En los últimos años, los investigadores han llegado a acumular una pila creciente de evidencias que sugieren que el uso de Facebook puede estar vinculado a la infelicidad. O, al menos, cierto uso que se le da a esta red social.
Y, en realidad, quien dice Facebook puede referirse a Instagram, Twitter, Snapchat u otras, se usa al gigante azul porque es de las más concurridas. De hecho, el usuario promedio de Facebook pasa casi una hora en el sitio todos los días, de acuerdo con datos proporcionados por la misma empresa el año pasado. Pero, en general, la comprobación de aplicaciones de medios sociales es la primera cosa que los asiduos a usarlas hacen en la mañana —incluso antes de levantarse de la cama—.
Por supuesto, el problema no radica en ser sociales. Nuestra especie es social por naturaleza y disfruta del sentimiento de pertenencia al grupo: a nivel social, la pertenencia es la circunstancia de ‘formar parte’ ya sea de un clan, una comunidad u otro tipo de conjunto. El sentido de pertenencia, por tanto, es la satisfacción que experimenta una persona al sentirse parte integrante de algo por el mero hecho de pertenecer este. Los seres humanos tienen una fuerte necesidad de sentirse conectados, formar parte de algo más grande y son felices cuando efectivamente están en ese estado en el que son una pieza de algo más importante que ellos mismos. Y esto ocurre aún si son introvertidos.
Miles de estudios han llegado a la conclusión de que la mayoría de los seres humanos prosperan cuando tienen relaciones fuertes y positivas con otros seres humanos. De hecho, se ha llegado a cuasi demostrar, con el estudio más largo de vida adulta realizado en la historia, que es el ingrediente último de la felicidad.
Entonces, ¿cómo que las redes sociales hacen daño? El reto es que la mayoría de los trabajos sobre la interacción social se ha llevado a cabo utilizando el mundo real o “redes sociales cara a cara”; en contraste, las relaciones en línea son cada vez más comunes pero parece que no son iguales. Por lo tanto, aunque sabemos que la antigua interacción social es saludable, esta está siendo sustituida, o cuanto menos complementada, con la sociabilidad en la red, la cual tiene particularidades menos positivas.
Si empezamos por el principio, parece que el inicio de esta línea de investigación nació en 1998 de la mano de Robert Kraut, un psicólogo que estudia la interacción humana y la computación en la Universidad Carnegie Mellon. Su estudio examinó el impacto social y psicológico de Internet en 169 personas durante su primer par de años en línea. Aunque la muestra era muy pequeña, nada comparado con los miles de sujetos que se han investigado después, encontró que más tiempo dedicado a Internet se asoció con una disminución en la comunicación con la gente en la vida real, menos amigos en las redes de la vida real y el aumento de la depresión y la soledad; plantando la duda razonable de por qué era diferente entre sociabilidad tradicional versus ‘sociabilidad 2.0’.
Desde entonces, los investigadores han encontrado tendencias similares en las personas que usan Facebook. En 2015, un equipo de investigadores daneses pidió a los participantes de un estudio de 1.095 personas que dejaran de usar la red social durante toda una semana: aquellos que lo hicieron experimentaron un aumento significativo en la concentración, la felicidad y la satisfacción con su vida social.
En la misma línea, los investigadores de la Universidad de Pittsburgh estudiaron 1.787 adultos jóvenes en los Estados Unidos y encontraron que el uso de medios sociales en ellos se correlaciona fuertemente con la depresión.
También dicen que el uso de las redes sociales pueden restar valor a las relaciones cara a cara; reducir la inversión en actividades significativas; aumentar el comportamiento sedentario, fomentando más tiempo en pantalla; y erosionar la autoestima a través de la comparación social.
El resultado del más reciente, publicado en el Journal of Epidemiology, y que usó concretamente a Facebook también, muestra que “el uso de Facebook se correlaciona significativamente con la disminución del bienestar general en los últimos años, así como las categorías más específicas de la salud física, la salud mental y la satisfacción con la vida”.
Aún así, y aunque los estudios se acumulan por doquier, es prematuro sacar conclusiones. Al menos, para hacer a las redes sociales las malas del cuento. Muchos investigadores no están seguros de si los resultados no podrían simplemente estar inflados y esto explicarse con el hecho de que las personas ya deprimidas y solitarias tienden a usar más Facebook que a tener amigos reales —después de todo, la correlación no es igual a la causalidad—.
Y, además, se ha sugerido que la forma en que las personas se relacionan con sus conocidos en línea puede ser uno de los factores más importantes. Es decir, tiempo empleado y cantidad de este pueden influir: investigadores de la Universidad del estado de Michigan pidieron a estudiantes mantener un diario de su uso en los medios sociales y cómo se sentían apoyados por sus amigos. Los que eran más activos (dar consejos, mostrar empatía o invitar a la gente a cosas) mostraron un aumento significativo en el bienestar y los sentimientos de apoyo social en comparación con los usuarios más pasivos.
En última instancia podría ser una hipótesis razonable que las redes sociales tengan mayor potencial, cuanto menos, para provocar todos los problemas mencionados anteriormente. Como lo tendría sentarse en el banco del parque durante horas y horas a ver pasar gente feliz y compararte mentalmente con todos ellos mientras no interactúas realmente con ninguno. Por tanto, no es del todo descabellado pensar que el peligro está en cómo y cuánto se usan estas nuevas herramientas, y la clave en no permitir que tu vida social en línea se convierta en un sustitutivo de la vida real. Y lo datos, al menos, nos recuerdan tener cuidado con ello.