nueva creación, no contaba con un lugar específico para albergar el museo, tal y como pidieron los científicos. Durante años, confirma De Carlos, se ha solicitado la creación de un espacio propio para dar a conocer el legado de Cajal, aunque las peticiones han sido en vano.
Como explica el responsable a Hipertextual, "las gestiones en el CSIC y en el Ministerio no han dado resultado". La voluntad de los investigadores, de nuevo, permitió crear un pequeño rincón en la biblioteca del centro -la pecera- y emplear una sala de reuniones como archivo temporal de todos los objetos y bienes del neurocientífico. Es allí donde se guardan objetos como el diploma del Nobel de 1906, junto con preparaciones histológicas, dibujos o el primer cuaderno de laboratorio de Cajal.
"Este es uno de los tesoros más preciados del legado", cuenta De Carlos mientras pasa las páginas del libro. En él se pueden observar ilustraciones a mano realizadas por el propio Cajal sobre la mitosis, las bacterias del cólera o la circulación sanguínea en ranas -tema en el que se centró su tesis doctoral-. "Fue capaz de verlo todo aunque no supiera qué era", prosigue al mostrar los astrocitos dibujados por Cajal, a pesar de que por aquella época se desconocían estas células gliales.
Los premios y distinciones
Las ilustraciones de Cajal no son la única joya del archivo. De Carlos repasa los microscopios y microtomos -instrumento científico utilizado para realizar cortes histológicos- conservados en el legado. También hay un busto de Cajal realizado por Victorio Macho (autor de varias esculturas del Retiro) y dos máscaras mortuorias del científico hechas en bronce por Juan Cristóbal. La pequeña sala de reuniones está completamente llena de estanterías, cajas y armarios donde guardar el que probablemente sea el mejor tesoro de la historia de la ciencia española.En 2005 el Ministerio de Cultura abrió un expediente para declarar al legado de Cajal como "Bien de Interés Cultural", intento que nunca llegó a término
Un tesoro ignorado durante décadas por las autoridades políticas, que no han reunido fondos económicos ni disposición para crear un verdadero Museo Cajal donde conservar y dar a conocer el archivo. Solo hubo un mínimo intento gubernamental por salvar la colección del olvido administrativo, ya que en octubre de 2005 el Boletín Oficial del Estado publicaba la apertura de un expediente para la "declaración de bien de interés cultural a favor del Legado Cajal". Un año más tarde, la Abogacía del Estado dio a conocer en la Memoria de la Dirección del Servicio Jurídico de 2006 un dictamen sobre la situación jurídica del archivo, analizando "los derechos de propiedad intelectual que corresponden al Consejo Superior de Investigaciones Científicas".
Hipertextual se ha puesto en contacto con el Ministerio de Economía y Competitividad y el CSIC para conocer el estado de aquellos trámites, y saber si existe alguna intención de proteger el archivo y crear el Museo Cajal de forma definitiva. La Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación, a través del gabinete de comunicación, se remitió al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En el momento de la publicación de este artículo, el CSIC no había respondido a estas cuestiones, así que de momento parece que la colección seguirá viviendo bajo el amparo de la comunidad científica del Instituto Cajal.
Una colección que, a pesar de este olvido político, cuenta con otra joya escondida en forma de pequeña caja negra, según muestra De Carlos a Hipertextual. Por fuera parece una caja más, mellada por el paso del tiempo. Al abrirla descubrimos decenas de preparaciones histológicas realizadas por Ramón y Cajal, acompañadas de una curiosa nota. En ella puede leerse "Para trabajo de refutación de los antineuronistas".
¿Sería esta la caja que el investigador decidió llevarse al congreso de Berlín de 1889 para mostrar sus descubrimientos? Gracias al método de Golgi, Cajal comprobó que el tejido nervioso no era una "enmarañada red" como se creía entonces, sino que estaba compuesto por células individuales en las que había "contigüidad" y no "continuidad", resalta De Carlos. Su hallazgo fue tan importante que Albert Kölliker, asombrado ante lo que veía en el microscopio, exclamó: "¡Le he descubierto a usted y deseo divulgar en Alemania mi descubrimiento!"
Kölliker era por entonces uno de los mejores neurocientíficos de la época, y al ver las preparaciones histológicas de Cajal, se dio cuenta de la importancia de sus hallazgos. El tejido nervioso pasaba a ser considerado como un "tejido normal" formado por células individuales que se comunicaban mediante sinapsis. La difusión de esos descubrimientos no deja de ser asombrosa: Cajal tuvo que pagarse el viaje en tren desde Barcelona -donde era catedrático- hasta Berlín con sus escasos ahorros. El impacto de aquel trabajo fue de tal envergadura que en 1906 Cajal recibiría el Premio Nobel.
Por aquel entonces, sin embargo, el Nobel no era tan reconocido como ahora -al fin y al cabo solo llevaba seis ediciones-. Sería la Medalla Helmholtz, entregada a Cajal en febrero de 1905, la que causaría mayor impresión al investigador. A través de la Embajada alemana en Madrid, el neurocientífico recibió una medalla de oro de 620 gramos y una copia en cobre, distinciones a las que se refiriría en *Recuerdos de mi vida*:
En febrero de 1905 recibí gratísima nueva. En recompensa de mis modestos trabajos científicos, una de las Corporaciones científicas más prestigiosas del mundo, la Real Academia de Ciencias de Berlín, por acuerdo tomado a fines de 1904, tuvo la bondad de adjudicarme la medalla de oro de Helmholtz. Llegome tan lisonjera noticia por comunicación del ministro de Estado, acompañada de la comunicación oficial de la Embajada alemana en Madrid. Pocos días después transmitíame esta Embajada, además del Reglamento de la Institución del premio Helmholtz, dos enormes medallas: una de oro, de peso de 620 gramos, y otra de cobre, copia de la anterior. Según muestra el grabado adjunto, en el anverso aparece la efigie del genial físico alemán, y en el reverso la inscripción: Ramón y Cajal. Año 1904. Al pronto no me di cuenta cabal de la importancia y alcance de tan honorífica distinción. Adquiridos antecedentes por la lectura del citado Reglamento, quedé pasmado al saber que la susodicha medalla se otorgaba cada dos años al autor que hubiere dado cima a más importantes descubrimientos en cualquiera rama del saber humano.
Las tres medallas, tanto la del Nobel como las dos Helmholtz, se custodian por razones de seguridad en una caja fuerte de una entidad bancaria, fuera del Instituto Cajal. El resto de objetos personales y títulos están presentes en esta pequeña y reconvertida sala de reuniones, en la que reposa en un estante el bastón del investigador. El mismo bastón de caña con el que Cajal aparece paseando junto a Juan Negrín en la fotografía de portada que ABC publicó tras la muerte del neurocientífico:
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El bastón simboliza en cierta medida no solo la situación del legado de Cajal, sino también la del conjunto de la ciencia española, que apoyada en sus logros caminó durante años promoviendo la creación de entidades como la Junta de Ampliación de Estudios (precedente del CSIC) y la formación de otros grandes investigadores como Severo Ochoa o Francisco Grande Covián.El Instituto Cajal promueve una recogida de firmas para que la UNESCO declare a la colección como Patrimonio de la Humanidad
El paso del tiempo, sin embargo, ha hecho que ese mismo bastón quede olvidado en las estanterías de una pequeña habitación, sin que los diferentes gobiernos hayan hecho esfuerzo alguno por evitarlo. Solo la voluntad y el trabajo de científicos como Juan A. De Carlos han permitido que esta inmensa e importante colección histórica no quede abandonada del todo.
Para garantizar la conservación del archivo, el Instituto Cajal promueve ahora una recogida de firmas con la que presionar al Ministerio y a la UNESCO para declarar el legado de Cajal como Patrimonio de la Humanidad. Una declaración que haría que, 25 años después del traslado al último edificio, se creara de forma definitiva el Museo Cajal donde se enseñara y divulgara el trabajo de un hombre que cambió para siempre la investigación mundial en neurociencia.