Durante la pasada WWDC de Junio, Craig Federighi afirmó que una de las cosas en las que Apple se había centrado con iOS 9 en todos los dispositivos era en mejorar el rendimiento, muy cuestionado desde iOS 7, el cual se consideró un antes y un después en estética pero mucho menos en estabilidad. Dispositivos como el iPhone 4s y el iPad 2 han estado con nosotros desde 2011, y Apple continúa actualizándolos, lo que, si bien es algo que se agradece, también tiene su punto negativo, como veremos a continuación en el caso del smartphone.
Y es que pese a esa promesa del rendimiento, los números que arrojan pruebas como las que vemos en los gráficos (de Ars Technica) indican que en general y de media, iOS 9 supone un retroceso en velocidad respecto a iOS 8.4.1, que a su vez también lo supuso respecto a 8.1.1. Como decía antes, está claro que son dispositivos antiguos y no podemos esperar el mismo rendimiento, pero hay que tener en cuenta algo. En cierto modo es mejor dejar el terminal con un rendimiento óptimo frente a llenarlo de opciones importantes pero pequeñas, y también hay que decir que, a nivel de uso básico del sistema (apertura de las apps de las tablas), el iPhone 4S es ahora más lento que el iPhone 4 en iOS 6.1.3, siendo el doble de rápido sobre el papel.
Por otra parte, el año pasado recomendé que no actualicéis vuestro dispositivo iOS más de dos veces despúes del lanzamiento, y sigo pensando igual. Tras dos años, el rendimiento ha bajado, pero sigue siendo muy bueno. Al tercero, el terminal no soporta bien la diferencia con sus hermanos mayores. Y es algo que podéis ver en el siguiente vídeo.
Pasando al rendimiento general de iOS 9, sin pruebas tan exhaustivas podemos decir que la versión 9.0 nos ha dejado un poco fríos. En mi experiencia con dispositivos recién restaurados como el iPad Air 2 también tengo ciertos problemas con animaciones después de restaurar (sin backup) en la versión final de iOS 9. Por internet ya se puede leer que la beta de iOS 9.1 mejora mucho todos estos asuntos. Pero volvemos a lo mismo. Necesidad de esperar en base a promesas futuras, cuando simplemente tiene que funcionar, como sistema potenciador del rendimiento y la estabilidad.