Ahora que se cumplen 3 años del inicio del primer confinamiento por COVID-19 en España, todos echamos la vista atrás y recordamos cómo lo vivimos. Hubo personas para las que fue casi un descanso del estrés generado por el sistema capitalista. Otras, en cambio, lo recuerdan como una pesadilla.

Algunas personas lo pasaron solas, otras acompañadas, pero en espacios muy reducidos. Los que tenían terraza pudieron tomar algo de aire. Quienes no disponían de una no tuvieron más remedio que recurrir al poco sol que entrase por las ventanas. Los sanitarios, en algunas ocasiones, optaron por vivir separados de sus familias, para evitar contagios, o pasaron los primeros meses obsesionados con la desinfección.

Hubo ejercicio en casa, nuevos hobbies, todo tipo de actividades online y kilos y kilos de levadura y harina. Para conmemorar este aniversario, en Hipertextual hemos hablado con ocho personas, que nos cuentan cómo fue aquella situación tan excepcional con sus circunstancias correspondientes. Hubo de todo; pero, en general, no fue fácil.

El papel de los sanitarios durante el confinamiento

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Mufid Manjnun (Unsplash)

Pedro (nombre ficticio) es analista clínico de laboratorio y su mujer es enfermera. Ambos sanitarios, por lo tanto. Pasaron el confinamiento con sus hijos, que entonces tenían dos y siete años. Ella, lógicamente, siguió trabajando a pleno rendimiento, mientras que él alternó el trabajo presencial con el teletrabajo. "La empresa facilitó el teletrabajo, repartió portátiles, montó VPN … "

Nos cuenta que en su familia son muy caseros, por lo que inicialmente su salud mental no se vio afectada por el confinamiento. Además, su mujer ayudó mucho a que no decayeran. Sin embargo, sí que lo recuerda más bien como un problema logístico. “Todo lo relacionado con compras, lavado de manos, trabajar y al mismo tiempo estar ayudando a tu hijo con sus clases online del colegio y sus tareas…”, recuerda.  “Conforme fue pasando el tiempo, me notaba más ansioso y dormía peor”. Además, su hijo empezó a tener pesadillas durante el confinamiento. 

También se resintió por no poder hacer mucho ejercicio físico, aunque se intentó adaptar a las circunstancias. Además, tener una terraza grande ayudó mucho. 

Al pedirle que nos cuente qué fue para él lo mejor y lo peor del confinamiento, con lo mejor lo tiene claro. “El espíritu de solidaridad que surgió al principio en redes sociales, compartiendo libros, conciertos o videojuegos para que la población se quedará en casa”, rememora. “También estaría la colaboración científica internacional compartiendo avances y resultados. Nunca pensé poder presenciar en directo algo así”. 

En cuanto a lo peor, “a nivel social, con el tiempo también surgió el lado egoísta de la gente, el miedo gana la partida y cada uno mira por lo suyo”. Además, a nivel personal y ya extendido en el tiempo, “perder el contacto con familiares”. Sobre todo, al ser él y su mujer sanitarios, tenían continuamente el miedo a poder contagiar a alguien. Pero también temían privar a sus padres de pasar un tiempo precioso con sus nietos. Ese dilema fue duro.  Como también lo fue la dificultad para encontrar alguien que cuidara a sus hijos. 

“Recuerdo al principio tener problemas para encontrar una persona que cuidará a los niños, porque éramos sanitarios y la gente tenía miedo. La persona habitual nos lo dijo sinceramente. Después se negaron tres personas más al saber que éramos sanitarios”. 

Pedro (nombre ficticio), sanitario

Por otro lado, ellos aún se sacuden el confinamiento de encima con su hijo pequeño. “Ha pasado mucho tiempo de su infancia en casa entre confinamientos y cuarentenas”, explica. “Nos cuesta horrores que salga de casa para todo lo que no sea ir al colegio”. 

Otros trabajadores esenciales

Juanjo es informático en una empresa de transporte de viajeros, por lo que contó como trabajador esencial. Pasó el confinamiento con su mujer y sus dos hijos, uno de ellos de pocos meses, pues había nacido en diciembre de 2019. 

Precisamente al ser trabajador esencial y poder salir de casa, cuenta que no notó tanto los efectos del confinamiento. Sin embargo, su mujer, que además estaba de baja por maternidad, y su hijo mayor sí que lo sufrieron más. Recuerda como algo positivo de todo aquello la reducción del tráfico de vehículos. “No había retenciones y la contaminación se redujo muchísimo”. Pero, lógicamente, también había una parte mala en el confinamiento.  “Lo peor, el agobio de no poder salir durante los días que no trabajaba”. 

Cuerpos de seguridad del estado durante el confinamiento

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Max Fleischmann (Unsplash)

Jesús es Guardia Civil. Pasó el confinamiento solo, pues su familia vive en otra provincia. Pero no dejó de trabajar en ningún momento, como el resto de sus compañeros. “Salía de patrulla a diario, incluso dos veces en un mismo día”. Esto, a pesar del riesgo que suponía, le ayudó a mantenerse activo y no notar los efectos del encierro que notaron en otros sectores de la población. Sin embargo, sí que recuerda como algo negativo el “abandono” por parte de sus mandos. “Nos abandonaron a nuestra suerte en la primera fase mientras enviaban instrucciones por correo electrónico”.

Pero, a pesar del horror, tiene marcado un recuerdo que evoca con cariño.  “Tengo un cariño especial a tres personas que tocaban el Tema de Lara de Doctor Zhivago con violines en una terraza encima del supermercado. Me quedé embobado, con las bolsas de la compra y los ojos cerrados”.

Familias en espacios muy reducidos

Marcos (nombre ficticio) tenía 29 años cuando empezó el confinamiento. Llevaba algo más de un año dado de alta como autónomo, haciendo proyectos de arquitectura con un compañero, pero tuvo que darse de baja, porque los proyectos se paralizaron. Además, hacía prácticas de la carrera de psicología, pero se las dieron por aprobadas una vez que se declaró el estado de alarma. Por eso, quedó en casa, sin motivos por los que salir. En su caso, pasó el confinamiento con sus padres. “Tres personas en un piso de 60 metros cuadrados”.

Todos esos cambios en su vida le afectaron tanto que recayó en una depresión de la que ya estaba casi recuperado. “Desde entonces estoy tomando intermitentemente antidepresivos”. 

Es incapaz de recordar nada bueno de aquellos días, pero sí cosas malas. La primera, la imposibilidad de desplazarse a su pueblo, donde al menos habrían tenido más espacio. La segunda que, ese mismo verano, su madre sufrió un infarto y un ictus y su vida cambió mucho. 

El suyo es uno de los muchos ejemplos en los que los problemas de salud, mental y física, golpearon con fuerza a las personas que cumplían con el confinamiento. Unas enfermedades hacían acto de presencia mientras intentábamos huir de otra.

El papel del informador

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Unsplash

Los periodistas fueron esenciales durante el confinamiento. Aunque teletrabajaron, su volumen de trabajo aumentó muchísimo y conciliar eso con la vida familiar llegó a ser muy caótico. Es el caso de Gema.

Tanto ella como su marido son periodistas y pasaron el confinamiento teletrabajando con sus dos hijos, mientras estos teleestudiaban. “Lo llevamos relativamente bien, eso sí, con un ritmo de vida de non stop”, recuerda. “Consistía en levantarnos sobre las 6 de la mañana para poder trabajar antes de que se levantaran los niños. Luego ayudarles a ellos con sus deberes, dejarles un portátil para que pudieran conectarse con el colegio, cocinar, seguir trabajando, seguir ayudándoles, comer, trabajar…”.

Además, “una hora y media antes de los aplausos nos poníamos rutinas de deporte en Youtube, o jugábamos a Just Dance para movernos”. Finalmente, “la cena, un rato de videojuegos en familia y a las 23 h a la cama”.

Por otro lado, ella recuerda que el peor momento era el de hacer la compra. “La hacía por dos, para nosotros y para mis padres, que viven cerca de nuestra casa”, señala. “Salir y ver a la gente tristona en el mercado, en el super, en la calle… Me dejaba el ánimo para el arrastre”. 

En definitiva, eran unas jornadas tan trepidantes, que recuerda como anécdota el primer día que pudieron salir a pasear con los niños. “Le dije a mi marido con cara de solidaridad que saliera él, pero lo único que quería era quedarme un rato sola y en silencio en casa”.

Ahora bien, como muchos informadores y, en general, trabajadores de oficina, ella cree que hay algo bueno que se puede sacar del confinamiento. Y es que se demostró la eficacia del teletrabajo. Por eso, en muchas profesiones han dejado, si no toda la semana, varios días de trabajo desde casa, que ayudan mucho a las familias a conciliar.

Profesores aprendiendo a teleenseñar durante el confinamiento.

Sergio (nombre ficticio) es profesor de alumnos de grado superior en un instituto de Badajoz. “Llevaba 6 meses en mi plaza y en el centro cuando empezó todo”, recuerda.

“Pasé el confinamiento solo, porque soy soltero. Acababa de cambiarme de piso y afortunadamente tenía un balcón de 12 m²”. Señala que eso fue crucial para llevarlo mejor. “Mis hermanos estaban con sus familias, cada uno en ciudades diferentes y mis padres estaban confinados en un pueblecito de Cáceres en una residencia-cooperativa, porque mi madre está bien de salud, pero mi padre tenía párkinson, y necesitaba atención especializada”.

En definitiva, era una situación personal complicada, aderezada con la novedad a la que se expusieron todos los docentes. “El trabajo pasó a formato online de un día para otro, sin recursos, ni infraestructura prevista para atender a nuestros alumnos”, evoca. “Tampoco sabíamos si ellos tenían capacidad ni infraestructura para conectar con nosotros. Esa fue mi mayor preocupación, que perdieran sus referentes”.

Por eso, finalmente sus jornadas eran mucho más largas que las presenciales. “Trabajaba más de 10 horas diarias, incluidos los fines de semana, aunque estaba disponible para mis alumnos las 24 horas del día”, cuenta el profesor. “Estaba tan preocupado por la situación de cada uno de ellos que constantemente contactaba y programaba sesiones de videoconferencia grupal e individual diarias”.

Cuenta, además, que nunca mandó tareas.  “Todo el trabajo lo hice tratando de hacer que sintieran que estaba allí, y que no iban a perder su derecho a seguir formándose”.

Por otro lado, su caso fue uno de esos en los que pudieron salir, como excepción, en la peor de las situaciones. “Tras un mes de confinamiento mi padre falleció, estando todos separados”, relata. “Nos dieron permiso para ir a un tanatorio, a un pueblo a una distancia coherente para poder incinerarlo. Tuve que pedir permisos para poder conducir e ir. Solo nos permitieron viajar a mi madre, mi hermano, mi hermana y yo, y nos encontramos allí por primera vez para incinerar a mi padre. Estuvimos solos en el crematorio. Nos dejaron estar 3 horas para todo el proceso, y nos obligaron a volver, cada uno a su ciudad, tras ese tiempo. No me despedí de mi padre”.

Fue una situación muy dura, que le hizo volcarse aún más en sus alumnos. También aprovechó para hacer ejercicio en casa y con la ayuda de un entrenador personal. 

Sobra decir qué fue lo peor del encierro para él. En cuanto a la posibilidad de sacar algo bueno, explica que cree “que la pandemia sacó lo mejor de las buenas personas y lo peor de las malas o inseguras”. “Me sirvió para descubrir la fortaleza que creo que tengo, y para reafirmar mis valores y mi visión de la vida”. 

Además, todo esto le sirvió para reforzarse en la idea de que había elegido una buena profesión. De hecho, su vocación docente es tanta que cuenta que diariamente le llamaba gente conocida y no tanto, para que les explicara términos y conceptos biomédicos, sobre vacunas, efectos o prevención. “Parecía que tenía una consulta médica. Colgué una pizarra de la lámpara de mi salón, para seguir dando clase con mis alumnos. Tras 2 meses se cayó todo del techo, así que colocaba una torre de libros para apoyar la pizarra sobre una mesa”. 

Problemas de ansiedad que empeoraron muchísimo

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Priscilla fu Preez (Unsplash)

Paula es una de esas personas cuya salud mental se resintió notablemente durante el confinamiento. Trabajaba como administrativa, pero dejó de hacerlo con el parón. Y toda su vida cambió rápidamente. “De la noche a la mañana todo cambió y me encontré descolocada y agobiada”, explica. “Me acostaba a las 7 AM y me levantaba a las 4 PM, tomaba benzodiacepinas para poder dormir, comía una vez al día y pasaba horas viendo la TV o hablando por teléfono”.

Como a otras tantas personas, la información que llegaba sin parar la ponía aún más nerviosa. “Me agobiaba muchísimo ver las noticias y dejé de verlas, además de las noticias luego especiales COVID y mira, eso me sacaba de quicio”, recuerda. “Esos días de 900 muertos diarios me llevaron a una realidad paralela para superar ese horror”.

Dada su situación, tuvo que buscar ayuda psicológica. “Sí, requerí ayuda psicológica semanal, incluso mi psicólogo se ofreció a hacerme un informe para que pudiera salir”, concreta.  “El Real Decreto recogía excepciones y yo encajaba en ellas, pero lo rechacé porque no me parecía justo, ya que había gente mucho peor que yo sin esa posibilidad. En parte me arrepiento, pero sin mi psicólogo yo en el confinamiento habría acabado muy mal”.

En cuanto a su alimentación y su forma física, la primera no se vio resentida, pero la segunda sí, puesto que solía ir tres horas diarias al gimnasio antes del confinamiento. 

Para ella, lo peor fue dejar de ver a sus seres queridos de la noche a la mañana. “No poder hablar con mis amigos cara a cara con una cerveza. También mi madre estaba a 150 km y no sabía si necesitaba algo y cuando me enteré que tenía fiebre me alteré muchísimo”.

A pesar de todo, saca algo bueno de todo esto, y es que conoció a la persona que hoy es su pareja. Iban a verse justo cuando empezó el confinamiento, así que tuvieron que hablar por redes sociales todo ese tiempo, antes de quedar más en persona.  

“Durante el confinamiento él tan pichi y yo, pues fatal, pero hablábamos a menudo. Me propuso ir cuando abriesen fronteras, le dije que sí, iba a ir un finde a su casa que se convirtieron en 5 días, y bueno, llevamos casi 3 años de relación de pareja. Se convirtió en mi pareja en agosto del 2020, así que se puede decir que el confinamiento por una causa u otra nos benefició, ya que el segundo cierre, y ante el temor de no vernos en meses, vivimos juntos todo ese tiempo”.

Paula, administrativa

Cuidar de la familia en confinamiento, una cuestión complicada

Lorena pasó el confinamiento sola en casa, pero muy pendiente de su padre, recién operado de un tumor. Había pensado irse a vivir con su pareja, pero prefirieron posponerlo. “Como mi padre estaba recién operado de un tumor, yo le iba a tener que llevar a la quimio y mi suegra mostraba signos de COVID, así que decidimos pasarlo cada uno en nuestra casa porque creíamos que iban a ser pocos días”.  

Ahora, con la distancia, opina que pudo ser un error, porque pasarlo sola fue muy duro a nivel mental. “Soy economista y trabajo en recursos humanos en una ONG, pudimos teletrabajar desde el día que cerraron los coles y yo no salía ni comprar porque no quería contagiarme y arriesgarme a pegárselo a mi padre recién operado y comenzando quimioterapia”.

La situación, por lo tanto, fue dura a muchos niveles. “Soy una persona que disfruta mucho del silencio, leer, los puzzles,etc. Pero no poder ver a nadie físicamente ni dar un abrazo se me hizo muy duro”, recuerda. “A eso le unes que sufro de jaquecas y no poder hacer ejercicio físico me pasó factura porque estas aumentaron de intensidad”. Además, tuvo una gran carga de trabajo, “porque por la pandemia tuvimos que ampliar servicios y dispositivos”.

No buscó ayuda psicológica, pues ya la había requerido con anterioridad y disponía de las herramientas necesarias para pasar el trago. Aun así, recuerda todo como algo muy duro. Lo único positivo, además del silencio, es lo mismo que comenta Gema. Que el teletrabajo se convirtió en una realidad. También recuerda con cariño las conversaciones con sus abuelos.

Lo cierto es que en aquellos días, al vernos obligados a separarnos de nuestros familiares, fuimos conscientes de lo mucho que los queríamos. Algunas personas, mediante vídeollamadas, tuvieron más contacto con sus seres queridos que incluso en persona. Y esto puede que nos hiciera cambiar nuestro comportamiento al volver poco a poco a aquella nueva normalidad.

Este puede ser un intento de sacar algo bueno de todo aquello, pero no deja de ser complicado. Porque la pandemia no nos hizo mejores. La pandemia, en sus inicios, fulminó la salud mental y física de muchas personas. Y el confinamiento fue algo necesario, pero no hizo más que empeorar la situación. Muchos aún se sacuden las consecuencias. Intentemos quedarnos con las buenas y aprender de las malas. Aunque, ojalá, quede mucho para que tengamos que demostrar lo aprendido. 

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