El negocio de Apple es más diverso y complejo que nunca. Las categorías de producto que Apple cubre han aumentado progresivamente durante los últimos diez años, ampliando paralelamente la lista de retos y adversidades a los que la compañía californiana debe enfrentarse.
En algunos casos —como el iPhone o la división de servicios—, el negocio mantiene una gran estabilidad y evoluciona de forma sostenible —con algunos matices—. Pero en otros, como el iPad, la situación no ha hecho más que empeorar durante los últimos trimestres. El iPad, tal y como Steve Jobs y su equipo lo concibió en 2010, está muerto. El mercado no quiere un dispositivo de más de 500 euros para consumir contenido multimedia. No cuando el iPhone —y los teléfonos móviles en general— han crecido tanto en tamaño y capacidades. Y mucho menos cuando los MacBooks —y los ordenadores portátiles en general— han mejorado su portabilidad hasta rozar los niveles del iPad.
Para sobrevivir, el iPad debe crecer a nivel conceptual, y eso pasa por apropiarse de una porción del terreno que el ordenador portátil convencional posee actualmente. Los requisitos para lograrlo son dos: un hardware potente y un software a la altura.
El primero, casi por inercia, está más que completado. Desde el iPad Air 2, las tablets de Apple han destacado por un hardware muy poderoso, tanto como los principales MacBooks de Apple. Y desde los primeros iPad Pro, la compañía ofrece accesorios propietarios como el Smart Keyboard o el Apple Pencil, unos pilares imprescindibles en esta segunda vida del iPad.
El camino hacia el segundo objetivo, en cambio, ha sido mucho más complejo. Llegaron las extensiones, las pantallas divididas y características menores como picture-in-picture, pero trabajar con el iPad seguía siendo ineficiente y complejo. Demasiado como para abandonar un MacBook —o cualquier otro ordenador convencional— en favor de la tablet de Apple.
La situación ha causado infinidad de críticas, especialmente desde el lanzamiento del iPad Air 2. El hardware estaba ahí, al igual que el interés por la plataforma. Pero eso no era suficiente para estimular de nuevo las ventas del iPad, y la cifra de ingresos lo ha confirmado durante los últimos dos años.
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Con el Mac y el entorno profesional, Apple ha experimentado un paradigma muy similar durante los últimos años. El Mac Pro resultó un fracaso en muchos ámbitos, y los profesionales criticaron sin cesar la pasividad de Apple en este nicho del mercado, que ha visto como el Mac Pro ha pasado sin ninguna actualización desde su lanzamiento en 2013.
La compañía tuvo que responder las críticas públicamente a través de un selecto grupo de medios estadounidenses, quienes actuaron como mensajeros de Apple publicando los planes de la compañía para el ámbito profesional. Este pasaba por un Mac Pro completamente renovado —aunque no hará su aparición hasta 2018— y futuras actualizaciones a sus productos más populares.
La situación se ha reproducido en menor medida con los MacBook Pro presentados durante el segundo semestre de 2016 y criticados por la escasez de potencia de estos equipos. Unas críticas emitidas, sobre todo, por los más profesionales —mercado potencial de estos productos—.
Una WWDC para restablecer lazos
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La conferencia anual de desarrolladores ha servido a Apple para restablecer lazos y curar todas las heridas que han hecho sangrar ligeramente a algunas categorías de producto de la compañía.
Con iOS 11, Apple ha resuelto un alto porcentaje de las carencias del iPad. Lo ha hecho con un énfasis claro en la productividad, la multitarea y la producción de contenido, justo lo que la categoría de producto necesitaba para postularse seriamente como un reemplazo de los ordenadores portátiles convencionales. El iPad vive, la lucha sigue.
Con el iMac Pro, los más profesionales tendrán por fin un ordenador en el que desarrollar sus proyectos más ambiciosos. Hasta 22 teraflops, 18 núcleos de procesamiento, 128 GB de memoria RAM, una buena conectividad y, cómo no, una pantalla 5K de máxima calidad. Los profesionales no tendrán que esperar al ambicioso Mac Pro —que llegará en 2018—; Apple les ha puesto sobre su mesa un producto de primer nivel que resuelve la gran ausencia que el Mac Pro ha dejado durante los últimos años.
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Con los MacBook, Apple también ha restablecido lazos. Ahora montan procesadores de última generación, así como memorias sólidas más rápidas y algunos pequeños ajustes internos. El margen de mejora sigue existiendo, pero la compañía acaba así con algunas de las principales críticas que recibieron sus productos durante su lanzamiento.
A grandes rasgos, Apple ha hecho justo lo que se demandaba a la compañía. Ha entregado a los profesionales un equipo muy poderoso; ha actualizado sus portátiles para incorporar los componentes más recientes; y, sobre todo, ha iniciado la segunda vida del iPad, una segunda vida en la que el tablet de Apple está capacitado para apropiarse de esa porción del mercado profesional que tanto ha deseado durante los últimos años.
Siempre se puede ir más allá, sin duda. De hecho, Apple aún tiene varios frentes por resolver (tvOS, Siri, etc.). Pero tras esta última conferencia de desarrolladores, la compañía californiana ha salido más fuerte que nunca. Y eso, considerando los lanzamientos que se esperan en la segunda mitad de año, es un síntoma extraordinario.