Paul Alexander, el hombre con el récord Guinness a la persona que más tiempo ha permanecido en un pulmón de acero, acaba de fallecer a los 78 años. Llevaba más de 70 años dependiendo para respirar de este aparato, al que se vio inevitablemente unido tras contagiarse de polio con solo 6 años.

Esta enfermedad, causada por un virus, puede cursar de formas muy diferentes. Se calcula que 3 de cada 4 pacientes experimentan síntomas similares a los de una gripe. Sin embargo, en el cuarto restante, se ve afectado el sistema nervioso con síntomas muy graves. En algunos casos se produce una meningitis que puede ser mortal, y en otros la afectación de la médula espinal produce parálisis a distintos niveles. A veces se trata solo de una extremidad. Pero en otras ocasiones afecta a todo el torso, incluyendo los pulmones, que no pueden contraerse y expandirse con normalidad.

Eso justamente es lo que le pasó a Paul Alexander. No podía moverse de cuello para abajo, por lo que necesitaba este aparato para respirar. Aun así, destacó en sus estudios, finalizó la carrera de derecho e incluso llegó a ejercer como abogado. Sin duda, se trata de todo un ejemplo de superación. Aunque si hubiesen existido las vacunas contra la polio cuando era pequeño, no habría tenido que convertirse en ejemplo de nada. Seguramente lo hubiese preferido. 

pulmón de acero
Los cambios de presión ayudan a comprimir y expandir los pulmones de los pacientes. Crédito: Mahleretto (Wikimedia Commons)

Un pulmón de acero para poder sobrevivir

El pulmón de acero es una cámara sellada, de 300 kg, de apariencia similar a un submarino. En su interior hay un sistema de bombas que aumentan y disminuyen periódicamente la presión, de manera que los pulmones se contraen y se expanden para que el aire y la sangre puedan circular por ellos.

Se inventó en la década de 1920, inicialmente para el tratamiento de personas envenenadas por monóxido de carbono. No obstante, en esa misma década tuvo un gran auge al comprobar su eficacia en los casos de pacientes con parálisis por poliomielitis. Estos eran principalmente niños, pues este virus afecta más duramente a este grupo poblacional.

Se siguió usando con asiduidad hasta mediados del siglo XX. En la década de 1950, la vacuna contra la polio redujo drásticamente las infecciones por el virus y en la de 1960 se desarrollaron otras técnicas de ventilación mecánica que no requerían un aparato tan pesado. Aun así, buena parte de los pacientes que habían empezado a usar pulmón de acero siguieron utilizándolo el resto de su vida. Es el caso de Paul Alexander. Con el tiempo, gracias a la ayuda de un fisioterapeuta, había aprendido a respirar empujando el aire desde la garganta. Dado que su cuello no estaba paralizado, mientras estuviese consciente podía respirar sin el pulmón de acero, por lo que ya solo lo necesitaba para dormir.

Así, pudo acudir a juicios y ejercer como abogado. Utilizaba una silla de ruedas a la que se fijaba en posición erguida y respiraba como le habían enseñado. Después, al volver a casa, seguía con su día. Incluso llegó a escribir un libro. Pero cuando llegaba la hora de dormir tenía que volver al pulmón de acero.

Lamentablemente, su pequeño refugio metálico no fue suficiente para vencer a la COVID-19, que ha terminado con su vida a los 78 años de edad. 

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Gracias a la vacuna de la polio el pulmón de acero cayó en desuso a mediados del siglo XX. Diana Polekhina (Unsplash)

Ya solo queda una persona en su situación

Tras la muerte de Paul Alexander, se cree que la única paciente que sigue sujeta a un pulmón de acero a causa de la polio es otra estadounidense: Martha Lillard.

Su caso es ligeramente diferente. Ella tiene 75 años y lleva usando este pesado aparato desde que se infectó con el poliovirus a los 5 años de edad. Su parálisis no fue tan grave, por lo que no perdió la capacidad de caminar. Sin embargo, a sus pulmones les cuesta contraerse y expandirse con normalidad, por lo que aún pasa buena parte de su día utilizando el pulmón de acero. En entrevistas a medios de comunicación lo ha llegado a describir como un amigo muy querido, pues es el lugar en el que mejor se encuentra, sin problemas para que el aire circule por sus pulmones.

Aun así, como Paul, Martha hubiese preferido tener otros amigos. También ha declarado en numerosas ocasiones que su madre la hubiese vacunado sin dudar si hubiese tenido esa opción cuando era pequeña. 

Actualmente, esta enfermedad se da solo en países de pocos ingresos, a los que la vacuna no llega fácilmente. Posiblemente las personas que siguen quedando paralizadas por la enfermedad también se vacunarían si pudieran. Esto debería servir como ejemplo de lo importantes que son las vacunas. Quienes aseguran que prefieren no vacunar a sus hijos por miedo a que enfermen deberían decirlo mirando a Martha a la cara. Una cara convertida en la única parte de su cuerpo que sobresale de ese pulmón de acero que la ha mantenido con vida desde que era una niña. Quizás, si miraran a esos ojos, su mentalidad cambiaría. 

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