Noviembre es el mes de los calendarios de adviento. Antes podíamos encontrar tres o cuatro opciones como mucho en los supermercados. Normalmente una caja plana de cartón con 24 ventanitas, dentro de cada una de las cuáles se escondía una pequeña figura de chocolate. Las ventanas debían abrirse diariamente, desde que empieza diciembre, hasta la Nochebuena, y generalmente eran tarea de los más pequeños de la casa. Pero ese concepto de calendario de adviento ha quedado ya bastante obsoleto. No solo se ha cambiado mucho la estética y el contenido de las opciones de chocolate. También hay calendarios de adviento con todo tipo de productos, desde maquillaje hasta cerveza, pasando por quesos, velas perfumadas o incluso juguetitos sexuales. Si la oferta ha aumentado tanto es porque la demanda también lo hace, básicamente porque a los seres humanos nos encanta el concepto que hay en torno al calendario de adviento.
Estas cajas de regalo, que sirven incluso como decoración del hogar, reúnen varias cualidades que lo tienen todo para engancharnos. Intriga, sorpresa, orden… Y, por supuesto, una recompensa. Con la psicología en la mano, lo cierto es que están muy bien pensados.
Si a eso le sumamos las redes sociales y el efecto llamada que tienen los influencers a los que las marcas les regalan muchos de estos calendarios de adviento, el éxito de ventas está servido. Pero, antes de hablar sobre esto, empecemos por el principio, ¿de dónde vienen los calendarios de adviento?
Los orígenes de los calendarios de adviento
El término adviento proviene de la palabra latina adventus, que significa llegada. Por lo tanto, se utiliza para hacer referencia a la llegada inminente de algo. Inicialmente, se empleaba para conmemorar nacimientos. No necesariamente el de Jesucristo. Sin embargo, con el paso de los años, empezó a hacer referencia a los días previos al inicio de la Navidad.
Estos días se celebraron de muchas formas, dependiendo de la época y el lugar, pero lo más parecido a un calendario de adviento comenzó a gestarse en el siglo XIX. Muchas familias evangelistas alemanas tenían en sus casas un centro de mesa formado por cuatro velas, que eran encendidas por los niños, una cada domingo, hasta la llegada de la Navidad. Esto se conocía como corona de adviento. Pero no era la única forma de celebrar la llegada del nacimiento de Jesucristo.
También había otras tradiciones como dibujar en las casas 24 rayas de tiza, que se iban borrando, día tras día. Volviendo a los niños, en algunos lugares era típico que pusieran una plumita en la cuna del niño Jesús del Belén cada día de diciembre hasta que, en Nochebuena, ya se podía acostar la figura encima.
Todo esto era muy bonito, pero no aportaba dinero a nadie. Los reposteros vieron que realizar una tarea de forma periódica hasta la llegada de la Navidad resultaba muy atractivo, tanto para niños como para adultos, por lo que decidieron aprovechar el tirón de la tradición y modelarla a su gusto. Se dice que el primero fue un librero de Hamburgo llamado Friedrich Trümpler. Ni siquiera era pastelero. Pero el éxito rotundo de los primeros calendarios de adviento llevó a que se convirtieran en una tradición muy arraigada en este sector en el siglo XX.
La psicología de su éxito
Hay varias claves detrás del éxito de los calendarios de adviento. En primer lugar, tenemos la sorpresa.
Aunque los calendarios de adviento muchas veces indican por detrás cuál es su contenido, lo ideal es no mirarlo. Abrir cada día la ventanita o la cajita sin saber qué habrá en el interior. Esto supone una sorpresa diaria y, por lo tanto, una de las claves de su éxito.
Y es que, aunque no todo el mundo las disfruta por igual, en general los seres humanos necesitamos las sorpresas. Es una de las emociones menos estudiadas por los científicos, pero sí se sabe que desencadenan una serie de mecanismos cerebrales que pueden resultar muy placenteros. Básicamente, cuando nos exponemos a un estímulo sorprendente, nuestro cerebro lanza una alerta que indica que debemos poner todos nuestros sentidos en esa novedad, para bien o para mal.
Para captar nuestra atención, pone en marcha también los sistemas de recompensa, mediados por la dopamina, una hormona que genera una intensa sensación de bienestar. Todo esto, en primer lugar, nos paraliza. De hecho, se calcula que, ante una sorpresa, nos paralizamos por completo durante al menos 1/25 segundos. Pero, después, el cerebro comienza a trabajar deprisa para comprender lo que sucede y buscar formas de afrontarlo.
Puede que la sorpresa sea mala, en cuyo caso, a pesar de tener mecanismos comunes, la sensación final no será de placer. Pero en el caso de los calendarios de adviento la sorpresa va unida a una recompensa, por lo que se magnifica la sensación de placer.
La magia está en la recompensa
El contenido de los calendarios de adviento suele estar relacionado con el placer de una forma u otra. Chocolate, quesos, cerveza, cosméticos para disfrutar del autocuidado… Todo ello nos aporta una recompensa doble. Por un lado, la recompensa física en forma de regalo y, por otro, el chute de dopamina liberado por los sistemas de recompensa cerebrales.
Esta hormona se libera en situaciones como el sexo o al comer algo muy calórico, ya que así nos quedamos con ganas de más. El sexo es necesario para mantener la especie y comer algo muy calórico nos aporta energía, de ahí que evolutivamente este sea un fenómeno muy necesario. Ahora bien, cabe destacar que los sistemas de recompensa también están relacionados con las adicciones. En el caso de los calendarios de adviento no acabaremos enganchados, pero sí es posible que no seamos capaces de abrir solo una ventanita al día.
Un entorno conocido
Las sorpresas pueden ser muy placenteras, pero también pueden causar ansiedad, sobre todo cuando sabemos que habrá una, pero no tenemos ni idea de por dónde irá. Sin embargo, con los calendarios de adviento estamos en un lugar conocido, generalmente nuestra casa, y tenemos una idea aproximada de cuál será la sorpresa. Eso hace la experiencia más tranquila y, si cabe, ayuda a disfrutarla más.
Influencers y FOMO
En los últimos años, los influencers y creadores de contenido se han convertido en un reclamo magnífico para los vendedores de calendarios de adviento. Estos los muestra a sus seguidores, a veces ofreciendo descuentos, a menudo en relación con el Black Friday, y añaden a todo lo demás algo conocido como FOMO. De las siglas de Fear of Missing Out, este fenómeno psicológico hace referencia al hecho de llevar a cabo ciertas actividades por el “miedo a perderse algo”.
Si tu influencer de cabecera muestra un calendario de adviento con un descuento y, poco a poco, ves que muchas personas se lo compran, es más que probable que tú quieras comprarlo también. No porque lo necesites, sino por miedo a quedar atrás en comparación con el resto de personas.
En definitiva, los calendarios de adviento manipulan un poquito nuestra mente para engancharnos. Pero, por los regalos, a veces vale la pena. No está mal darse el capricho. Al fin y al cabo, esto sí que podemos decir que es solo una vez al año.