Existen todo tipo de mitos en torno a las embarazadas y su alimentación. Desde que los bebés nacen con marcas de nacimiento con la forma de sus antojos hasta que hay que comer por dos. Sin embargo, también hay algunas afirmaciones que, aun pareciendo mitos, resulta que sí tienen evidencia científica que las respalde. Buen ejemplo de ello es la hipótesis de que la alimentación de las embarazadas moldeará las preferencias de sus bebés cuando nazcan.

No es tan sencillo. Si quieres que a tu hijo le guste la comida china, no es necesario que te hartes de rollitos de primavera. No tiene una eficacia del 100%. Pero sí que es cierto que si el feto está expuesto en el útero a una serie de alimentos concretos es más fácil que, tras el nacimiento, el bebé se sienta familiarizado con ellos y sea más probable que le gusten. 

Existen varios estudios que analizan cómo influye la alimentación de las embarazadas en los gustos de sus hijos. Algunos son muy curiosos, de hecho. Y la mayoría de ellos concluyen que, efectivamente, hay cierta relación. ¿Pero a qué se debe exactamente? Vayamos por pasos antes de contestar a eso.

Los estudios que demuestran el papel de la alimentación de las embarazadas

Uno de los primeros estudios que demuestra la influencia de la alimentación de las embarazadas sobre los gustos de sus bebés se realizó en Francia en el año 2000. En él, participó una muestra de 24 recién nacidos cuyas madres se habían dividido en dos grupos durante el embarazo.

En uno de ellos, las embarazadas pasaron el periodo de gestación tomando comidas y bebidas con sabor a anís. La especia, no la bebida alcohólica. No está de más recordar que la cantidad recomendable de alcohol durante el embarazo es ninguna. En el otro grupo, las embarazadas no tomaron nada con anís.  

Una vez que nacieron sus hijos, se expusieron tanto al olor del anís como a un control, tanto el día del nacimiento como cuatro días después. Curiosamente, los hijos de las  embarazadas que tomaron anís mostraron interés por ese olor, mientras que en las caritas del resto se podía ver aversión o, como mucho, neutralidad, pero nunca interés.

Este primer estudio demostró que había algo de cierto en esa afirmación tan extendida sobre la alimentación de las embarazadas. No obstante, y como es lógico, ha sido necesario realizar más estudios para comprobar hasta qué punto llegan las evidencias científicas.

Uno de estos estudios se llevó a cabo solo un año después. En este caso, sus autores pertenecían al Monell Chemical Senses Center, de Pennsylvania. Para su experimento, decidieron añadir zumo de naranja a la alimentación de las embarazadas, previamente divididas en tres grupos. En el primer grupo tomaron 300 ml de zumo de zanahoria cuatro días a la semana durante tres semanas durante el último trimestre del embarazo. Después, durante los dos primeros meses de lactancia, se les cambió el zumo por agua. Por otro lado, en el segundo grupo hacían lo mismo, pero al revés: agua durante el embarazo y zumo de zanahoria en la lactancia. Finalmente, hubo un grupo de control que tomó agua tanto en el embarazo como en la lactancia.

Para el segundo paso del experimento se esperó al destete de sus bebés. En ese punto, se les dio a probar cereal neutro o con sabor a zanahoria. Siguiendo la estela del estudio francés, los bebés que habían estado expuestos al zumo de zanahoria, tanto en la gestación como en la lactancia, mostraron menos caras de aversión y disfrutaron más la ingesta del cereal con zanahoria que los del grupo control. Sobre todo, las preferencias se notaron en los que estuvieron expuestos antes de nacer. 

fruta niño
El simple olor de lo que comieron sus madres puede ser más agradables para los niños. Crédito: Hessam Nabavi (Unsplash)

Un estudio con ratas muy interesante

Se ha visto que, a menudo, cuando la alimentación de las embarazadas contiene mucha comida rápida, sus hijos muestran también estas preferencias. Se quería comprobar hasta qué punto esto era más que una cuestión de hábitos, por lo que, en 2013, un equipo de científicos australianos llevó a cabo un estudio con ratas. En él, comprobaron que las crías que habían estado expuestas a comida basura durante la gestación o la lactancia respondían a la ingesta de estos alimentos con la activación de las vías de recompensa del cerebro, igual que nos ocurre a los adultos.

Los alimentos muy densos en energía, como las hamburguesas, la pizza o los dulces suelen activar estas vías, que se activan también con las drogas o el sexo. Cualquier estímulo placentero provoca la liberación de dopamina, generando esa sensación tan agradable que nos deja con ganas de más. En el caso de los adictos, se vuelven insensibles y necesitan cada vez más de ese estímulo. Si no, no se genera la respuesta placentera. En estas pequeñas ratas, vieron que ya eran insensibles a la comida basura, como si llevasen mucho tiempo comiéndola.

Habría que comprobar si ocurre lo mismo en humanos. Si se confirmara, habría aún más motivos para retirar estos platos de la alimentación de las embarazadas.

¿A qué se debe todo esto?

El mismo equipo de investigación que llevó a cabo el estudio de 2001 demostró con otro experimento las causas de este fenómeno. Para ello, tomó muestras del líquido amniótico de 10 embarazadas. La mitad de ellas tomaron una pastilla de ajo 45 minutos antes de la toma de la muestra. El resto, en cambio, tomó un placebo.

A continuación, se dieron las muestras de líquido a un panel sensorial de adultos, que tuvieron que diferenciar de qué embarazada provenía cada muestra. La mayoría no tuvieron problemas para distinguir el ajo.

Esto se ha comprobado con otros aromas, con resultados similares. Se sabe que los bebés tragan e inhalan pequeñas cantidades de líquido amniótico. Por lo tanto, si este lleva olor o sabor a lo que comen sus madres, es normal que estén familiarizados con esos alimentos cuando nacen.

Esto no quiere decir que la alimentación de las embarazadas sea totalmente decisiva. Podemos estar muy expuestos a un sabor durante años y que nunca nos llegue a gustar. Pero sí que es cierto que la costumbre ayuda a desarrollar preferencias. Por lo tanto, no es mala idea comer de todo, siempre que sean alimentos sanos y seguros, para que los bebés tengan unos gustos más amplios. O para que, al menos, no sean especialmente delicados.

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