Esta famosa fotografía de los duques de Windsor de Richard Avedon es uno de los más descarnados y duros de la historia de la fotografía. El poder y la fama del fotógrafo se hace evidente en este retrato cruel de la nobleza británica. Nunca antes alguien con sangre azul había salido tan desfavorecido. La fotografía rompe fronteras y privilegios. Delata a todos los que se ponen delante de la cámara.

Richard Avedon era, es y será el rey del retrato. Pero no por su técnica, que también, sino por la psicología que aplicaba a sus retratados y la historia que permitía suponer, no ya imaginar, al contemplar una fotografía suya en una exposición o en un libro.

Richard Avedon era el rey de la moda de los cuarenta y de los cincuenta. Entre 1944-1950 fue alumno de Alexey Brodovitch en Nueva York, la ciudad del mundo. Su fulgor y entusiasmo le permitió entrar en Harper´s  Bazaar, donde estuvo en plantilla hasta 1965. Al año siguiente entro en Vogue. Nadie tenía tanto éxito y quizás nadie se lo merecía más. Dicen las crónicas y sus biografías que su jornada de trabajo era agotadora para cualquiera que aspirara a seguir su ritmo. Además de su trabajo editorial, hacía exposiciones, libros, catálogos... descubría a grandes fotógrafos, como por ejemplo Jacques-Henri Lartigue, el fotógrafo de la felicidad, en 1970, año en el que edita su libro Diary of a century. Después de conseguir todos los reconocimientos, todos los premios y todo lo que un fotógrafo de moda puede soñar, decide cambiar de aires y hacer un trabajo en 1984 que dejó a todos desconcertados: In the american west, el momento donde los americanos pudieron ver con dolor que no eran los elegidos, que habían fracasado. Robert Frank se lo había dicho antes, pero no le hicieron caso. Hoy siguen sin darse cuenta.

En 1957 era tan famoso que Stanley Donen, con Fred Astaire y Audrey Hepburn, dirigió Una cara con ángel. El personaje interpretado por el genial bailarín estaba inspirado, basado o copiado en Richard Avedon, que estuvo en el rodaje en todo momento. Cuando vemos a Fred, estamos viendo a Richard, que seguro que sólo le faltaba bailar a la hora de hacer las fotografías a las modelos. Nunca un fotógrafo en vida tuvo la suerte de ser interpretado, en vida, por alguien como Fred Astaire.

Pues bien, ese mismo año hizo una de las fotografías más descarnadas y crueles de la historia de la moda y el glamour. Nunca, hasta entonces, nadie se había atrevido a ser tan duro a la hora de disparar la cámara ante unos representantes de la nobleza.

Richard Avedon fue un defensor de los derechos civiles, estuvo en contra de la guerra y de los radicalismos. Por eso no sentía demasiada simpatía ante esta pareja que se mostraba ante el mundo como una pareja que había renunciado a la monarquía por amor. La realidad era otra. Estos dos individuos, que iban por el mundo de fiesta en fiesta, en realidad estaban muy cerca de la ideología nazi, y él tuvo que abdicar por estas peligrosas simpatías en los años cuarenta, los años de la guerra. Richard Avedon era judío. Todo cuadra.

La sesión estaba resultando aburrida y estereotipada, y las fotografías no estaban quedando bien, si es posible que unas fotografías hechas por el maestro no sean buenas. Y él, que quería sacar la realidad escondida en sus rostros dio con una frase genial:

De camino he atropellado a un perro y se ha muerto.

Es cruel, y políticamente incorrecto hoy en día (no hay que olvidar que estamos en 1957), pero consiguió desmontar la cara de los nobles y mostrar su hipocresía, pues eran capaces de odiar a los seres humanos pero sentir compasión por un perro desconocido. Además era mentira. El fotógrafo hubiese sido incapaz de hacerlo y no sentirse culpable. Amaba a todas las cosas buenas.

La expresión rota y preocupada del duque, con las cejas subidas, y la cara de disgusto de la duquesa, a punto de echarse a llorar, no es un momento en absoluto favorecedor, pero sí que es un retrato en el que sale a flote la maldad y sinrazón de dos personajes que engañaron al mundo haciendo creer que lo suyo era fruto del amor. El patetismo en su máxima expresión.

Y Richard Avedon lo consiguió sin artificios, con una luz bien colocada y una sencilla Rolleiflex de formato cuadrado.

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